Congelada (Frozen)

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Todos decían que estaba congelada, completamente helada por dentro; tanto que era incapaz de sentir nada.

“No es capaz de sentir  amor, sólo puedes sentir odio.”

“Sí, únicamente es capaz de sentir odio en ese corazón tan helado como un pedazo de hielo.”

Hielo… Hielo.

Ella era puro hielo.

La nieve caía densamente del cielo; pequeños copos que bailaban en la tenue brisa para, finalmente, caer en el suelo ensangrentado dando un toque dolorosamente puro a aquel campo de batalla perlado de cadáveres y podredumbre.

Sobre su cabello blanco cual la nieve que había conjurado, se adherían los copos al igual que sobre su cuerpo y sobre la piel desnuda de sus brazos y piernas. Quería moverse, dar los pocos pasos que la separaban de él, pero no podía. Estaba completamente paralizada, como si, al fin, su cuerpo se hubiera tornado puramente de hielo duro y firme.

El corazón no le latía y un súbito deseo le atenazaba la garganta a la vez que sus entrañas se revolvían y se contraían haciendo que su cuerpo se convulsionara débilmente y sintiera ganas de expulsar todo lo que tuviera dentro.

Pero en su interior no había nada, sólo frío; uno que había llevado como una segunda piel desde el día de su nacimiento. El día que vio el mundo la niña maldita con el don del hielo. El don de poder hacer salir de la nada carámbanos helados y copos de nieve con sólo desearlo; conjurándolos con la mente y gráciles movimientos.

Pero nadie debía saber quién o qué era puesto que una antigua profecía decía que, cuando llegara la maldita, destruiría el reino entero sin misericordia y piedad. Y eso hizo Skaoi: cumplir con el destino que los dioses Aesir habían tejido para ella.

Lo había destruido todo. No había tenido piedad. ¿Y qué era la piedad? Ella era incapaz de sentir nada después de que Alarik le destrozara lo único que la hacía ser humana; el órgano vital que latía por él y que era capaz de proporcionarle un mínimo de calor. Y él la hirió de muerte haciendo que todo el poder infernal y destructivo que había dentro de ella, saliera a la superficie con un único fin: la destrucción.

Su destrucción.

Y allí estaba.

Skaoi deseaba llorar. Deseaba derramar las lágrimas que portaba dentro de su alma durante tantísimos años, pero era incapaz de derramar ni una mísera gota puesto que se congelaban antes de ser capaces de salir al exterior. Y dolía mucho, tanto que gritó al cielo gris con todas sus fuerzas sin importarle el desgarro de sus cuerdas vocales. ¿Qué había hecho? Las lágrimas se clavaron en su pecho muerto, en su alma maltrecha como puñales despiadados dispuestos a matarla en vida.

Cayó al suelo sin dejar de gritar, de gemir, de sollozar sin lágrimas sujetándose el pecho congelado. Rezó a los dioses, rogó piedad al gran Odín sabiendo de ante mano que todo era inútil, que se había condenado para toda la eternidad en el hielo. Sin poder levantarse, se arrastró sobre la nieve y la sangre del lugar hasta él: hacia su Alarik.

Haciendo un gran esfuerzo, Skaoi se arrodilló al lado del cuerpo sin vida de su amado. Tenía los ojos abiertos y su corazón aún latía; respiraba incluso. Ella sollozó acercando su mano derecha a su rostro ceniciento, ensangrentado y ojeroso para apartarle la nieve allí establecida. Se estaba muriendo. Ella había propiciado su muerte prematura. Alarik la miró con los ojos lechosos y perdidos en el profundo infinito agónico del final.

-          Te amo – susurró con su último aliento.

Todo se rompió.

La nieve dejó de caer y las lágrimas de ella se liberaron de su prisión helada para derramarse por su rostro contraído por el sufrimiento y el dolor. La desesperación.

-          ¡Alarik! Alarik… perdóname, perdóname por favor. Te amo, te amor – sollozó.

El sordo dolor de su corazón se derramó y salió al fin de su maltrecho cuerpo, mutilado por su sino, por todos aquellos que habían hecho lo imposible por separarles. Ya no quedaba nadie, ni siquiera quedaba ya aquel amor inocente y verdadero. Sólo quedaba la nieve y la sangre.

El dolor y el hielo.

Skaoi, desecha y muerta, acercó su rostro al de su amado y besó sus labios rojos dejando que el poder de su interior se desatara. Rodeando el cuerpo de Alarik, dejó que su piel se transformara en hielo, que toda ella desprendiese hielo para que éste rodeara sus dos cuerpos. Sin prisa pero sin pausa, el cristal helado fue rodeando sus cuerpos y extendiéndose a su vez por todo el lugar.

Sí, lo congelaría todo. Haría que aquella tierra fuera parte de ella y de su eterno dolor. Su muerte eterna para estar junto a Alarik hasta el fin de los tiempos. Hasta la llegada del Ragknarök. Cerró los ojos mientras hacía que un pedazo de hielo atravesara su corazón. Sonrió cuando el alivio recorrió cada fibra de sus ser y la luz se extendía hacia ella para abrazarla y acunarla.

Al fin todo había terminado.

Al fin podía estar con Alarik

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