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Sonaba un jazz dinámico y enérgico en el fondo de la sala. Esta estaba a reventar y lentejuelas, perlas y broches lucían resplandecientes con las luces tenues de las arañas que colgaban del techo. Marco se sacó su sombrero algo desgastado y miró a su alrededor con la boca abierta. Era la primera vez que estaba en un sitio así y simplemente alucinaba con todo lo que veía. Era un chico de barrio pero ese día se pudo colar en esos locales tan exclusivos de la gente rica. Sasha y Connie lo habían arreglado tan bien como habían podido y peinaron su pelo rebelde hacia atrás con kilos y kilos de gomina barata de la barbería del lado de su casa. ¿El motivo? El chico rubio que siempre observaba de lejos cuando iba a repartir los diarios. No sabía por qué pero ese chico de sonrisa burlona lo tenía loco. Sí, loco. Solo hacía que pensar en él y ni tan siquiera sabía su nombre. La única información que tenía era que ese sábado iría a la fiesta que celebrarían en uno de los locales más lujosos de París.
Tragó saliva y se irguió, cuadrando bien sus anchos hombros. Con su altura le era fácil controlar su entorno y rápidamente buscó la figura del chico. Buscó y buscó y no lo encontró. Le ofrecieron champán y torpemente aceptó la oferta. El tiempo pasaba y temía que lo pillaran. Como estrategia decidió escapar de allí e ir hacía los baños y fue entonces cuando lo vio. No era tan bajito como suponía y su pilla sonrisa era mucho mejor de lo que recordaba. Marco se quedó embobado y perdió la noción del tiempo. Solo podía observar al rubio. Sus gestos, sus ojos curiosos, como de perfecto le quedaba su traje y su sonrisa. Su maldita y perfecta sonrisa. El de pecas sonrió por si mismo y volvió a la realidad cuando notó que dos ojos lo miraban. Sus ojos. Por todo su cuerpo recorrió un escalofrío y una descarga eléctrica le hizo reaccionar y dar media vuelta para escapar de ese lugar. "Oye Jean, atiende cuando te hablo". Solo pudo oír eso antes de salir por la puerta y sonrió. "Jean", se llamaba Jean. Algo había conseguido.

