Capítulo único.

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Había perdido hacia mucho las esperanzas, había perdido hacia mucho su capacidad para moverse, así como también, sus ganas de vivir.

Encontrarse en estado vegetativo y consciente era un infierno que sólo le desearía la ser más bastardo de la tierra, y ese ser era el que le había dejado en ese deplorable estado; vegetal pero consciente de lo que sucedía a su alrededor, escuchando las voces de sus familiares, viendo las horas pasar pero sin poder reaccionar o expresar abiertamente como se sentía.

No poder hablar, moverse o al menos respirar como cualquier ser humano normal haría le frustraba pero ¿Podía hacer algo para cambiarlo? No, simplemente era incapaz de hacerlo y solo se limitaba a ver los días pasar junto a la condena de estar en una silla de ruedas hasta el final de sus días, o quizá, cuando sus padres se hartasen de estarle cuidando sin recibir alguna clase de beneficio o consuelo por su parte.

Quiso suspirar pero recordó que ni siquiera podía respirar por cuenta propia, no podía moverse, sólo podía estar en su silla de ruedas mirando la ventana de su habitación durante casi todo el día.

A veces tomaban su silla de ruedas y la movían hasta dejarle en el frente de la casa, en la cocina o en el patio trasero para tomar algo de aire fresco, eso sí, con su fiel bombona de oxígeno a su lado.

Era tan irónico que incluso juraba haber sentido un milímetro de su cara moverse o quizá sólo eran ideas suyas.

Sus familiares pasaban horas hablándole y otras veces simplemente le miraban con pena y dolor, creyendo que no les escuchaba o no sabía que le estaban viendo.

Claro que les veía, claro que apreciaba esas miradas cargadas de dolor y lastima, todos sabían cuál sería su final.

No iba a negar que también supiera su final, quizá dentro de unos meses, quizá dentro de unos años o quizá esa misma noche. Sabía que sus padres vivían con el eterno martirio de tener que cuidarle y tratarle lo más humanamente posible sabiendo que su nivel de expresividad y movimiento se limitaba al de una planta en una maceta.

Así se sentía, como una planta en una maceta, la diferencia era que en vez de ser una maceta, era una silla de ruedas chirriante que profanaba cruelmente los tímpanos de cualquier ser vivo que pudiese escuchar; incluyéndole.

'Vivía' junto a sus familiares en las montañas, no había internet, no habían sonidos de ciudad, no había gente petulante, sólo eran su familia, la radio y las cenas familiares, en las cuales su madre tenía que darle con extremo cuidado la comida o se terminaría asfixiando por ser incapaz de tragar o masticar como un ser humano normal.

Iba para dos años en esa condición, dos malditos años en los cuales su cordura cada vez era más efímera y juraba ver manchas de un negro pastoso escurriéndose por las paredes del cuarto de su abuela.

Antes era un ser humano normal, antes tenía un futuro brillante, antes era feliz... Y en esos momentos lo mucho que lograría sería aprender a respirar por su propia cuenta y no gracias a un aparatoso nebulizador que le inhibía de oler o respirar un oxigeno que no estuviese procesado.

Quería gritar pero no podía, quería golpear hasta el cansancio al bastardo que le dejó así pero no podía, quería morirse pero sus familiares no le dejarían. Sólo le quedaba esperar hasta que sus padres tomaran la decisión de fulminar con su miserable existencia, los amaba y quería estar con ellos pero no quería torturarlos de esa manera; viendo como su madre ya bien caída la noche le veía a visitar sólo para comprobar su bombona de oxígeno.

Veía cada vez a sus viejos más y más desgastados, sentía que su miserable existencia le chupaba la vida a los que estaban a su alrededor y no quería eso.

Luz de lunaWhere stories live. Discover now