La conocí una noche, en un campo extenso y bajo una cúpula de nubes y estrellas, su mirar tímido hizo que la viera a los ojos con entusiasmo. Era bella, poco más de metro y medio de estatura, delgada y sencilla. La luz de la luna realzaba su belleza, me di cuenta que las horas pasaban y mi tiempo se iba en vano. Fue entonces cuando decidí hablarle para hacer algo ameno el rato de los dos. De a poco las palabras surgieron y la conversación variaba de temas sin ningún inconveniente. Su manera de mantener el diálogo vivo me gustó, tanto que pude entrar en confianza luego que ella me demostrara que se sentía cómoda hablando conmigo. Mientras, yo detallaba con calma cada rasgo de esa muchacha, tanto que aún tengo grabada aquella sonrisa que surgió cuando vio pasar una estrella fugaz y su dulce voz diciéndome “pide un deseo”. ¡Qué momento aquél! Ver una estrella fugaz no ocurre a diario… y verla junto a alguien que se volvió especial en ese preciso momento, mucho menos. Así que pedí mi deseo. ¿Cuál sería el de ella? Quisiera saber...
Lentamente fue amaneciendo. Observamos como regresaba el color de nuestros alrededores. En un momento, nos dormimos; yo sobre el engramado y ella sobre mi pecho. Al despertar, vi que me encontraba solo. En algún momento del amanecer, se fue. De la conversación, no recuerdo habernos dicho nuestros nombres, ni de donde proveníamos. Sólo sé que aquella extraña niña hermosa pasó a ser un recuerdo imborrable. Desde entonces, cada noche vuelvo al mismo sitio, a la misma hora, para esperar el paso de una nueva estrella y pedir el mismo deseo de aquella noche: volverla a ver.
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Historias nuestras
RomanceRelatos cortos de relaciones amorosas, algunos felices, otros no tanto.