Ese adiós que nunca llegó.

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Esa mañana todo estaba nublado. Ni un misero rayo de sol entraba por la ventana. Yo sabia que no podía ocurrir nada bueno en un día como ese, triste, sin color. Y en efecto, no andaba muy mal encaminada.

A pesar del gris del cielo, el día no pudo comenzar mejor. De hecho, debía haberlo imaginado. Era demasiado bonito para ser verdad.

Todo empezó como jamas podría imaginar. Me diste los buenos días, sin yo escribir primero, me diste las gracias por haber entrado en tu vida de ese modo, como una superheroína, dispuesta a salvarte pese a todo, y lo mejor de todo, me dijiste "¡Te Quiero!". Y no sin querer, no sin doble intención, no, lo dijiste entero y de verdad. O eso creí yo.

Quedamos para despedirnos, terminaban las vacaciones de Navidad, era hora de volver a la realidad, volver a la rutina iba a ser difícil. Después de todo lo vivido hasta aquel día, volver a la normalidad podría llegar a ser duro. Dos ciudades diferentes, solo vernos los fines de semana. Pero estábamos demasiado cegados en la intensidad de nuestra relación como para hacernos esa pregunta, ¿como nos afectaría volver a la normalidad? Supongo que habríamos contestado con un rotundo "De ninguna forma, todo seguirá igual. Lo nuestro puede con esto y más", o igual no. Que ingenua yo. Pero, me prometiste tanto...

Ese mensaje diciéndome que ya habías llegado a casa, esas mil llamadas sin responder el día de tu cumpleaños, esos mensajes que probablemente fueron directamente borrados. Ese "El teléfono marcado no existe". Esa sensación de no volver a saber nada de ti y no poder hacer nada para cambiarlo.

Aun sigo esperando a que tengas el valor de plantarte delante y decirme que no me quieres, que nunca lo hiciste, que todo lo que pasó fue solo mera diversión, y que lo nuestro jamas empezó. Aun sigo esperando que me digas que todo se acabó, sigo esperando el adiós que nunca llegó.

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