Salgo disparada hacia un grupo de árboles de la izquierda con Megan pisándome los talones. Miro de reojo y veo a tres enemigos acercándose a toda prisa, me giro y disparo a la cabeza del lobo del tercero, que cae muerto en el suelo al instante. Pero el soldado no se rinde, se pone en pie y sigue la marcha de sus dos compañeros, con zancadas largas y rápidas. Nos van a atrapar. No somos lo bastantes rápidas. Megan me grita y me señala un cruze entre dos árboles, a pocos metros de dónde yo me quería dirigir. No veo nada diferente, nada especial, pero el tiempo me ha enseñado en confiar en mi compañera. Cambiamos el rumbo de repente y corremos hacia allí tan rápido como podemos. Me arden las piernas y me cuesta respirar, pero no me doy por vencida.Megan se gira y dispara a las patas delanteras del lobo que va en cabeza. El lobo se levanta con las patas traseras y hace que el soldado que lo monta caiga estrepitosamente. Los demás soldados frenan de golpe sorprendidos. Miro a Megan. Es lista, muy lista. Me sonríe y me coge de la mano, para seguir corriendo. La confusión solo dura unos instantes, pero eso es todo lo que necesitamos. Al llegar al grupo de árboles Megan tira de mi mano hacia el suelo y caigo de bruces. Ahogo una exclamación ahogada y me pone la mano en la boca, para que no grite. Y, de repente, veo lo que me señala. Entre medio de dos árboles hay una pequña cueva formada por el crecimiento de moho sobre un par de troncos caídos. Es suficientemente grande para que quepamos las dos, pero suficientemente pequeña como para que pasemos inadvertidas. Es perfecta. Nos apretamos dentro del escondite y nos tapamos la cara con la mano, para no hacer ruído con nuestras respiraciones. Los soldados nos saltan y se frenan a unos cuantos metros de nosotras. Se me pone la piel de gallina y noto como Megan se tensa a mi lado. Si nos ven ahora, todo estará perdido. El espacio delante de sus cabezas es demasiado estrecho como para que lo atraviesen con facilidad, asi que se miran, asienten, y toman el camino de la izquierda, de vuelta al campo de batalla. Deben pensar que dos niñas no son suficientemente importantes como para perseguirlas por un sitio por dónde no les es cómodo; además que en algún momento tendremos que salir. Y en eso tienen razón. No podemos quedarnos aquí a esperar. Miro a mi amiga. Hemos aprendido a reconocer las expresiones de la otra, y asi comunicarnos sin necesidad de palabras. Se sacude la tierra de los pantalones y se levanta, y yo hago lo mismo. Para ir a los entrenos, nos tenemos que vestir siempre con la ropa de combate, que consiste en unos pantalones marrón oscuro ajustados, una camiseta térmica y resistente al agua y al frío también de tonos marrones, y una sudadera de tonos verdes oscuros, para que nos podamos camuflar entre la vegetación. Todos vamos equipados con los mismos zapatos, que son unas bambas cómodas y resistentes, pero también flexibles para que se adapten a todo tipo de terrenos. Megan grita y yo me giro de golpe, pero ya es tarde. Un soldado me da un golpe con su mazo y me hace salir por los aires. Caigo estrepitosamente al suelo, no muy lejos del lugar dónde estaba antes de pie, y me encojo para poderme agarrar el pecho. El mazo, cubierto de pinchos, me ha alcanzado en la caza torácica y me ha desgarrado la ropa y la piel. Un profundo dolor me llena la herida y se me extiendo por los costados. Noto lágrimas salirse de mis ojos y empiezo a perder visiblidad. Grito de agonía. Levanto la cabeza y veo a Megan pegarle un tiro a mi atacante, que cae muerto al suelo al instante. Mi amiga se me acerca corriendo y me da la mano.
- ¡Coly! Coly, respira, tu puedes con esto y mucho más, no vayas a rendirte ahora, no te rindas Coly. ¡Coly!
Sus lágrimas me empapan la cara y se arranca un trozo de camiseta, en un intento desesperado por vendarme la herida. Pero ya no puede hacer nada por mi. Cierro los ojos y me dejo mecer por sus brazos, mientras sus sollozos me acompañan de camino a la oscuridad. Y después, nada.
Muchas veces se nos olvida que es una simulación.
Oigo sirenas, unas alarmas que nunca antes había oído y me hacen estremecer. Lucho con todas mis fuerzas para abrir los ojos, pero no puedo. Grito, desesperada e intento moverme, pero no siento que tenga cuerpo. Oigo voces a mi alrededor, se acercan, cada vez más fuerte. Y oigo gruñidos y llantos. Pero no los veo, y eso me está haciendo perder la cabeza. Trato de pensar dónde estoy, pero no veo nada. Sé que ya no estoy en la simulación, pero tampoco parece que haya vuelto al Huevo. Estoy asustada. Recuerdo que, cuando éramos pequeños, los mayores de Soldadía contaban historias sobre personas que no habían podido volver de la simulación y se habían quedado por siempre encerrados en un lugar llamado "Limbo". Decían que en el Limbo no había nada, y las personas acababan muriendo presos de la soledad y la locura. Pero, ¿eso no había pasado de verdad no? Sí, seguro que solo era una Leyenda... ¿o no?
Chillo. Una vez, dos veces, tres veces. Y cada vez más y más fuerte. Oigo más voces, como de una pelea. Una sonido de cristal que se hace añicos y el temblor de un terremoto. Vibraciones que me recorren el cuerpo de arriba a abajo y hacen que me entren ganas de vomitar. Y me siento incorpórea, llevada por olas en el mar del infinito.