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No había escapatoria, pero Sei continuaba corriendo

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No había escapatoria, pero Sei continuaba corriendo. Aún podía sentir el calor del fuego y el olor a quemado lastimaba su nariz. Gritos por todos lados. El bosque era un laberinto oscuro a medida que la casona y los árboles en llamas quedaban atrás.

El galope de los caballos se escuchaba más y más cerca, se sentía rodeado.

Sei ya no pudo más, los músculos de sus piernas se sentían desgarrados. Un jinete se plantó delante de él.

El caballo relinchó alzando sus patas. Sei, al borde de la asfixia cayó de rodillas y pronto otros jinetes formaron un círculo a su alrededor.

—Están todos muertos—dijo uno de ellos—¿qué hacemos con este?

Sei levantó la mirada hacia el jinete que estaba delante de él. Sabía que él era el siguiente.

—Traíganlo,ya sé para qué nos va a servir—soltó una carcajada y se giró sobre su caballo y se adentró en el bosque a todo galope.

Sei tembló. Hubiera preferido morir ahí mismo y unirse a su familia en la otra vida . Cuando uno de los hombres lo agarró por la cintura y lo levantó Sei sintió que su alma se había quedado en el suelo.

El hombre montó a Sei en un caballo y luego lo hizo él. Atrapando a Sei entre su cuerpo y el del animal.

—Si lloras te va a ir peor con él—dijo el hombre cabeceando hacia su líder.

A medida que avanzaban en la oscuridad, Sei comprendió que ya nada sería igual. Se cubrió la boca y lloró en silencio.

***

Al cabo de una semana Sei se encontraba en una habitación pequeña y austera. Su cuerpo aún tenía algunas raspaduras, pero los cataplasmas de hierbas medicinales aliviaban el dolor.

Se colocó una túnica delgada que reposaba sobre la cama. Y tuvo que dar varias vueltas al lazo en su cintura para que ésta se quedara en su lugar. A continuación Sei se dejó caer despacio sobre la cama y la túnica le resbaló por uno de sus hombros.

Ya no tenía más lágrimas, sin embargo su corazón se encogía cuando pensaba en su hogar y en su familia.En su apacible vida en las colinas. En todo lo que ya no volvería a ver.

Si tan sólo sus hermanas hubieran logrado escapar...

Sei sacudió su cabeza.

De haber sido así, seguro habrían corrido su misma suerte. Secuestrado por los hombres malos de los cuales había escuchado hablar una y otra vez desde pequeño, no imaginando que algún día atacarían su hogar.

Sin embargo Sei creía que sus hermanas eran mucho más fuertes que él, que habrían encontrado una manera para escapar.

Cerró los ojos y recordó sus rostros sonrientes, sus cabellos largos al viento. Los tres juntos corriendo por la llanura y jugando día tras día. Sentados a la orilla del lago mirando tantos atardeceres, y durmiendo muchas siestas bajo el roble.

Esclavo AmanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora