EL AMULETO DEL DESTINO

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El cansancio acumulado de toda la semana me está matando y no de manera física sino que también mental. Sabía que el trabajo conllevaría estrés pero no de esta manera.  Pensar que un mes antes era una integrante más de los desempleados y ahora estoy en mi primer empleo. El problema es mi falta de costumbre, ese debe ser la razón.

Al principio todo fue gran expectativa y emoción al ser contratada como asistente. Mi alegría estaba por las nubes porque para rematar mi suerte fui seleccionada por una prestigiosa empresa. Pero todo cayó cuando me fui adentrando a la vida rutinaria del trabajo y con eso mis expectativas iniciales. «Es solo que es una nueva etapa de mi vida que debo atravesar como adulta de veinte años que soy, además no quiero demostrarle a mi familia como me siento. Con que me consideren perezosa ya es suficiente para mí como para agregarle a mi larga lista algo más de las cuales se burlen.»

Me preparo un café recargado para soportar este último día de la semana. Con solo pensar que cada vez se acerca el fin de semana me siento más decidida a terminarlo con una gran sonrisa.

«Al parecer hoy no es mi día»

Suspiro para no maldecir y utilizo la poca paciencia que me queda para caminar con dignidad hacia la oficina.

Mi cabello pegado al rostro es algo que no pasa desapercibido por los transeúntes y mucho menos el maquillaje corrido. Tendría que haber hecho caso al pronóstico del noticiero pero no, como siempre tengo la mala costumbre de confiarme de aquel maldito día soleado. Levanto la mirada hacia el cielo ahora despejado y  maldigo internamente al sol resplandeciente. Mis pasos son detenidos abruptamente cuando choco de frente y termino sentada en el suelo. Veo al causante de mi caída y es un poste de luz. Me duele demasiado la frente y la nariz como para pasarlo por alto. Me paso la mano por el rostro y toco un líquido tibio entre mis dedos. «Bingo, ahora mi nariz sangra por el golpe. ¿Qué más puede sucederme por el día de hoy?»Mi pregunta es respondida con algo desconocido cayendo sobre mi cabeza, levanto la mano con un mal presentimiento y cuando lo veo; cierro los ojos para no gritar de frustración. Maldita paloma que no puede hacer sus necesidades en otro lugar que no sea mi cabeza.

—Estas sangrando mucho— llega una grave voz masculina a mis oídos.

—Gracias por el aviso, no me había dado cuenta de ese hecho— suelto mordaz sin preocuparme por mis modales en estos momentos.

—El golpe afecto tu humor además de tu nariz— aquel molesto hombre se acuclilla frente a mí y me ofrece un pañuelo.

Levanto el rostro para ver al hombre de alma caritativa y cuando lo veo me quedo pasmada. ¡No puede ser! Justo él entre los miles de hombres que circulan por la calle tiene que ayudarme. Suspiro pausadamente mas por el dolor que para ocultar mi asombro.

—Vamos no seas tímida acepta el pañuelo o ¿quieres asustar a la gente con esa cara? No querrás que tengan pesadillas por las noches— insiste acercándolo más a mi rostro.

—Tus palabras no son de gran ayuda para alguien en mi situación— le arranco el pañuelo de sus manos para secar la sangre que escurre por mi nariz mientras lo fulmino con la mirada.

¡Qué fastidio de persona! Ni una palabra de consuelo. En estos momentos no me importan sus modales, hay otras cosas que circulan por mi cabeza que son mucho más importantes.

Para comenzar tengo que asearme y solo lo hare cuando llegue al trabajo. Decidida me levanto y con la frente en alto camino hacia la oficina ignorando al hombre a mi lado.

—No creo que al señor Ayala le agrade que una de sus empleadas lleguen con esa apariencia. Recuerda que hoy llegan unos inversionistas del extranjero y si te ven no ayudaras mucho a la empresa.

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