El aire abatía fuertemente la sólida construcción en la que, conjuntos, se erguían los descorazonados cuerpos de algunas de las -ahora- trece almas más poderosas de entre el mundo de los muertos. El sol brillaba imponente, y nadie se había atrevido a alzar palabra contra la petición que uno de los allí presentes había lanzado, desesperado. Todos evitaban mirarle directamente, básicamente porque todos apreciaban lo suficiente su estadía en la Sociedad de Almas.
—¿Dónde está ahora mismo?—el que parecía ser el jefe, detrás del pasillo improvisado que formaban los once seres silenciosos, habló, sonando a hierro oxidado.
El único muchacho pelirrojo que se había atrevido a rogar clemencia por una de sus compañeras apretó los puños. Sabía que no le dejarían ir a por ella, por mucho que lo intentase.
—En el mundo de los vivos, comandante.—contestó, arrugando ligeramente el entrecejo. —Ha renacido.—sus últimas palabras causaron un estallido de murmuros e impresión, lo que desencadenó una fría mirada hacia el anciano que se sostenía sobre su bastón, buscando su respuesta.
—No iréis.—las tajantes palabras cayeron como un jarro de agua fría, y también causaron silencio. El anciano se retiró, y así lo hizo cada uno de los miembros que formaban aquel improvisado tribunal. Uno de ellos, juró venganza, y otro, siguió moviéndose entre la maquiabélica sombra de la traición.
Los días pasaron como hojas cayendo de un árbol, y así hasta acumular diecisiete años.
-En el mundo de los vivos.-
Hace frío. Los pájaros ni se atreven a cruzar por mi ventana, y todo parece eternamente congelado. Nadie recorre las aceras de la calle, y yo no voy a ser menos.
Es raro, pero siento que hoy va a ser un día tremendamente normal. Hitomi no ha aparecido por mi casa por ahora, y ya es tarde incluso para él. No vendrá.
Mi cama cruje al despojarse de mi peso, y me guardo el pelo detrás de la oreja. Sonrío al ver que el informe círculo púrpura y amarillo se ha fusionado con el color porcelanoso de mi piel, que ni siquiera recuerdo cómo me hice. Hago mis dedos estallar y me visto tan lento como puedo, retrasando el momento de la verdad al máximo.
Cuando estoy ya fuera de casa, Shiru ladra abiertamente.
Es un perro sin raza. He oído a mi madre miles de veces decir de qué procedencia son sus padres, pero solo logro acordame de algo de un Husky Siberanio. Tiene un ojo azul y otro color ámbar, y su lengua rara vez se mantiene encerrada en su boca. Corre hacia mí tan pronto me ve, y yo me agacho para darle un par de caricias. Tiene el pelo ligeramente húmedo. -puedo sentirlo a través de los guantes-, y jadea estrepitosamente. No me sorprendería que hubiese estado corriendo detrás de algunos pájaros, porque siempre lo hace.
Me levanto de un ágil salto, y ando hacia el cercado que separa nuestro jardín de la -por ahora- luminosa calle. Shiru orbita emocionado alrededor de mis piernas, y su respiración se ha relajado al punto de ser casi normal.
La cerradura crepita desagradablemente al ceder, pero la puerta se abre, y con eso me contento. Shiru sale con paso apresurado y nervioso. Se planta en el medio de la calle y mira ambos lados, mientras yo me adelanto y giro a la derecha. No tarda mucho en volver a mi lado, y le acaricio la cabeza.
Me meto las manos en los bolsillos de la chaqueta, y noto algo rectangular con cierto volumen, aunque un poco aplastado por el tiempo que lleva ahí. Es una cajetilla de cigarros. Saco uno y me lo poso en los labios, mientras el mechero quema lenta y despreocupadamente la punta de este. El humo sale por mi boca de la misma manera que entró, y me siento verdaderamente sola ahora mismo.
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"She reminds me of her"
Paranormal—¿No pertenezco a ese mundo, verdad? —Perteneciste en su día. —¿Y a dónde pertenezco ahora? —Ahora eres una marioneta de las sombras.