Introducción

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 INTRODUCCIÓN

Es una tarde fría de invierno. A pesar de que estoy bien abrigada tengo frío. Cuando me encuentro en casa, el lugar donde paso la mayor parte de mi vida, bueno, si es que a esta triste y penosa existencia se le puede llamar vida, el constante miedo, hace que casi siempre tenga escalofríos, que  me hacen temblar de forma continuada. Otras, el pánico  hace que se me hiele la sangre, dejándome paralizada.

Salgo de la cocina y me paro en el comedor, asustada e indecisa. Apoyo mis manos temblorosas en el respaldo de una de las ocho sillas que rodean la mesa en la que tomamos todas las comidas del día, excepto el desayuno que lo hacemos en la de la cocina,  está situada frente a uno de los tres ventanales, tan grandes que llegan hasta el techo. Comedor y salón están en la misma habitación que tiene forma de “L”. Los otros dos están al fondo, uno en cada extremo. Bueno, uno de ellos es la puerta principal, que es de cristal y encima de ella está todo acristalado, haciendo también las veces de ventana; con lo que entre las tres, entra mucha luz exterior, haciendo que la estancia esté muy bien iluminada.

Hoy está siendo una tarde un tanto rara. El frío y el miedo se hacen notar más que ninguna otra, y como siempre, pienso, y le doy vueltas en mi cabeza al asunto tratando de encontrar una solución a todos los problemas que me rodean, aunque eso es algo que llevo haciendo toda mi vida sin ningún éxito. Esos pensamientos son los que ocupan mi mente cuando una sensación extraña me saca de ellos. Es algo muy raro, una fuerza me atrae hasta la ventana. Quito mis manos de la silla y me acerco a ésta un poco asustada. Observo que está amainando la lluvia, aún cae, pero muy fina, nada comparado con lo que lleva lloviendo todo el día.

Es tarde y ya  empieza a oscurecer. A este lado de la casa hay una carretera de tierra que todavía no han asfaltado. Tan solo campo es lo único que hay un par de  kilómetros más allá,  hasta llegar al bosque, por la que pasa de vez en cuando algún coche o peatón camino de él. Hoy con el aguacero habrán pasado pocos, la meteorología no ha acompañado a ello. Con el paso del tiempo, la lluvia y las ruedas de los vehículos, se han ido formando unos charcos.

Esa misteriosa fuerza me llama, me impulsa a que me fije en ellos. Hace un rato estaban oscuros por el barro movido a consecuencia de la fuerza con la  que caía el agua. Ahora están transparentes, se refleja en ellos lo que hay alrededor. Hay dos, pero “eso”… lo que sea, me obliga a mirar el más grande. Me quedo mirando muy fija, siento algo extraño que me recorre todo el cuerpo y me estremezco. Es... como si algo, alguna energía misteriosa, me llamara a través de ellos. Tengo una sensación muy rara, no se... ya no tengo frío, es algo agradable. Calor. No lo puedo ver, pero lo percibo. Está saliendo del charco y se va introduciendo  en mi cabeza, desde ahí se transmite al resto de mi cuerpo. El miedo se ha desvanecido, empiezo a sentirme bien. Mis músculos, hasta hace un instante tensos, han dejado de temblar relajándose. Esa relajación hace que por un instante me olvide de todo.

¡Qué extraño!, no puedo evitar pensar, ¡es un charco! Me pregunto ¿por qué? ¿Qué me estará pasando? ¿Me estaré volviendo loca? Aunque por otra parte, eso no me extrañaría lo más mínimo, dada la situación que me veo obligada a vivir. Ese pensamiento, vuelve a traer la realidad a mi mente.

Giro con rapidez la cabeza hacia el interior y los observo ahí sentados, actuando como si nada pasara. Están  alrededor  del fuego, el cual arde espléndido y calienta toda la estancia, ayudado de la calefacción, que hace lo propio con el resto de la casa. Al instante mi cuerpo se  pone otra vez en tensión y empiezo a sentir de nuevo frío. ¡Me producen tanto pánico! Un escalofrío me recorre todo el cuerpo. Vuelvo a estar otra vez congelada y temblando de miedo. Me abrazo para intentar controlarlo, temo se puedan dar cuenta, las consecuencias podrían ser terribles para mí. De un tiempo a esta parte las cosas se han puesto peor que nunca, hasta el punto de que ya ni siquiera puedo respirar sin que ello suponga una molestia para ellos. Se me hace insoportable, e incapaz de soportarlo más, me estoy planteando de forma  muy seria... en ponerle fin de la manera que sea.

De nuevo tengo la sensación que me llama... me obliga a girar la cabeza y a  fijarme otra vez en los charcos. Ya apenas si se ven, pero al instante, vuelvo a sentir esa sensación tan agradable introduciéndose dentro de mí. Por segunda vez, empiezo a notar ese calor tan reconfortante que me relaja y me hace olvidar por unos instantes, mi triste realidad.

Esto es nuevo, no me había pasado nunca, me da miedo pensar que alguna espacie de trastorno esté afectando mi cordura, pero por otra parte... no me importa. ¡Este calor! ¡Esta sensación de bienestar! ¡Es algo que he sentido tan pocas veces...! Y tengo que reconocer que me gusta.

La llamada del aguaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora