RUNNIN

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Estaban jugando un partido de baloncesto 1 a 1, era temprano en la mañana, muy temprano. El sol aún no salía.

Habían tenido unos compromisos de trabajo hasta entrada la madrugada y de alguna forma los dos habían terminado allí. Solo dos amigos que no se habían visto en un largo tiempo. Eran meses desde la última vez que se vieron en persona, solo habían tenido contacto a través del teléfono. La verdad era que sus trabajos últimamente rara vez les daba la oportunidad de coincidir en la misma ciudad, siquiera.

Henry había estado pensando en ella últimamente, cada minuto del día; porque a medida que pasaba el tiempo Amber continuaba corriendo en su mente. En la mañana al despertar lo primero que veía eran sus mensajes, él extrañaba sus ingeniosos comentarios, la forma en que ella lo hacía sentir cuando le decía que él era aburrido y tonto; porque a pesar de sus palabras ella hablaba con una sonrisa en sus labios mientras sus ojos resplandecían.

A pesar de que ella estaba lejos cada vez que él salía de su casa siempre recorría las mismas calles por las que ellos siempre paseaban. Sin pensarlo, cada día resultaba en el mismo restaurante en el que tantas veces habían comido juntos. Y al final del día, de alguna forma él terminaba en un Pub, aquel lugar cerca de su casa donde juntos tantas veces se habían escabullido a mitad de la noche. Recordando la música que preferían escuchar junto a sus risas, frente a la maquinita de videojuegos, Henry con sus ojos cerrados casi podía ver la sonrisa de Amber.

Ella corría por su mente desde hace semanas, desde hace meses, desde la última vez que la vio; hacía tanto tiempo ya. Henry empezaba a temer que llegara a olvidar algo de ella. La extrañaba tanto que las llamadas y los mensajes con el tiempo dejaron de ser suficientes.

Así que aquí estaban, por fin. Y era mucho mejor de lo que él recordaba.

Las luces de la calle era lo único que iluminaba la cancha de baloncesto en la que estaban, su luz proyectaba extrañas sombras de las columnas. En la esquina a la derecha una bombilla parpadeaba cada cierto tiempo, amenazando con apagarse, pero aun así después de unos segundos de oscuridad seguía en marcha.

Las calles estaban desiertas, en ese sector no había ningún mercado o tienda, estaban en un pequeño parque clandestino, alejados del bullicio y transitado centro de la ciudad. Así que ellos mismos eran la compañía del otro, como lo había sido desde hace mucho tiempo, en muchas ocasiones. Hacía mucho frío y los árboles se movían, el lugar estaba húmedo con el rocío que llegaba de la mano con la mañana.

Pero a Amber le gustaba el frío, en ese día oscuro y frío le gustaba la forma en que su respiración y la de Henry se escuchaban aceleradas, de sus bocas pequeñas nubes blancas salían, pronosticando que pronto terminarían el juego y que muy probablemente ella ganaría, como la mayoría, si no todas las otras veces.

Con un movimiento veloz Amber se adelantó y le arrebató el balón de las manos a Henry, se deslizó rápidamente bajo su brazo y como una flecha pasó por su costado evitando las manos de Henry y sus fallidos intentos por detenerla. Corrió e impulsandose dio un pequeño salto y con un ágil movimiento de su mano lanzó el balón a la canasta. Por supuesto el balón entró como una bala, marcando así su triunfo.

Ella tomó el balón con sus brazos y se giró festejando su victoria, pero al momento en que se volvió unos brazos la apretaron contra un cálido cuerpo, la suave tela del abrigo haciéndole costillas en su rostro, también impidiéndole algún movimiento, ni siquiera respirar era fácil.

– ¡Henry, suéltame!

– ¡No es justo hiciste trampa! – Con sus brazos la apretó más fuerte sin darle tregua alguna.

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