Divina Trinidad • WONHAN-CHEOLSOO-JIGYU •

Drogas

Jeonghan desató la liga de goma de su brazo y la lanzó a una esquina de la habitación. Sus venas ardían por la sustancia extraña, pero la sensación de euforia que pronto aparecería hacía que todo valiera la pena.

Gimió satisfecho y buscó con la mirada su otra adicción: el lindo azabache de mirada filosa acostado en el sillón a su lado, con los ojos inyectados en sangre y un hilo de saliva bajando por su barbilla. Sonrió y se levantó dificultosamente para luego dejarse caer sobre su pareja, quien gruñó por el peso extra.

─Pesas... –Wonwoo susurra con dificultad, moviendo un poco sus brazos para reacomodar al pelilargo encima de él. Aún cuando la coca y éxtasis están haciendo estragos en su organismo, sigue estando lo suficientemente atento para reconocer la risa apagada de Jeonghan en su pecho. Agacha la cabeza y esconde su nariz en el cabello del contrario, suspirando ante el agridulce aroma de su champú y las drogas.

─El mundo está girando sin parar. –Se queja el mayor, aferrándose a la camisa de Wonwoo como si este se encontrara en mejores condiciones para protegerlo. Ambos se abrazan en silencio y sin buscar más que el calor ajeno, como lo han hecho por muchos meses ya.

Todo empezó por curiosidad, a los dos les gustaban mucho las fiestas y casi un año atrás, uno de sus amigos los había invitado y en el clímax de la noche, les ofreció de un polvo extraño que tenía acomodado en hileras en la mesita transparente de la sala de estar. Siendo un par de adultos, no eran ignorantes sobre lo que se les estaba siendo ofrecido pero, con una sonrisa y un apretón de sus manos entrelazadas, aceptaron con rapidez y se unieron a la "verdadera diversión".

La mañana siguiente prometieron que, mientras el otro continuara siendo su máxima adicción, podrían continuar. Y, a pesar de nunca decirlo en voz alta, sabían bien que estaban demasiado cerca de una sobredosis. Aprendieron a disfrutar de todas las drogas posibles, mas nunca a contenerse. Rezaban en silencio por llegar a la caída juntos, así dolería menos.

Jeonghan alzó un poco la cabeza y chocó sus labios contra los de Wonwoo. Si se concentraba lo suficiente, detrás de la piel reseca y el sabor amargo, seguía estando la intocable esencia de su azabache. El amor de su vida todavía era suyo, el veneno en sus cuerpos no podría arrebatárselo nunca. Sonrió y se escondió en el hueco del hombro de Wonwoo, sintiéndose cálido por las graves vibraciones del otro al reír.

─Te amo. –Wonwoo se lo decía siempre, pero ninguno de los dos se cansaban de oír esas palabras. Jeonghan besó su cuello con dulzura como respuesta. – ¿Quieres otra dosis más?