Me dolía todo el cuerpo. Los brazos me pesaban mil toneladas, y las piernas me quemaban como si fuera fuego lo que me corriera por la venas. Conseguí abrir los ojos. Me encontraba en la enfermería, nada nuevo. La mano pálida de Josh, mi mejor amigo, se aferraba débilmente a mi muñeca. Tenía un corte recubierto de sangre seca en la frente, y su pecho levemente quemado ascendía y descendía con gran esfuerzo. Delante de mí, se encontraba Peter, con su habitual cara de cejas fruncidas y mueca de enojo. ¿Que había pasado esta vez? Recordaba vagamente fuego, mucho fuego y... oh, dioses, la que había montado.
- Señorita McPhilian- empezó Peter.- ¿Sabe usted lo que ha hecho?- iba a contestar, pero no me dejó abrir la boca.- La cocina, incendiada. Toda la escuela lleva días sin poder comer alimentos de verdad. Por no hablar de la revolución de las cíclopes cocineras. Es el sexto accidente que provoca este mes.
- No es culpa mía que lo único que mate a una hidra sea quemar los muñones de sus cabezas después de cortarlas.-les espete.
- ¿Sabes donde estamos, Rachel? En un mundo lleno de monstruos, en el que los humanos somos la especie más baja. Y nosotros somos los humanos rebeldes que se niegan a aceptar la opresión de los monstruos. En esta escuela clandestina nos entrenamos para hacerles frente. Es un lugar seguro. Y la gente como tu lo vuelve inseguro. Tengo ganas de pedirle al director, que por si no lo recuerdas, es mi padre, que te expulse.
- ¿I no volver a ver nunca más tu cara fea y amargada? ¡Me apunto!
E ignorando el dolor, me fui corriendo. Mis pies me llevaron a la catarata. Es un sitio que siempre me ha gustado. Me tranquiliza.
El contraste del intenso verde de las hojas; el marrón oscuro de los troncos de los pequeños y frágiles árboles; el gris apagado e inerte de las rocas; el amarillo verdoso de los líquens que dominaban las piedras y el transparente inmaculado del agua le ororgaban al paisaje un aspecto único, como si fuera un sitio de magia buena, y no de la negra que dominaba mi mundo exterior. La enorme cascada de tres metros de alto dominaba el pequeño y oculto claro. Las gotas pulverizadas del salto salpicaban mis largos y rizados cabellos rojizos, y a la vez, formaban arcoíris borrosos, que me hacían pensar en las pocas nimfas buenas de la naturaleza que quedaban en nuestra escuela. Me asomé a la pequeña y poco profunda poza llena del agua de la catarata, y vi mi rostro reflejado.
De mi cabeza empezaron a surgir las mismas preguntas de siempre: ¿Quienes eran mis padres? ¿Por que me habían abandonado a un lugar tan horrendo como este? ¿Estaban vivos? El tatuaje del antebrazo me empezó a quemar. Era un reloj de arena, no muy grande, de un color violáceo. Ya lo tenía cuando me habían traído. Nadie de la escuela sabía su significado ni porque lo llevaba yo.
Entonces, una voz resonó por todo el claro. "Rachel McPhilian, ama del tiempo, señora de la muerte." Me levanté con el corazón a cien. "Tu hora ha llegado." prosiguió la voz "Debes irte y aprender a controlar tus poderes. Debes reunirte con La Señora."
- ¿Que poderes? ¿Que señora?- me estaba asustando- Yo soy una humana mortal, no tengo poderes.
"Pobre ingenua." Se rió la voz. " Ni siquiera sabes el poder que posees. Eres un hada del tiempo. Controlan la vida y la muerte, los hechos, la historia. Deciden cuando algo debe empezar y cuando debe acabar. Desde tiempos ancestrales, sus inmortales manos han tejido la tela de la historia, de la vida y de la muerte. I tu, Rachel McPhilian, eres un hada del tiempo. Eres una de ellas. Eres una de ellas."

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RELATOS PARA REFLEXIONAR
Short StoryEstos són relatos para reflexionar sobre lo que la vida nos pone por delante.