Cuatro treinta y seis A.M.

25 15 24
                                    

Cuatro treinta y seis A.M. Es la hora que especifican las manecillas de mi reloj de bolsillo, tendido sobre un asiento con respaldo de una estación de tren contemplo la parada y la desconozco completamente, el paisaje sombrío y poco acogedor en el que me encuentro me hace pensar que estoy siendo víctima de un mal sueño, pero tengo hambre y esta hambre se siente tan real como el aire que respiro, revuelvo mis bolsillos en busca de algo que me sea útil para recordar en donde vivo, algún familiar o amigo, una dirección, a donde ir, pero nada. Sólo puedo recordar a una mujer divina, tan hermosa como la luna reflejada en el mar del color de sus ojos, con cabellos de oro y piel de seda, también me recuerdo acariciando su rostro, sus curvas, a ella en su totalidad, y mientras ella me besaba, mordía, tiernamente, yo la hacía mía, ¿después? sólo miedo ¿Y después? Dolor.
    Deambulo por el lugar y percibo que el tren se acerca, de el baja una joven mujer, la aprecio por unos minutos y me sobresalto al darme cuenta de mis deseosas ganas de abalanzarse sobre ella y hacerle daño, pero me resisto ante esta perversa tentación, sin embargo al cabo de un tiempo el instinto puede más que yo y voy directo hacía ella sin precaución o control alguno, logro captar su corazón palpitante en mis oídos y su respiración que se acelera mientras la distancia se acorta entre nosotros, ella sale corriendo cuando estoy a solo un metro aproximadamente, dejando así caer su bolso, y yo como recuperando mi humanidad me comienza a crecer lo sórdido dentro y se extiende como fuego. Recupero el bolso dispuesto a entregárselo con la idea de que se de cuenta de que soy una buena persona y entre recogiendo el maquillaje y de más encuentro un espejo pequeño, con ganas de ver mi apariencia me dispongo a mirarme, pero no veo nada, es como si yo no estuviese asomado al espejo, como si ni siquiera existiera. Un recuerdo me llega como resplandor ¡La mujer con la que estuve tampoco se reflejaba! ¡Yo mismo lo vi! ¿Cómo pude olvidarlo? Que locura, la idea de que estoy loco me penetra la mente como si fuese a quedarse ahí hasta mi último segundo de vida, levanto la mirada y observo a un hombre blandir su espada de plata completamente dispuesto a cortar mi la cabeza.

Cuatro treinta y seis A.MDonde viven las historias. Descúbrelo ahora