Los días pasaron y Marco solo hacía que sonreír como un autentico idiota. Estaba feliz por saber su nombre pero ahora quería más. En esos días no había visto el rubio y eso le preocupaba un poco. Pasaron semanas incluso algún mes y Jean no aparecía. Marco solo hacía que recorrer esa zona repartiendo diarios, ganándose así, alguna que otra bronca. El de pecas empezaba a perder la esperanza y cada vez estaba más y más de mal humor. Incluso cuando lo hablaban soltaba algún gruñido. Pero, una vez, alguien le tocó el hombro mientras arreglaba una motocicleta, afición la cual le hacía ganarse un dinero que bien iba para la familia. Iba a girarse y a soltar una serie de gruñidos e insultos pero su cara cambió en el acto en cuando vio un rostro conocido pero a la vez lejano. Era él. Jean. Su Jean. El de pecas se quedó sin habla y vio como el rubio se cruzaba de brazos y alzaba una ceja esperando a que el otro se recompusiera. "En que puedo servirle, monsieur?". Marco intentó pronunciar esas palabras con un perfecto acento francés aunque las raíces italianas le jugaron una mala pasada con las erres. Vio como Jean dejaba escapar una pequeña risilla y no pudo evitar pensar que tenía delante la cosa más bonita y adorable que había conocido. "Dios, eres un maldito cursi Bodt" se dijo a si mismo. Jean, después de reírse de su acento, se presentó. Jean Kirschtein quería que Marco le ayudara con su motocicleta. En la ciudad corrían rumores que era todo un joven prodigio y el rubio, harto de ir a los mejores mecánicos de París, decidió visitar al tan famoso mecánico. Marco sabía que tenía fama pero solo con la gente pobre ya que arreglaba sus vehículos a cambio de especies o a muy buen precio. El de pecas, aún descolocado por todo, pero sin dejar perder esa oportunidad, aceptó ser el mecánico del señorito Jean y quedaron en verse al día siguiente, después que el de pecas acabara de repartir los diarios. Oh Dios mío, no os podéis imaginar lo sumamente estúpido que estaba Marco Bodt esa noche.
El moreno acabó rápido con su reparto y esperó con impaciencia la visita del rubio en su taller improvisado. Ese día iba bien peinado, o al menos un intento. Llevaba su boina habitual pero limpia, igual que sus zapatos y pantalones. La camisa y el chaleco ya eran otra cosa, ya que este último se lo quitaba para trabajar, así que no habría ningún problema. A las 11 de la mañana, Jean apareció con dos mozos los cuales llevaban la motocicleta. Era la más nueva y moderna que había en el mercado y Marco la admiró largamente. Jean le explicó que era un regalo de su padre y que, como era extranjera ya que venía de Norteamérica, no sabía muy bien como iba. Marco empezó son su discurso de experto. Habló y habló sobre motores, cables, manillares, espejos y miles de cosas más y Jean disfrutaba. Pocos le hablaban con esa confianza. Al fin y al cabo era el hijo del Alcalde de París. Aunque dudaba mucho que el moreno lo supiera y eso le gustaba. En realidad estaba encandilado por el más alto. Le gustaba su naturalidad, su voz, su entusiasmo, su sonrisa y sobretodo su piel morena recubierta de esas miles de pecas.
Marco y Jean pasaron muchos días juntos. No cada día como les hubiera gustado ya que Jean tenía que atender sus responsabilidades y Marco lo esperaba pacientemente en su taller. Un día lluvioso Jean apareció en medio de la noche. Por suerte ese día Marco tenía mucho trabajo y aún estaba en su pequeño taller. El rubio entró corriendo, mojado de arriba a bajo. El de pecas lo fue a socorrer y con una toalla lo secó con paciencia, esperando a que el más bajito dejara de temblar. Marco no sabía lo que pasaba pero Jean estaba muy raro. Después de secarlo un poco fue a preparar un buen café para que recobrara el calor y se sentó a su lado, esperando que, ya su amigo, hablara sobre lo que le preocupaba. "Voy a casarme" dijo el rubio con un hilo de voz. Marco se quedó sin respiración. Parecía como si un mazo le hubiera dado en todo su esternón. No sabía que decir o que hacer solo se quedó mirando al chico que temblaba a su lado. Suspiró y cerró los ojos y, en ese momento, notó como unas manos agarraban su camisa sucia de grasa y como unos labios rozaban los suyos con torpeza. Jean lo estaba besando y él le devolvía el beso. Era un beso tan esperado pero sabía tan amargo. Marco rodeó el cuerpo de Jean y ambos se fundieron en uno. Sabían que solo tenían esa noche y no la desaprovecharían. El moreno abrazó el cuerpo del rubio con cuidado, sin querer hacerle daño. Besó cada milímetro de su piel, saboreando y recordando su tacto. Esa noche era suyo. Grabó en su mente como Jean se aferraba a el cuando su miembro entró en él, cuando lloraba debajo de él, cuando pedía más. Grabó cada lágrima, cada sonrisa y cada sonido. Lo grabó todo porque sabía que a la mañana siguiente ya no sería suyo.

Pasaron años de ese encuentro. Jean se había casado con la hija de un magnate y ocupó el lugar de su padre. Marco nunca se casó. Siempre lo esperó en su pequeño taller. El de pecas fumaba un cigarro cuando contaba los años que habían pasado. Él tenía 35 y se conocieron a los 20.. 15 años sin saber nada más del rubio que solo en las noticias. Suspiró y tiró el cigarro el cual fue a parar a unos zapatos bien encerados. Marco pidió disculpas y al alzar la vista vio a un hombre rubio, esbelto y con una pequeña sonrisa burlona en los labios. "Cuanto tiempo, Marco" susurró Jean sacándose su perfecto gorro. Jean había vuelto y esta vez, para quedarse.

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⏰ Última actualización: Jul 15, 2017 ⏰

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