Mi padre me hablaba de ver a un médico, a un psiquiatra, a un sacerdote oa alguien que pudiera ayudarme con las horribles imágenes de mi mente.
Al principio, no estaba muy interesado en la idea. No me gustaban las alucinaciones, pero tampoco me gustaba que me llamara enferma. No me sentía enferma en absoluto