Me tumbo a su lado y le acaricio la mejilla. Silvia se estremece y abre los ojos. Me mira. Bueno no, no me mira a mí, eso es imposible, mira la pared que le queda enfrente, la de delante de su cama. Sonríe y cierra los ojos de nuevo.
Recorro la casa en silencio, todos duermen. Me asomo al balcón y veo los restos de un barrio destrozado por la guerra. Suspiro. Nadie merece vivir así. Ana se levanta y se dirige hacia la cocina, toma un trozo de pan que sobró de la cena de ayer, -legumbres secas y pan-, una comida fría. Las comidas calientes son un lujo que no todos pueden permitirse hoy en día. Yo por suerte ya no como, ni bebo. No siento frío ni calor, no siento pérdida ni tristeza, compasión sí, eso sí. Y amor quizá. Me miro en el espejo e imagino cómo debió ser mi propia imagen, hace años. Ya no aparecerá más. Pero ya he dicho que no siento tristeza, aunque tampoco sea indiferente. Los sentimientos humanos se me antojan complicados y lejanos, como si todos intentaran hacerse la vida difícil, tomando caminos equivocados y decisiones precipitadas. Pero, realmente, eso no los convierte en idiotas, esas decisiones son a veces lo que los convierte en lo que son. Dicen que sufrir los convierte en más humanos, y esta es una época en la que queda demostrado quién es bueno y quién no. Mi misión aquí es proteger desde el nacimiento a una persona elegida, con el corazón más puro que ninguna otra que haya pisado nunca la Tierra. Supongo que ya habréis deducido que esa persona es Silvia. No solo tengo que protegerla, también estar a su lado y ayudarla, sin que se de cuenta, en los momentos más duros. Y recibirla una vez su cuerpo muera y su alma abandone este mundo mortal. Eso no significa que yo le haga la vida más fácil, pero este no es un buen momento para vivir para los elegidos abnegados. Ella es realmente la que le hace la vida más fácil a los demás.
- Mamá, ¿qué harás hoy? −pregunta Ana a Silvia.
- Supongo que iré al centro de menores a ayudar y después me pasaré por el hospital, he oído las últimas explosiones han dejado a muchos heridos y que no dan abasto. Antes de llegar a casa te compraré una chocolatina, te lo prometo-. Silvia sonríe a su hija con amor, y las dos se funden en un gran abrazo.
- Gracias Mamá, hace mucho que no como chocolate.
Ana cierra los ojos y una lágrima brilla en su mejilla. Me la imagino pensando en la textura y sabor del chocolate, dulce y cremoso. Hace más de un año que nadie de la familia lo come, también es un lujo. Silvia se da la vuelta y se dirige hacia la puerta para coger su chaqueta, con una expresión en la cara que me hace entender que le ha prometido a su hija algo que no puede conseguir.
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Baja la calle a paso rápido. Gira hacia la derecha, luego hacia la izquiera, y dos veces más a la derecha. Ya podemos avistar el hospital al final de la siguiente manzana. Y, de repente, gritos.
- ¡No! ¡No! Déjame por favor… que alguien me ayude, por favor…
Silvia para en seco. Guarda silencio y oye más gritos procendentes de un callejón a su derecha. Me adentro en él y veo a una joven, de no más de veinte años, pelirroja y esbelta, tumbada en el suelo con la blusa desgarrada. Solloza, en un intento desconsolado por volver a atar los botones de su camisa. A tres metros suyos, más o menos, se encuentra un hombre sudado, con cara de maníaco. Y en ningún momento dudo yo de sus intenciones. El hombre tiene aspecto de ir bastante bebido, y parece peligroso. Por los tiempos que corren no puedes fiarte de nadie. Me doy la vuelta, rezando para que Silvia continúe su camino. No me malinterpretéis, no es que no quiera ayudar a la pobre chica, pero Silvia no es lo suficientemente fuerte como para ello. Solo conseguirá que le hagan daño a ella también. Pero Silvia no se aleja. Se adentra en el callejón, silenciosa. Y, a pesar de que no me guste que lo haya hecho, una ola de admiración y orgullo se me extiende por el pecho.
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EL CIELO GANADO
Short StoryVivimos en un mundo dónde las personas sólo miran por si mismas, un mundo dónde la felicidad de uno propio es más importante que la de los demás. Pero no todos son así. A las pocas personas de buen corazón se les será asignado un vigilante, que no p...