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d i e c i o c h o

Tenía el cabello bicolor, blanco y negro, alborotado e incontrolable, como si nunca en la vida hubiera siquiera pensado en peinarse

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Tenía el cabello bicolor, blanco y negro, alborotado e incontrolable, como si nunca en la vida hubiera siquiera pensado en peinarse.

Sus ojos eran un par de linternas, de orbes dorados y brillantes, enmarcados con aquellas cejas perfectamente arqueadas, que lo hacían lucir sencillamente sereno.

Su piel era ligeramente bronceada, sobre todo los brazos, puesto que las prácticas bajo la luz solar le dejaban marcas aunque usara litros y litros de protector.

Los labios los tenía de una perfecta proporción, rosados y suaves a la vista; y estaban siempre curvados en sonrisas tan brillantes como sus ojos.

Usako lo miraba y pensaba que era inalcanzable, tan diferente a ella que sus dedos jamás podrían tocarlo.

Usako lo miraba y pensaba que era inalcanzable, tan diferente a ella que sus dedos jamás podrían tocarlo

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