Día de lluvia

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Hoy era uno de esos días que tanto odiaba: humedad, nubes cargadas de agua y cielo gris. Todo combinaba perfectamente con el humor de mierda que se cargaba. Supo que sería un mal día desde que confundió la sal con el azúcar y echó a perder su última taza de café. ¿Acaso era un castigo divino? Refunfuñando, aquel intento de ser humano se esforzó por mantener la poca calma que tenía; total, el día sólo tenía 24 horas y ya había sobrevivido las primeras 8 durmiendo.

Era domingo y todos sus planes se arruinaron con la amenaza de lluvia; no podía lavar la ropa o tomar el desayuno al aire libre como era su costumbre. Realmente odiaba los días lluviosos. Odiaba tener que pasarlos solo y encerrado en su casa, odiaba no tener a quién prepararle una bebida caliente, odiaba no tener con quien envolverse en las cobijas mientras veían una película, odiaba no tener a alguien que cubriera sus oídos cuando los truenos sonaban o cuando el viento soplaba y hacía las ramas de los árboles chocar con su ventana, odiaba no tener con quien regresar a la cama y acurrucarse debido al frío, odiaba no tener a quien besar bajo la lluvia, odiaba no tenerlo a ÉL.

Quien dijo que el dolor pasaría con el tiempo le mintió, así que su mejor amigo se unía a la lista de cosas que odiaba en un día lluvioso. Cuando menos lo esperó, se encontró a sí mismo parado frente a la ventana. El sonido de las gotas estrellándose en los cristales le recordaba al sonido que hizo su corazón al romperse poco a poco con cada paso que ÉL dio y que alargó la distancia entre ambos. Uno, dos, tres, veinte, doscientos, mil trescientos sesenta y siente, tres mil veintiséis, ocho mil novecientos, un millón. ¿Qué tan lejos de él estaría ahora? ¿Estaría en la misma ciudad viendo la lluvia caer y pensando en él? ¿Estaría con alguien abrazado y bebiendo chocolate caliente?

La tristeza que se fue acumulando en esos momentos se vio reflejada en un profundo suspiro que empañó el vidrio frente a él. Y como hacía cada vez que llovía después de odiar las mismas cosas y de cuestionarse las mismas preguntas, utilizó su dedo anular –aún con la sortija de pareja en él- para dibujar un corazón deforme, sonriendo al recordar el apodo que tenía sólo para ÉL y que era un juego de palabras entre el nombre y su "dibujo abstracto". 

«He dejado de llover, pero sigo pensando en ti.» Tao suspiró de nuevo, el aire que dejaba sus pulmones iba cargado de recuerdos, de momentos, de olores, de Hun.

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