† Prólogo

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Desquiciado Desastre

Después de mucho tiempo se gozaba de alegría desde la punta del sur, hasta el norte del infierno. Todos sus habitantes disfrutaban de unas pequeñas vacaciones llenas de paz, obviamente seguían castigando almas, pero lo hacían por gusto y con alegría. Toda aquella felicidad se debía a que el rey y la reina estaban en espera de retoños. Nadie sabía a ciencia cierta el número de herederos que esperaban, pero se sospechaba que eran más de uno.

Todos estaban emocionados por la llegada de los príncipes, incluso hasta el padre de Lucifer; este le había mandado un ángel de la guarda para cada uno de los niños. Lucifer se sentía feliz de saber que seguía siendo uno de los hijos preferidos de su padre. No le importaba que el mundo creyera que él era el malo de la historia.

Lucifer se sentía orgulloso de quien era. De todos los hijos de Dios, solo él había sido el elegido por su padre para asumir uno de los más grandes cargos. Jamás se iba arrepentir de haber aceptado reinar el infierno. Los humanos crían que Lucifer había traicionado al rey de los cielos por el deseo de poder, pero la verdad era que solo trataba de complacer a su padre.

— ¿Ya te decidiste por algunos nombres? —. Preguntaba Mania, mientras se encontraba recostada sobre un sillón de cuero color carbón.

Mania era un ángel que había abandonado el paraíso, perdiendo sus hermosas y grandes alas para siempre. Todo para estar junto al amor de su vida. Aunque estaba casada con el rey del infierno, a ella no se le consideraba reina. Lucifer había obligado a todos a llamarla como tal para no hacerla sentir mal, pero no podía evitar que toda la esclavitud hablaran mal de su esposa.

— Uno de mis hijos llevará por nombre Araziel, en honor a mi hermano Raziel —. Confesó Lucifer tocando con sus manos heladas el vientre de Mania, haciendo que esta se estremeciera un poco.

—Me parece perfecto... ¿puedo escoger yo el nombre de la niña?

Lucifer frunció el ceño.

—Depende. ¿En qué nombre estás pensando?

—Meridi... —. Soltó con emoción, esperando que el nombre le gustara al gruñón.

— ¿Meridi? —. Ella asintió mientras se mordía el labio inferior con desesperación—. Meridi... Nada mal, creo que me gusta.

Lucifer cerró los ojos para intentar ver detrás de la piel de Mania, no pudo evitar sonreír de oreja a oreja cuando dos pequeños rostros aparecieron en su mente. Ambos pequeños se encontraban tomados de las manitas. De un momento a otro los ojos de Lucifer se abrieron de golpe, y su rostro se transformó en absoluta sorpresa.

No podía creer lo que acababa de ver. No era posible, debía estar equivocado.

— ¿Qué ha pasado? ¿Los bebés están bien? —. Preguntaba Mania, tocándose el vientre con brusquedad y desesperación.

—No son solo dos como creíamos. Esta vez logré ver un tercer rostro, es triplemente más hermoso que los otros dos.

— ¿Qué? ¿Cómo puede ser posible? —. Decía incrédula.

—No lo sé. Al parecer los otros dos se están alimentando de él, y de alguna manera lo están matando. Ya no tiene brillo propio, por esa razón no he podido verlo. Pero esta vez él se ha esforzado para que lo vea.

Mania se levantó inmediatamente del sillón. No podía creer en las palabras de su esposo, y menos cuando él siempre había asegurado que solo eran dos bebés.

Lucifer estaba tan emocionado que quería volver a sentir el vientre de Mania, pero ella en su desesperación trató de evitar todo tacto, pero sus tobillos tambalearon y aterrizó sobre el suelo, dejando caer todo su cuerpo sobre su vientre. Lucifer inmediatamente corrió a su rescate, pero se dio cuenta que comenzaba a salir sangre de entre las piernas de Mania.

Ambos gritaron por ayuda, pero nadie los escuchó. Lucifer había dado la orden de que ese día nadie los molestara, y por lo mismo todos los sirvientes se habían alejado lo más lejos posible del lugar.

Él no iba a dejarla sola, así que no les quedaba más que comenzar con la labor de parto sin la ayuda de nadie.

Para los ángeles tener un bebé era igual o un poco más doloroso que para los humanos. Ya que perdían mucha de su energía espiritual, y quedaban completamente débiles, que si eran atacados no podrían defenderse a sí mismos, ni a sus pequeños.

Mania jamás se llegó a imaginar que lucifer se pudiera llegar a desmayar de la impresión de verla parir frente a él. Su frente se llenó de sudor cuando el primer bebé logró salir. El segundo fue un poco más complicado pero no le fue imposible, aún le quedaba un poco de fuerza para seguir pujando, pero necesitaba la ayuda de su esposo para sacarlo.

Lucifer con mucho asco tomó la cabeza del ultimó bebé dentro de la mujer que hace unas horas le había parecido la mujer más sexy del mundo. Estaba seguro que nunca iba a quitarse esa imagen de su mente. Con sumo cuidado jaló la cabeza del bebé, hasta tener todo su cuerpecito afuera.

El parto por fin había terminado.

—Dukister.

— ¿Qué? —Preguntó Mania, quien se encontraba cargando en sus brazos a dos de sus bebés.

Lucifer admiraba completamente enamorado al bebé que tenía en brazos. Fue amor a primera vista, sin duda aquel bebé pecoso sería su hijo favorito.

—Así va a llamarse mi hijo... —Sonrió, y casualmente el bebé también lo hizo.

—Duki significa desquiciado, y gracias a este bebé este parto ha sido un desastre... entonces se llamara Dukister, pero de cariño le diremos Duki.

—Bienvenido a casa Duki, papá y mamá no te esperaban, pero te amaran como si lo hubieran hecho —Mania dejó un beso sobre la frente del pequeño Duki, para después cargarlo entre sus brazos y mecerlo un poco.

Lucifer soltó una risita socarrona.

—Ya decía yo que papá se había equivocado. Él nos envió tres ángeles de la guarda.

Una pequeña familia de dos, se había convertido en una gran familia de cinco integrantes. Los hijos de seres mágicos eran diferentes a los hijos de los humanos, ya que estos casi no tenían niñez por la rapidez en la que crecían.

Lucifer casi ya podía imaginarse como sería su vida en un par de años. Tal vez estaría regañando a los trillizos por andar jugando en el salón del sufrimiento, o tal vez estaría muerto de la risa por ver como sus hijos eran unos diablillos por hacerle travesuras a todo el ser que se les atravesara.

Estaba tan contento, que nada ni nadie podría arrebatarle esa inmensa felicidad de las manos.

O al menos eso creía. 

Herencia Maldita  - 𝙳𝚄𝙺𝙸   Donde viven las historias. Descúbrelo ahora