Prólogo

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¿Alguna vez os habéis imaginado que sería de este mundo si tras todo lo que conocemos fuera simplemente una fachada del verdadero mundo que se esconde tras el tupido velo de ignorancia que nos rodea en los últimos tiempos? ¿Por qué la humanidad debía estar sola? ¿Por qué todo lo que realmente ella conocía, había sido relegado a ser un mero cuento de niños?

Aquellas y un millar de preguntas más asolaban aquella fría noche de primavera a Cassy, mientras miraba la pantalla de su ordenador con suma atención. No era como si estuviera realizando una tesis, un artículo o un informe de trabajo para poner todo su empeño en el documento que estaba redactando, puesto que ella era una simple camarera, pero aquellas letras que iban tomando forma en diferentes frases eran algo muy, pero que muy importante para ella en aquellos momentos.

Unos tintineantes golpes llamaron a la puerta del cuarto de la joven de 22 años. Suspiró y soltó un gritillo que sonaba como un "pasa". Atravesó el umbral una joven de cabellos morenos y una mirada penetrante. La pelirroja no despegó su mirada de la pantalla, mientras con el ratón, había comenzado a hacer zapping en varias de las noticias locales. Todas con un tema común. Asesinatos.

- ¿Cassy? Son las siete de la mañana... tú nunca te has levantado a estas horas.

- No me he acostado - sentenció la aludida.

- ¿No has dormido? - la cara de Morgan era la misma que pondría tú madre si fuera ella con la que estuvieras manteniendo ese tipo de conversación.

- No.

- ¿Y se puede saber que estás haciendo? - su tono sonaba meloso y tranquilo mientras caminaba hacia el escritorio de su amiga, sorteando un sin fin de objetos que se encontraban tirados en medio del suelo, ya fuera ropa interior, libros, calcetines, los juguetes de Demon, el gato negro de Cassy - tienes todo esto hecho una mierda tía... ¿Estás leyendo el periódico?

- No exactamente. Últimamente, está habiendo más casos de asesinatos y desapariciones de lo que suele ser habitual...

- ...y tú sospechas que tenga algo que ver con el bajo mundo - finalizó Morgan la frase mientras suspiraba - Le prometiste a Sebastian que no te expondrías a todo eso.

Y por fin, Alexandra Cassiopeia Black, despegó su mirada de la pantalla y la desvió a su amiga. Creía que le había dejado bien claro que no quería volver a oír ese nombre, que no quería saber nada del portador del mismo, ni siquiera del centenar de promesas que le había hecho a este con tal de ella "mantenerse a salvo de los peligros del mundo de las sombras" ¡Y un cuerno!

- Morgan...- dijo de manera amenazante la de cabello zanahoria.

La morena no pudo contestar, pues el teléfono de ambas comenzó a sonar de manera incesante. Ellas se miraron. Aquello no era nada bueno, nunca lo era.

Una hora más tarde, ambas estaban en la comisaría de policía de su ciudad. Morgan no paraba de resoplar y resoplar, aquello no le gustaba, salvo por los agentes de uniforme y sus bien formados cuerpos. Cassy por el contrario, se encontraba en su salsa, conocía a la mayoría de los agentes, y se llevaba bien con unos cuantos, gracias a que su padre, trabajaba en otro departamento.

Pronto Uriel, el hermano mellizo de la pelirroja llegó a donde estaban las chicas, también le habían llamado y traía cara de pocos amigos.

- ¿Una noche complicada hermanito?

- No te lo imaginas Cass... Hola Morgan - saludó.

Y como si hubieran estado esperando por el castaño, un agente les indicó que entraran, al despacho del Detective que les había mandado llamar. Y entonces muchas piezas encajaron, y la mueca en la cara de Cassiopea no se hizo esperar. "Detective Sebastian Draconis Moarte" estaba grabado en la puerta. Por la mente de Uriel pasó una pesada broma que hacerle a su hermana pero lo pensó dos veces antes de soltarla y por su parte Morgan había terminado de armar el rompecabezas. El máximo encargado de aquella brigada, justo por debajo del comisario, el padre de Cassy y Uriel, les había mandado manda, lo que quería decir, que fuera lo que fuere lo que había pasado, aquel, era un caso sobrenatural en toda regla.

- Tenemos trabajo chicos - dijo según cerraron la puerta del despacho un pelinegro de ojos azules como el cielo, no más de veintiséis años, piel pálida y rostro perfilado, la envidia de muchos hombres, y porque no, también de muchas mujeres - y no hay discusión alguna, no esta vez. - claramente, mirando a la que había sido, y aún era, la mujer de su vida. Su contratista.

 Su contratista

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