Relaciones tóxicas.

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La conocí una noche, la observé desde lejos, solía ser una chica alegre, con el corazón volcado hacía el lado de la felicidad.

Nunca la habían herido, era un alma intacta, sin manchas de tristeza ni pequeñas heridas.

Aquella noche quiso hacerme compañía, nos dirigimos hacia el lado opuesto del precipicio y me agarró fuerte de la mano, mi alma ya estaba desteñida, así que acepté que no habría ningún problema en destruir la suya.

El tiempo huía y ya no podiamos traerlo de vuelta, el cosmos nos advirtió de que lo nuestro iba a ser más efimero que una estrella fugaz.

Ella me contaba sus miles de teorías, sus miedos, inseguridades, pesadillas, secretos, complejos.

Tuve miedo de que confiara en mí tan rápido, porque después yo usaría esa información para inundarle la vida.

El reloj seguía su ritmo.
Y cuando por fin amaneció, justo en ese instante más cercano a la felicidad donde parecía que el mundo iba a hervir, me alegraba de haberla conocido.

Nadie se puede ir de esta vida sin haber probado el amargo sabor de la tristeza.

Tenía que herirla, manchar su ser.
Así que desde ese momento la llevaba por el camino oscuro para dejarla allí y abandonarla.

Así que sí.
Yo fui quién le rompió el corazón en bastantes ocasiones.
La destrocé emocionalmente.

Me gustaba venderle ilusiones rotas.
Ilusionarla con promesas que jamás iba a cumplir.
Buscar abrazos en otros brazos y besos en otras bocas.
Inventarme cosas para que la tristeza le hiciese una visita.
Golpear con palabras su baja autoestima.

Infinidad de veces le mentí.
Y miles de veces fingí que la quería.

Era una chica inocente y muy poco preparada para el mundo y yo fui quién le enseñó como funcionaba el amor. También fui quién dejé heridas en ella que conservará mientras viva.

La dañé, la engañé, la empuje hacia el abismo con furia y le pagué un billete de tren hacia la tristeza solo de ida.

A veces me abrazaba, se apoyaba sobre mi hombro y me pedía por favor que parase, pero yo solo sentía deseos de dañarla.

Me encantaba decirle que era un ser despreciable, entre otros insultos más vulgares, porque me creía cada palabra que salía de mí.

Ya llevábamos años dentro de ese bucle.
Me salvaba y yo la destruía con sigilo.

A pesar de que ella me salvó de morir ahogada entre mis miedos no podía hacerla feliz.

Ella fue como la única voz cuerda que me guiaba en un manicomio.
Y yo una pistola sobre su cabeza que a cada segundo amenazaba con disparar.

Ella fue mi hogar y yo las olas de su mar que nunca permitían que hubiera calma.

Ella me dio vida.
Yo le entregué muerte.

Le prometí que lo nuestro nunca acabaría, pero mis promesas siempre eran mentira y el cosmos ya nos había avisado.

Ella me quería porque yo había logrado engañarla con mis manipulaciones.

Le metí miedos en la cabeza, la acomplejé, le rompí sus ilusiones, y en ningún momento la dejé ser libre.
Le corté sus alas y la até a mí.

Y llegó la calle sin salida.

Ella no podía más, intento huir de mí.
Pero es difícil huir de una relación tóxica.
Tan difícil como vivir en calma.

Aunque me sienta miserable a veces, confesaré que disfruté mucho destrozándola, arruinando su interior, hundiendo su felicidad y sacando a flote su tristeza.

Convertí a una chica alegre en una chica triste y rota.

Y ahora que ella no está me alegro de haberla marcado.
Necesitaba hacerla fuerte para la vida y no una chica vulnerable y débil fácil de manipular.
Y eso solo se consigue con maldad.

Aunque también la hice feliz durante un tiempo, pero solo con el propósito de herirla durante años.

Esperé a que el volcán se pusiera en erupción para empujarla hacia él.

Ahora ella no está, estoy escribiendo esto en un apartamento, a mi lado hay una chica, ella es la siguiente.

Esto (No) Es Poesía.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora