Un cambio justo

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Los días pasaron con asombrosa lentitud, sin embargo, para Julio no podían ser más monótonos, carentes de sabor y de vida. Al principio el cambio le resultó radical, tropezaba por doquier, cayéndose varias veces al día, exaltándose de forma excesiva por cualquier sonido, que dejaban sus sentidos en un estado de torturante expectativa. Aún con todo eso encima jamás se arrepintió de su decisión. Seguramente cualquiera hubiese pensado que el hombre había enloquecido, aunque para Julio, era más bien una certeza de tal suposición. Con ese pensamiento sonreía cada día, sin nada más que perder, se aferraba a sus últimos días de luz aún en oscuridad.

Rememoró esa mañana fría de invierno donde salió muy temprano a una nueva entrevista de trabajo, ese día se arregló poniendo especial atención en los detalles, roció en la solapa de su viejo traje un poco más de loción, de esa misma que le encantaba a su mujer.

Como ya era costumbre en él desde hace ya casi medio año; repartió su hoja de vida en varias empresas, asistía a entrevistas y finalmente escuchaba el trillado: Nosotros nos comunicaremos con usted. Y es que teniendo a su esposa en el hospital esperando un trasplante de riñón, nadie quería contratar a alguien que, sin duda, gastaría una excesiva fortuna en gastos médicos. Además, se vería en la necesidad que faltar o llegar tarde constantemente, sin mencionar que no contaba con grandes estudios y su poca experiencia le restaba valiosos puntos. Así que ese día salió de la entrevista, después de escuchar una vez más la frase de costumbre, cabizbajo y con paso desganado se dirigió al hospital.

Mientras caminaba recordó la mirada triste de su mujer y como se apagaba día a día su vida, siendo drenada por los sueros intravenosos. Y él, solo podía verla ahí... muriendo, con la impotencia clavada en el alma ¡Si solo tuviera dinero suficiente! Pero era inútil, el mundo parecía conspirar en su contra.

Una fría mano se posó es su hombro deteniéndolo en seco, Julio levantó la mirada y observó a un hombre bien vestido, de mediana edad y gafas oscuras, a todas luces se le notaba el dinero. El hombre le sonrió sin enfocarlo, más bien parecía que le sonría a la nada.

—Lo siento —habló el hombre de gafas—. Lo he confundido con otra persona, usan la loción muy parecida.

Julio lo miró con atención. Era un hombre ciego eso estaba claro, pero, ¿qué hacía un hombre tan refinado en un barrio como ese?

—No se preocupe —respondió Julio en tono ligero—, ¿espera usted a alguien?

—Si, pero creo que me han dejado plantado, llevo más de tres horas aquí.

—¿Necesita que marque alguien número por usted? —indagó intentando ser lo más amable posible.

—No, no déjelo...era muy bueno para que fuera verdad —respondió bajando la cabeza.

—Dígame por favor, ¿en que lo puedo ayudar? —insistió Julio, al ver la preocupación marcada en su semblante.

El hombre rio con ironía y amargura, cansino se encogió de hombros.

—Solo que tenga un par de corneas extras, me temo que es imposible —respondió el hombre en un tono cargado de sarcasmo.

Julio lo miró un momento, a su mente llego una idea fugaz, una completa locura, ¿qué pasaría si...?

Ese día Julio cambio sus corneas por varios millones.

Los suficientes para pagar un buen hospital para su mujer.

Lo suficiente para llevarle a los mejores especialistas en el mundo, para encontrarle un donador que le diera su riñón.

Y finalmente, lo suficiente para pagarle el más bello y ostentoso funeral.

Al final Julio se dio cuenta de que jamás tuvo lo suficiente para mantener a su gran amor con vida, aun así, nunca se arrepintió ni un solo segundo y estaba seguro que si alguna vez la vida le jugará una jugarreta y el tiempo diera marcha atrás, sin duda alguna volvería a cambiar sus ojos, por esperanza. Porque en ella encontró la luminiscencia que tanto le hacía falta a su alma, y el sosiego de haberlo dado todo por amor. 

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