30 1 2
                                    


-Queda un paquete de galletitas, mañana cuando vuelvo compro. 

-Ah, igual yo no como papá. 

-¿Tomás solo chocolatada?.

-Sí. 

Intervino mi mamá. 

-No puede ser que esta chica no coma nada. ¿Qué querés que compremos?.

-No sé, me da igual. 

Y eso fue todo. Mientras lo decía se me llenaban los ojos de lágrimas pero intentaba disimularlas. Si lloraba se iban a dar cuenta que algo me pasaba. 

Siempre me sentí gorda pero el hambre superaba el deseo de ser más flaca. Después de 18 años batallando, logré controlarlo al punto de restringir toda comida. 

Me levantaba, tomaba un vaso de chocolatada y eso era todo por el día. Yo sabía que estaba mal, sabía que no era sano y, sin embargo, me encontraba controlada por la necesidad de ver disminuir los números en la balanza cada vez que me pesaba. 

Me miraba al espejo y me notaba cada vez más delgada. Metía la panza y se me veían las costillas. Se me veían las costillas y sonreía. 

Pasaban los días y yo había perdido hasta las ganas de tomar ese vaso de chocolatada que me "alimentaba". Pasaban los días y la gente me decía "qué flaca y linda que estás". Pasaban los días y cada día me lo creía un poco más. Creía que el estereotipo de persona que nos imponen era el único que valía la pena ser. 

Llegué a estar muy flaca, al punto de llamar la atención de mi mamá. Me llevó de médico en médico pero cada vez que me ponían un plato de comida enfrente, lloraba. 

Cada lágrima representaba a las personas que me habían criticado. Cada lágrima era un "mirá a la gorda", "uy, si fueras más flaca serías hermosa". Cada lágrima me recordaba las incontables veces que no conseguí talle y como no puedo compartir ropa con mis amigas. Las lágrimas no paraban y los motivos seguían cayendo. 

Me hacían comer de a poco, de a bocados chicos. Yo sentía que cada pedazo de comida que ingería le daba la razón a las personas que decían que yo nunca iba a ser flaca. Cada bocado, para mi, era como perder una batalla cuando en realidad, la estaba ganando. 

Me costó, y mucho, volver a mi peso pero lo que más me costó fue aprender a quererme. Me costó, pero entendí que somos lo que está adentro del cuerpo que nos tocó. Somos nuestras experiencias, nuestros gustos, nuestra familia y amigos. Somos las risas, el dolor y los llantos. Somos lo que hacemos con la vida que nos dieron y somos completos cuando nos damos cuenta que no tenemos que complacer a nadie para ser felices. 

No te dejes llenar la cabeza, estás bien como estás y quien diga lo contrario, ahí tiene la puerta. Te vas a cruzar con personas en la vida que van a intentar cambiarte. Asegurate de no dejarlas entrar. Olvidate del estándar, creá el tuyo. Usa la ropa que quieras. Hacé lo que quieras, te aseguro que no le hacés mal a nadie siendo feliz.Amá tus estrías y los rollos. Amá la celulitis. Amá todo lo que pienses que es feo, porque es hermoso, pero por sobre todas las cosas, amate a vos y sé. Antes que nada, sé. 

SéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora