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Los latidos se detienen, se entorpece el ritmo, se olvida el palpitar persistente, y se baila un vals a un compás inexistente

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Los latidos se detienen, se entorpece el ritmo, se olvida el palpitar persistente, y se baila un vals a un compás inexistente.

14 de julio de 1915
París, Francia

La tenebrosa estación de invierno con sus lloviznas leves no hacia mas que apremiar a los usuales trabajadores a salir de los establecimientos y correr acelerados a los amarillentos autos detenidos a un lado de la vía.

Un apacible y agradable tintineo proveniente de una dulce voz hizo eco en los desolados callejones de la capital francesa, alguien cantaba una canción de cuna.

Aún así, hubiera sido una noche común en la ciudad, a no ser por la sensación de terror qué corría lacerante por las venas de las habitantes, una sensación tan ensordecedora que provocaba la inquietud en los animales y en recién nacidos.

Era una noche sin luna o estrellas, sin nada mas qué la luz de los faroles y los aleteos de los cuervos que resonaban como aullidos en la sepulcridad de la noche. Y el extraño sonar de una nana.

Martinelli, o ¿Era Testa? a fin de cuentas el hombre había sido olvidado después de 10 años, solo la vaga idea del asesinato a base de venenos permanecía en la mente de los ciudadanos.

Si tan solo hubieran prestado mas atención su ciudad no estaría siendo asechada por una víbora.

En fin, el primogénito e hijo favorito de Martinelli o Testa, como fuera que se apellidara, estaba sentado en la galería abalconada del palco económico, -para mantener las apariencias- de la sala de teatro del centro de París, admirando con recelo una copia barata de Romeo y Julieta, porqué, qué mas podía ser, sino eso, qué tan bien pretendía imitar un parisino a un italiano, la obra era decadente, una bazofia.

Los ojos del actor que representaba a Romeo no presentaban mas qué deseo por el apretado vestido y las tetas salientes de Julieta, siendo qué el joven Romeo no destilaba mas qué inocencia. Él mas qué nadie, conocía esos detalles, él, qué era italiano, repugnaba esas insulsas actuaciones.

Puesto qué, Romeo era inocente hasta el hastío, inocencia que a él le hacia falta y a quien le atendería esa noche le sobraba, para aparentar por supuesto.

El tronar de los tacones negros marcaba la hora limite de una sentencia qué seria llevada a cabo en frente los ojos ignorantes de un inocente.

La cabellera azabache se movía sutil sobre un traje de mesera, enmarcando y resaltando la mirada filosa, demoniaca y demente de una enferma.

Los pecadores merecían un escarmiento, ella se los daría.

Sin embargo, cuando dejo la vajilla de plata en la fina mesa de roble, no espero qué el condenado rechazara su castigo.

Y debido a un leve cambio de planes, la copa cambio su rumbo y el potente veneno dirigido al Conde ruso, Vikaforov, fue tomado por el don nadie de apellido invaluado.

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