Prólogo

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                           . . .
Corría la mañana del 31 de Octubre de 1970 en Markender, un pueblo ubicado a las afueras de Miuker, En Alemania. Un lugar de calles sin pavimentar y casas de madera pintadas de bellos colores, humildes, pero muy bonitas.
Las calles eran largas y había muchos callejones. Tantos que era fácil perderse. En medio había una gran plaza con una fuente de aguas cristalinas y bancas alrededor de ella.
Las casas corrían en cruz,  asemejando los cuatro puntos cardinales. En el centro del lugar había comercios pequeños; una escuela, un dispensario médico, una iglesia y detrás de esta un cementerio muy antiguo. Al fondo de la plaza, en el lugar más alejado de la última casa, se hallaba un río, un río con una extraña cueva al fondo, donde nadie quería entrar.
Samuel y sus amigos Peter y Robert se adentraron al río y nadaron hasta la otra orilla, era muy temprano pero querían ir a explorar.
El clima era soleado a pesar de la fecha.
Llegaron a la cueva sin querer y Samuel se adentró en ella mientras que sus amigos decidieron esperarlo afuera, ya que tenían miedo debido a los rumores que habían escuchado sobre el lugar.
Estaba tan obscuro que tropezó con algo en sus pies: un libro con una apariencia muy extraña, estaba repleto de polvo y húmedad, y sobre sus pastas dañadas, las cuales eran de un rojo intenso, se hallaba un símbolo indescriptible. Como una pequeña lagartija en medio de un círculo dorado.
Era un libro muy ligero y delgado y aunque al principio no llamó mucho la atención de Samuel, algo le hizo sujetarlo antes de que cayera.
Tal vez apreciar aquellas pastas o ese círculo alrededor del pequeño anfibio en la superficie del libro le provocó, más que miedo, curiosidad.
¿Un libro... ? —pensó, dubitativo.
Curioso, ya que tenía el libro en las manos, sacó una lámpara pequeña e iluminó con una luz tenue con la que apenas podía ver tanto el objeto como a su alrededor. Hecho esto, abrió despacio el libro... Tenía símbolos extraños y palabras inentendibles. pero que pronunció con una voz apenas audible, ya que estába tratando de leerlo.
De pronto, sintió una presencia escalofriante detrás de él, seguido de una lijera ráfaga de viento, cuando giró el cuerpo y se perdió con unos ojos amarillos que le miraban fijamente. Antes de gritar horrorosamente, comprendiendo que a partir de ese momento se necesitarían el uno al otro, tanto para ayudarse, como para destruirse. Sus amigos no tardaron en llegar hasta donde Samuel se encontraba. Lo vieron pálido, perturbado. Lo escalofriante, era que los chicos habían visto cómo los ojos de Samuel estaban rojos.
cómo los ojos de Samuel tenían un tono un rojo muy brillante, inexpresivos. Tras el, apreciaron una figura indescriptible, una a la que pudieron observar tan sólo un poco. El ser, si es que de eso se trataba, tenía una piel verdosa y arrugada. Lo que más horror les causó, fue distinguir unos ojos amarillentos e intensos que destellaron incesantes. Cuando unos colmillos largos y afilados se asomaron de entre la oscuridad. Samuel que, aún estaba quieto a pesar de aquella espantosa escena, comenzó a hablar en otro idioma. Luego, señaló a sus atónitos amigos.
Éstos, aterrorizados, comenzaron a correr desesperadamente, pero tanto era su temor que no podían avanzar a toda prisa. Cuando vieron la luz del día a unos metros de ellos, en la boca de la cueva, sintieron una ondilla de aire helada que les hizo detenerse. La criatura les interceptó el paso, evitando que hicieran nada.La criatura se lanzó sobre ambos cuando vió cómo éstos estaban pegados a la pared, atolondrados. Un brochazo de sangre se tiñó sobre la rocosa pared cuando los colmillos de su hocico los clavó en los cuerpos de los niños. Luego de un grotesco grito de agonía, Samuel vio cómo sus amigos cayeron, inertes.
Y esbozó una leve sonrisa.
...
Caía la tarde y los niños no regresaban, así que los padres, ya preocupados, se reunieron para ir a buscarlos.
Peter y Robert no eran los únicos desaparecidos. Durante el transcurso del día, más niños del pueblo fueron desapareciendo. Todos de diez años.
Los amigos y vecinos, decían haberlos visto con Samuel, caminando hacia el río.
Se dirigieron a la cueva con antorchas en sus manos mientras gritaban a los niños, pero los minutos transcurrían y la respuesta no llegaba.
...
Al llegar a la cueva, los gritos y lamentos desgarradores no se hicieron esperar. La escena era grotesca y digna de una pintura hecha por el mismo demonio.
No se encontró a ninguna persona o bestia que pudiera haber cometido un acto así de indescriptible. Solo Samuel yacía en medio de un charco de sangre.
Las paredes de la cueva, al igual que la mayor parte del suelo, estaba tapizada de restos humanos, trozos de piel, e incluso ropa de los niños del pueblo, pedazos amputados de dedos, manos, intestinos...
Algunas mujeres se desvanecían en brazos de sus maridos, otras tantas, salían corriendo de allí, espantadas a tal punto de perder la cordura, otras más, incluso vomitando.
Los hombres fueron por Samuel y lo tomaron por los hombros, pero el no respondía.
Decidieron llevárselo de allí y lincharlo entre todo el pueblo. Apenas podían creer que un niño de tan solo diez años, hubiera sido capaz de tal acto... Demoníaco, pero ante tales evidencias, era imposible probar su inocencia. Su sed de venganza fue cegada por el dolor que sentían, que ni siquiera se dieron cuenta hasta donde los había arrastrado.
Era una noche de luna llena, ya las dos de la madrugada para ser exactos.
A la mitad de la plaza había una hoguera, Samuel permanecía amarrado con los ojos en blanco,  mirando fijamente hacia el frente...
Y el fuego se inició.

El misterio de MarkenderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora