Los días pasaron en solitario. Ni una vez esos rizos rebeldes se cruzaron en mi camino, como si los dos estuviésemos a millas de distancia. Como si algo además de un par de edificios nos separase.
La tristeza que me invadió por ello fue terrible.
¿Para qué negarlo? ¿Para qué engañarme a mí mismo frente al espejo, cuando mis labios se negaban a forzar una sonrisa? Lo extrañaba. Extrañaba tenerlo ahí con sus palabras vulgares y su grosera forma de ser, con su agridulce impaciencia, con su energía brotando a través de mi violín.
Lo quería de nuevo, aunque no pudiese tocarlo.
Tal vez era eso. Tal vez se me había negado la dicha de estar a su lado porque no supe apreciarlo, porque le negué a mi cariño la oportunidad de ser demostrado y mi corazón se enfureció conmigo por no permitirle amarlo. Toda mi alma se había desprendido, porque se negaba a dejarme vivir en paz si no estaba junto a él.
Sé que nunca esperé que volviera, pero la esperanza de que así fuera nunca se desvaneció. A veces, y solo a veces, deseaba convertirme en uno de sus caprichos. Como un nuevo juguete. Quería que me amara por sobre todas las cosas, que jamás me apartase de su lado y, cuando mi amor ya no alcanzara para satisfacerlo, que se deshiciera de mí. Tal vez de forma cruel, tal vez con el olvido, pero tendría un precioso recuerdo junto a él.
Y eso era suficiente.
Pero un día, cuando me dirigía a la oficina de Rogers para preguntar por mi rebelde príncipe, encontré al director emanando un enojo increíble. Y por alguna razón, me pidió que lo acompañara a un desconocido lugar.
Aún recuerdo los sonidos de nuestros apresurados pasos por el pasillo, acompasando el latir de mi corazón hasta que un nuevo ritmo lo acompañó. Golpes. Se escuchaban los golpes contra el suelo, de las manos y la piel. Los jadeos y los gritos cuando nos acercamos.
Recuerdo el dolor que me provocó ver a Jeremy sobre un estudiante, golpeándolo con una malicia que superaba lo que yo era capaz de soportar.
¿Qué había hecho mal? ¿Todo este tiempo compartido no significó nada para él? ¿Es que acaso estaba bien al suponer que era el único extrañando su presencia? Me enojé. Como jamás lo había hecho, con una rabia que no recuerdo haber sentido antes, me enojé.
Rogers me pidió quedarme con él, pero no pude, y con la más fría de las miradas me negué. Preferí acompañar al chico herido, al que necesitaba de urgente ayuda por la posible nariz rota. Pero a pesar de todo, en secreto, le pedí que me permitiera hablar con Jeremy una última vez. Solo una, cuando todo terminase, en el salón de música.
¿Habré sido bendecido para no haberme arrepentido de ninguna de mis decisiones? Tal vez, aunque a un precio que en ese momento desconocía.
Cuando nos encontramos, él estaba esperándome. De espaldas, tocando de forma improvisada para drenar su rabia y, aún con toda su inexperiencia, me pareció muy bello, porque salía de lo más puro de su alma.
Así que lo acompañé. Me uní al envolverlo entre mis brazos como las primeras veces para enseñarle a tocar. Cambié la melodía solo para desquitar mi propia rabia, controlando mis ganas de decirle todo ahí mismo.
Pero no lo soporté por mucho tiempo. Peleamos. Si antes no lo habíamos hecho, es porque jamás le había respondido, jamás me había enojado, pero esta vez drenamos todo entre palabras y casi gritos. Le reclamé todo lo que me había contenido y entonces, en medio de la cólera y la frustración...
—¡Estoy tratando de entenderte! —le aseguré mientras lo miraba de frente—. Quiero saber de dónde viene esa necesidad de ser violento. ¿Por qué te veías tan indiferente golpeando a ese chico? ¡Le atravesabas la cara como si tu objetivo no fuera él!
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El diario de Vicent
Short Story―Tuvo la oportunidad de llegar a la cima de la fama con su talento. ¿Por qué desea limitarse a trabajar en nuestra universidad? ―¿Y si le digo que en realidad estoy huyendo? ―dije sin darme cuenta, simplemente salió de mis labios―. Me quiero esconde...