Capítulo 9

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Cuando llegó al salón que correspondía al Club de Lectura, ya había algunas personas sentadas en la ronda de sillas. La última reunión del Club fue el jueves anterior, un día antes de la "recaída".

Marcelo se sentó en una de las sillas, y puso el tanque de oxígeno frente a él y bajó su manija. Sacó de su mochila el libro Hojas caídas, ya que los demás tenían los libros en sus manos.

—Ojalá la profesora diga que cambiaremos de libro. —pensó. Le era difícil de procesar en su mente lo que le estaba sucediendo: La semana pasada le había dicho a Doris que Hojas caídas era uno de los mejores libros, que lo había leído una y otra vez. Pero ahora, sentía un tipo de resentimiento hacia el libro, quería alejarse de sus páginas. ¿Por qué?, ¿por qué de repente le invadió aquella sensación? ¿Acaso inconscientemente se dio cuenta que Hojas caídas era una "mala influencia" para él? ¿Era tiempo de "dejarlo ir"?


***

Doris entró al salón del Club de Lectura, y vio a Marcelo sentado —solo, como siempre— con la cabeza inclinada sobre su libro. El tanque de oxígeno frente a él, la cánula nasal en su nariz. Doris sonrió de manera involuntaria, verlo era algo gratificante. Se acercó con toda seguridad a él.

—Hola, Marce —saludó, inclinándose un poco.


***

—Hola, Marce. —escuchó que alguien le decía. Levantó la vista, y abrió más los ojos: ¡Era Doris!, ¡al fin estaban juntos otra vez!

—¿Puedo sentarme? —Doris dirigió su vista hacia la silla libre que estaba al lado de Marcelo.

—Mi soledad ocupa esa silla, Doris. —comentó Marcelo, con una triste sonrisa; lo que dijo no se alejaba demasiado de su realidad, ¿cuántas veces estuvo en medio de dos sillas vacías?, muchas veces.

Doris dejó salir una pequeña carcajada, pero se dio cuenta que no era del todo un chiste. Se sintió un poco culpable, entonces mientras se sentaba a su lado, dijo:

—"Quien fue a Sevilla, perdió su silla", tu soledad hizo sus maletas y se fue.

Marcelo rio, nunca le habían dicho algo tan gracioso como al mismo tiempo consolador. Doris tenía el poder de hacerlo sentir mejor, eso era maravilloso e increíble.

—¿Desde cuándo quiero hacerle sentir bien a Marcelo? —se preguntó Doris en mente. La semana anterior lo consideraba algo repugnante y tenía el deseo de estar alejada de él. Y, ahora todo había cambiado, ¿era el anhelo de querer hacerlo sentir bien o era lástima? Esas preguntas la atormentaban desde que lo conoció. ¿Qué era lo que sentía realmente?, ¿se estaba forzando a sí misma a quererlo?, ¿qué le estaba sucediendo? ¡Todo estaba sucediendo demasiado rápido para ella!

Más estudiantes entraban, el círculo de sillas ya estaba completo. Mrs. Suárez entró a paso rápido al salón, con su bolso marrón claro en donde guardaba sus libros.

—Buenos días, gente linda... —saludó, mientras se sentaba en su silla

—¿Y qué hay de la gente fea, Mrs. Suárez? —preguntó Joel Simpson, un chico del Noveno grado A de piel oscura. Era el "payaso" de la clase.

—No existe la gente fea. —contestó la profesora.

—¡Marcelo Maxwell es la excepción, profe! —exclamó Tom Newman, que increíblemente también estaba en el Club— Dios se habrá arrepentido por haberlo creado...

Cuando las hojas vuelven a caer...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora