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Yo no era un hombre de tomar ventaja o excesos, especialmente con las mujeres.
La rubia se rio y bromeó con los dedos alrededor de mis hombros. Sus uñas empujado cuando deberían haber acariciado, pero tendría un buen agarre en mi pene más tarde.

—Sí, vamos, cariño —dijo Rubiecita—. Cuidaré bien al señor Carson.

La morena arqueó una ceja que podría haber gritado una docena de obscenidades si no estuviera suspendida hasta la muerte, estirada y rígida de botox. Se humedeció los labios y volvió su atención hacia mí.

—Lo puedo entretener completamente por mí misma. —Respiró en mi oído—. ¿Cierto, bebé?
Olía a tabaco y a demasiados martinis.

Rubiecita frunció el ceño. La otra rubia se ajustó su blusa halter y dejó que sus pechos fueran los que hablasen.

¿Fogosas, intencionalmente hambrientas, mujeres con baja moral que compiten por la oportunidad de ser folladas por el mariscal de los Rivets? Sí, me gustaría tener esas probabilidades.

Le hice señas a otra camarera, frenéticamente limpiando un derrame. No dejó escapar la oportunidad de servir a alguien que no sea mi línea ofensiva, ya que pidieron otra jarra de cerveza y royeron los huesos de su tercer orden de alas de barbacoa.

No era más que una universitaria regordeta, empujando sus gafas y jadeando cuando la jarra se derramó. La alfombra se empapó de cerveza. Ella era linda, pero demasiado nerviosa. Me gustaba una chica con confianza.

—Otra ronda para estas damas. —Gesticulé por encima mi nuevo club de fans—. Lo que ellas quieran.
—Yo sé lo que yo quiero... —La rubia mordió su labio, sus ojos saltándose el coqueteo y moviéndose rápidamente a mi ingle.

La camarera suspiró y tomó su libreta y lápiz, sin embargo la rubia con blusa halter se burló ya que tuvo que repetir su orden sobre el ruido. Mi línea ofensiva rugió de risa y robó el control remoto, cambiándole a la televisión a un programa repitiendo uno de nuestros juegos críticos de la temporada pasada.

Uno de mis mejores pases fue destacado en plena gloria para que lo admiráramos. La mesa trastabilló, y vasos salieron volando. Las chicas se rieron. La Rubiecita pasó una mano sobre mi brazo lanzador.

Ella apretó el músculo.

Se rio. Ella aprendería muy pronto que esa no era la parte más dura de mí.

La camarera fue corriendo a la cocina y regresó, con la cara roja y quitando el cabello sudoroso de sus mejillas. Ella serpenteó la habitación, depositando bebidas y recogiendo platos. Esta vez, ella dejó la puerta abierta, y nuestra fiesta privada ya no estaba separada del restaurante. No era un gran lugar, sólo un pequeño bar de hamburguesas de moda que parecía una buena inversión para cuando renegociara mi contrato. Las hamburguesas eran grasosas, las mujeres atractivas, y ofrecía una noche de diversión sin fin.

Excepto que la dirección de Rivets dijo que técnicamente se suponía que ya no anduviera de fiesta en público. Dijeron que probablemente íbamos a causar una escena y nuestro comportamiento era difícil de llevar a los fanáticos.

Yo no entendía eso. Actuábamos como cualquier otro hombre de sangre caliente que tenía un par de millones para despilfarrar y la atención de mujeres de falda corta. Al parecer, eso era un problema. El equipo y la liga eran un dolor tan grande en el culo como mi publicista.

¿Cuál era el punto de ser rico, famoso, y tener un pene de veintitrés centímetros si no podías celebrar con él de vez en cuando?
¿O dos o tres veces a la semana?
Sólo vivía una vez. Me debía a mí mismo aprovecharlo al máximo.

Bad Boy's BabyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora