II

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— Muy bien Adriel, cuéntame más de tu historia.

— Kill, señor. ¿Puede llamarme Kill? O Killer  formalmente.

— Ah, si disculpa, continúa.

En mi segunda familia decidieron ponerme Adriel. Nombre hebreo que significa pertenece a la grey de Dios. ¿Qué demonios es una grey? ¿Y por qué de Dios? Realmente detestaba a esa cosa y como si fuera poco, en esa familia también me cambiaron a un colegio catálogo... Católoco... ¿Católico? Bueno, da igual. Me dieron un libro enorme escrito por el hijo de Dios y por la rabia que siento hacia él, lo quemé durante el recreo. Al verme, casi me expulsan. Mis padres me trajeron al psicólogo para hablar del tema y él me explicó cosas que no sabía.

El tal Dios es un ser omnipotente que asesinó gente durante mucho tiempo y supuestamente hacía milagros. Al principio, las personas que creían en él eran pocas, pues era una secta y solían ser ilegales aunque de un momento a otro, todo el mundo está dominado por esa cosa. Realmente detestable. Pero mi pensamiento era muy ofensivo para muchas personas miembros de esa secta y sobretodo para mi "familia" y esa escuela. No tardaron en devolverme al orfanato por segunda vez.

Anoté ambos nombres en un cuaderno. John y Adriel. De vuelta a ser Kill hasta que llegue otra familia que crea que puede darme un nombre como si fuera una mascota y no tuviera el mío.


A esta edad, me di cuenta que adoraba era el arte. Amaba hacer dibujos y todos los niños y niñas se asomaban para ver mis "obras". Todos estaban maravillados aunque yo sabía que necesitaba practicar. Pero de pronto, sobre mi mente se encendió un foco tras una propuesta de una amiga.

— Kill, ¿Me haces un dibujo? ¡Te daré un billete por él! —Y símbolo de dinero en mis ojos.

Con varios billetes en mano, tras vender algunos dibujos, caminaba por la ciudad pensando en qué podría gastarlo. Entonces, recordé que la primer semana, Abel me había dado un regalo que me mantuvo pendiente por mucho tiempo, un libro. Un clásico decía él. Necesitaba encontrar otro como ese.

Entré a una librería, no alcanzaba al mostrador, no porque sea un bebé, en verdad era muy enano. Me puse de puntillas y le mostré el dinero a la señora la cual me miró como si muriera de ternura.

— Señora, ¿puede darme un clásico?

— ¿Qué te gustaría leer, pequeño?—Ignoré eso.

— ¿Cuál es su libro favorito?

Empezó a hablarme de una infinidad de autores cuyos nombres me cuesta recordar pero al final decidió elegir uno que había leído cuando era pequeña, pero tras notar que sentía admiración hacia el terror, decidió otorgarme "Coraline y la puerta secreta".


Sin duda, mi frase favorita del libro fue la mencionada por el gato. Aquella que decía "[...] las personas, tenéis nombres porque no sabéis quiénes sois. Nosotros sabemos quiénes somos, por eso no necesitamos nombres." 

Sin NombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora