—¿Seguro que no quieres venir con nosotros, Paul? Aún hay tiempo para que hagas una maleta de emergencia.—Estaré bien, no se preocupen. Tengo que quedarme a terminar unas canciones —mintió.
—Nueva York llorará tu ausencia —Linda se acercó a su esposo y le dio un beso de despedida —¿Me extrañarás?
—Por supuesto que sí —Paul sonrió y le colocó un mechón de cabello rubio detrás de la oreja —Anda, una tormenta se avecina.
Linda miró al cielo y acarició por última vez el brazo de Paul.
—Volveremos en tres semanas.
—Cuídense mucho y dale mis saludos al primo Ralph —Paul se recargó en el marco de la puerta —Nos veremos entonces dentro de tres semanas.
Linda asintió y cruzó el jardín a zancadas para subir al auto negro que la aguardaba ya en el portón de la casa con sus hijos dentro. Paul se despidió con la mano hasta que los perdió de vista y después cerró la puerta sin muchas ganas. Le había mentido a su esposa, pues en realidad no tenía que terminar nada, sino que el hecho de volar a Nueva York en esa fecha no se le antojaba en lo absoluto.
No en aquel 8 de diciembre de 1981.
Corrió prácticamente escaleras arriba y se encerró en su "sala especial" —que más bien era donde guardaba todos sus discos de colección e instrumentos —y se tiró en un amplio sofá que adornaba la habitación. El ambiente se estaba tornando oscuro por el atardecer, pero Paul no se molestó en encender alguna fuente de luz. Simplemente se recostó, sacó un cigarrillo junto con un encendedor del bolsillo de su jersey y lo encendió, dando una profunda calada que le acarició los pulmones.
No podía creer que en todo ese tiempo hubiera podido fingir tener una vida feliz al lado de una mujer y unos pequeños improvisados. No era que no los quisiera, al contrario, eran la mejor compañía del mundo, pero nada de eso se comparaba con el gran amor de su vida: John Lennon.
Se lamentaba tanto el haber perdido demasiado tiempo en discusiones estúpidas con su ex-compañero de banda, pero muy en el fondo sabía que era algo inevitable entre ellos dos. Y, aunque ninguno de los dos quiso admitirlo en el pasado, era evidente que las canciones hirientes que se dedicaban el uno al otro no eran más que actos desesperados de llamarse la atención entre ellos.
La gente creía que John había muerto odiando a Paul y que Paul continuaba odiando a John, pero a nadie le pasaba por la cabeza que eso no era más que un rumor patético de la vieja escuela. Quizás las peleas dieron mucho de qué hablar, pero esa fue la manera que ambos encontraron para decirse "Aquí estoy, no me olvides".
Porque John y Paul se amaban a pesar de todos los pleitos y groserías.
Un rayo alumbró la habitación en penumbra y la tormenta comenzó. En seguida, la frase que Linda le había dicho antes de salir retumbó en su cabeza: Nueva York llorará tu ausencia.
Pero lo que ella no sabía era que Nueva York estaba llorando en esos momentos la ausencia de John, en su primer aniversario luctuoso.
—Maldito bastardo —rió para sí —Sigues abrumando mis pensamientos aún muerto... claro que en el buen sentido, love.
A Paul le fascinaba utilizar esa palabra cuando se refería a John. Solía hacerlo desde hace muchos años, pero en ese momento donde la tranquilidad reinaba, era como disfrutar en su paladar un pedazo del fruto prohibido. Un fruto del que nadie, ni siquiera Linda, tenía idea.
—Es sólo amor —susurró Paul, dándole la espalda a la puerta de la sala aún con el cigarrillo encendido en los labios, pero cuidando de no quemar la vestidura del sofá —Y eso es todo.