Como voluntaria de la biblioteca del instituto, cada viernes al llegar la hora del segundo patio iba a colocar aquellos libros que durante toda la semana han estado dejando donde mejor les parecía y maltratando como si un huracán hubiese arrasado cada una de las estanterías. Normalmente yo era la única interesada en los libros y en el cuidado de esa vieja sala, pero a primera hora de la mañana la bibliotecaria, que por cierto era mucho más joven que el profesor de educación física, me había hecho llegar una nota en la que me informaba de que había encontrado a alguien al que no le importaba ayudarme. Es el último día de curso y nos dedicamos a hacer una revisión de todos los libros para asegurarnos de que todo está en su sitio para el curso siguiente, ella es la que me ayuda cuando hay mucho que hacer, pero por lo visto al acabar las clases viajaba por su luna de miel y debía terminar de preparar las cosas para el viaje.
El timbre del segundo patio sonó hace unos diez minutos y como nadie aparecía por esos pasillos me puse manos a la obra antes de que se me echase el tiempo encima y tuviese que seguir al acabar las clases.
Al cabo de otros diez minutos escucho como la puerta chirriante se abre con rapidez al mismo tiempo que cantaba una de mis canciones favoritas.
- No te preocupes, como castigo te encargarás tú de revisar todas las enciclopedias de la tercera balda. – Ni siquiera le dio tiempo a decir su nombre, no quería perder más tiempo del que ya habíamos perdido a sí que todo se lo dije a espaldas y releyendo todos los títulos de la sección de clásicos. – Y créeme que el castigo es más por los daños sufridos en mis tímpanos.
- De verdad que lo siento, estaba aclarando un problema con un chico en el pasillo de al lado y no creía que se alargaría tanto. Pero me parece justa la condena, dudo que puedas hacerlo tú sin que se te cansen esos bracitos y mucho más dudo que tengas mejor voz que yo y mejor gusto musical.
¿Como se atreve? No tenía muy claro si eso era un piropo o es que tan solo me estaba vacilando para quitar la tensión que del primer momento. Me giro de golpe un poco tocada por sus últimas palabras y ahí estaba, parado a mi izquierda y con una sonrisa pícara de oreja a oreja, para nada me esperaba que alguien dispuesto a perder la hora de la comida para ayudar en la biblioteca llevase tal portada y mucho menos que le gustase el flamenco. Se trataba de un chico alto de un metro ochenta más o menos, ojos claros y pelo casi tan oscuro como su mochila, una cara fina y alargada y un bronceado de playa de esos que solo se ven en los modelos. Me lo había cruzado algunas veces por los pasillos y siempre me había preguntado si sería modelo de bañadores o algo por el estilo, la verdad es que tenía toda la pinta. Tenía un estilo algo particular y no sabría decir si se trataba de un aficionado al surf o al fútbol, a las motos o a la ropa de marca.
Se deshizo de la mochila negra que colocó junto a la mía, eran casi iguales si no fuese porque yo había adornado la mía con algunas chapas para poder personalizarla y que no fuese como las demás, y la suya tan solo llevaba un llavero en la cremallera inferior cuyo adorno principal era una foto muy pequeña en la que salía él con una niña pequeña de unos cinco años.
A penas pasaron unos minutos cuando escuchamos como una mujer empezó a chillar como una loca, soltamos todo lo que teníamos en las manos haciendo que todos aquellos libros desprendiesen el polvo que llevaban acumulado y salimos corriendo al pasillo, todos estaban en el patio de abajo por lo que tan solo los que estábamos en la última planta llegamos a escucharlo. Junto a nosotros salieron dos profesores que se habían quedado a comer en la clase para así poder adelantar trabajo, salieron en busca de aquella mujer, nos paramos unos enfrente de otros esperando a que alguno de los cuatro dijese que todo estaba bien, pero no fue el caso a si que seguimos corriendo hasta llegar a doblar la última esquina del pasillo dónde justo en el centro se encontraba la mujer de la limpieza con los ojos tan abiertos que parecía que se les iba a salir de sus órbitas y en frente de ella, un muchacho cuya cara estaba casi tan desencajada como la de la ella. Pedía a gritos que le diera de una vez por todas la explicación que nadie era capaz de darle, pero por la reacción de la mujer, ella tampoco la tenía.

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El minuto decisivo.
Dla nastolatkówMentiras que acaban en tración. Traiciones que acaban en enamoramiento. Vida que acaba en muerte.