En camino

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Una fría mañana, que pertenecía al otoño, me recibió al salir de mi hogar. Y como un tren de carga inicié el camino hacia mi futuro, tan inimaginable como deseado. A lo largo de mi vida había deseado desarraigarme de mi familia. Cuanto antes. Eran como algunos llamarían "opresores". Limitaban mi libertad, no podía pensar ni decir lo que en mi corazón estallaba. Varias veces llegué a pensar en quedarme para siempre con ellos, pero solo para enseñarle cosas buenas a José, mi hermano pequeño; él es muy astuto, pero su temprana edad no le ayudaba a discernir y diferenciar lo "bueno" de lo realmente bueno, que es lo natural. En última instancia ese deseo rondó fervientemente en mi cabeza, pero al final opté por el egoísmo, así que me fui. Para siempre.

Aunque me hubiesen visto, no me habrían detenido, puesto que cuando un hombre toma una decisión, no debe dudar. Obviamente aún no creía entrar dentro de la categoría de "hombre" pero ya con tener ciertas actitudes se puede emular ser uno, así de maduro, por más que hubo un poco de dolor en mi interior. Son zapatos que aún, hoy en día, quedan un poco grandes. Y en esta altura de la vida (o lo que me queda de ella) tengo cierto vértigo. Por emprender un viaje hacia la nada misma temo haber perdido miles de oportunidades, de sentir un número incalculable de emociones. Creo, en estos momentos, que en lo poco que me queda llegaré al punto donde pueda ubicarme y decir "Sí, todo ha valido la pena".

Tengo esperanzas porque desde el comienzo de esta especie de travesía, las cosas estaban fuera de lo normal. La mañana del 15 de Junio cuando di mis primeros pasos al abismo, divisé una soledad atormentadora en la calle Sarmiento. Apenas estaba arrimando el sol frente a mí, lo que daba un efecto de caída hacia un gigantesco fuego fatuo. El viento estaba durmiendo –o muerto- y las hojas de los árboles que aún resistían, eran solo cadáveres devorados por la oscuridad; amarillentos y secos –como Carlos después del envenenamiento- a la vista de todos. Ni siquiera el crujir de los insectos bajo mis botas producía un sonido que llegara a abarcar todo el vacío que esa mañana me había conspirado. Solamente en un indeterminado momento –porque estabas aún muy dormido- vi un pájaro, que parecía volar de forma invertida –como succionado, intentando huir- después no logré ver otra cosa que se moviera. Lo último que recuerdo, antes de desvanecer, es que después de tanto caminar, el sol no había salido aún. Mis piernas no resistieron, me tendí en el suelo, y desperté aquí, en una suerte de limbo, de Valhala, de purgatorio. Con el transcurrir del tiempo –que desconoces exactamente- estoy perdiendo la capacidad de escuchar mis voces –aunque la de Carlos sigue en el recuerdo- .

-Estoy seguro que tú lo hiciste –sentencié – confiésalo.... –rata inmunda –.

- José me buscó, él es tan frágil.

-Debes morir...-

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