-1.

82 5 0
                                    

Abro los ojos lentamente, acostumbrándome a la luz del cuarto en el que me encuentro. Es una pequeña habitación de color gris, y por lo que parece, el mobiliario de ésta se compone de una cama y una mesita de noche . También hay una ventana justo encima de la litera, pero no puedo acercarme. 

Unas anchas correas de cuero atan mis muñecas y mis tobillos. Comienzo a forcejear intentando liberarme, pero lo único que consigo es lastimar las partes atadas. Comienzo a gritar. Grito tan fuerte y tanto tiempo que noto una irritación en mi garganta cada vez mayor. Pero nadie aparece, es como si estuviera sola en aquel lugar. 

Tras estar un buen rato tumbada, la puerta se abre y entra una chica. No aparenta ser mayor de los treinta, es bajita pero bastante fuerte para su estatura. Me sonríe tímidamente mientras saca algo de su bolsillo. Cuando está lo bastante cerca, puedo ver la jeringuilla llena de un líquido plateado. Me mira un segundo y me dedica una mirada de lástima, acto seguido hunde la jeringa en mi cuello.

-Es por tu propio bien, hazme caso.- dice con una voz ronca, pero con cariño. Se gira y comienza a caminar hacia la puerta, pero entonces se gira.- Yo que tú, dejaba de forcejear con esas cuerdas, no conseguiras nada. 

Acto seguido cierra la puerta y la habitación comienza a rebosar de este silencio tan doloroso. No sé cuanto tiempo paso tumbada en esa cama, pero supongo que han sido horas. Mis párpados pesan cada vez más, y me cuesta mantener los ojos abiertos. Hasta que cada vez más, la oscuridad me rodea.

-Ya la podemos trasladar a la habitación normal, no es necesario que esté en cuidados intensivos más tiempo. Pero necesitará el suero un par de semanas más, hasta que la tengamos completamente dominada.- dice una voz masculina a mi izquierda.

Quisiera abris los ojos y ver a las personas que me rodean. Pero me siento tan débil y con tanto miedo que permanezco tumbada escuchándo como discuten sobre mi salud mental usando unos términos desconocidos. Hasta que otra vez vuelvo a quedarme dormida.

El sonido de una sirena consigue traerme a la realidad. Noto una libertad en mis muñecas y mis tobillos. Estoy en otra habitación, aunque se distingue poco de la primera. Consigo levantarme de la cama, y me acerco poco a poco a la ventana intentando adaptarme a la claridad. Todo lo que consigo ver es el cielo azul y muchos árboles. La puerta se abre de repente y entra la misma mujer del otro día. Consigo trae una silla de ruedas.

-Oh, veo que ya estás despierta. Esto, el otro día no tuvimos oportunidad de conocernos. Me llamo Leah, y soy la encargada de novatos como tú.- y me regala una gran sonrisa.

Pero yo no reacciono igual, sólo me quedo ahí. Mirándole con la misma expresión y sin moverme. Al ver mi reacción, se acerca un poco más con la silla de ruedas.

-Esto es por la cortesía de los encargados, dicen que ver las instalaciones en ruedas es mucho mejor.

-Yo no quiero ver las instalaciones, no quiero estar aquí. Quiero irme a mi casa.-digo con la voz firme.

-Mmm... Verás, por ahora no podrás irte de aquí. Estarás por aquí algún tiempo, y después te prometo que te irás a casa. Pero sólo si colaboras y te portas bien. ¿Trato?

-Trato.-digo tras pensarmelo un poco, al fin y al cabo, así podré ver de cerca este lugar y planear mi plan de escape.

Me siento en la silla de ruedas y dejo que mi acompañante me guie. El viaje no resulta tan desagradabe como pensaba, el hospital, o lo que parece serlo, es un lugar bastante grande y por muy extraño que parezca es incuso bonito. Durante todo el recorrido Leah no para de imitar los típicos guías turísticos mientras hace chistes sobre el lugar.

Me deja justo delante de la puerta en la que con letras grandes pone "comedor", según ella, debo dar ese paso yo sola. Así que me bajo, y abro la puerta. Es una sala muy grande, con un monton de mesas llenas de personas con el mismo uniforme de color amarillo. Algunos de ellos se giran cuando aparezco y me contemplan, pero acto seguido se giran y siguen a lo suyo. Recojo el desayuno y me dirijo a una de las mesas solitarias. Cuando me acomodo, contemplo disimuladamente a todas las personas. Algunos de ellos parecen felices, ocupados en sus conversaciones. Otros tienen cara de pocos amigos. El reloj de una pared llama mi atención, parece ser que marca el tiempo destinado a la comida. Quedan menos de diez minutos, y yo aún no he comido nada. Así que comienzo a engullir el pure extraño que tengo en mi plato.

-Veo que vas tan drogada que esta mierda te parece fascinante.-dice un chico que se sienta a mi lado y señala la comida.- Quería darte la bienvenida a este infierno que tendrás que llamar casa. 

Antes de que pueda decir nada, suena la misma alarma que me despertó y antes de que pueda darme cuenta, el chico ha desaparecido en la multitud de las personas que dejan el comedor.

Atrapados.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora