Soy tímido, lo admito. Pero aquella tarde del 3 de agosto, lo cambió todo. Mi Curso, organizaba una reunión en el rascacielos de la ciudad. Allí estarían todas las grandes divas de la clase, las favoritas por todos; Janette, Clarelie, Amanda, Sinroa... esta ultima era la que más había hecho mella en mi corazón, pues su belleza era tal que ni todas las perlas del mar juntas le harían justicia. De camino al ático, el ascensor (bastante pequeño, por cierto.) daba la impresión de que en el mero soplido del viento iba a caer.
Cuando llegamos a la terraza, se me iluminó la mirada (aun que más bien el estomago), había un sinfín de aperitivos en una mesa: gambas rebozadas y fritas, nachos con queso, bocaditos de salmón. En otra de las mesas había bocadillos de jamón serrano y queso, pan con ajo y tomate, nocilla, jamón york, y toda la comida que cupiera imaginar del calibre del evento. Detrás de las mesas estaban el equipo de música y un ordenador pinchadiscos, a su lado un hombre con lápiz y libreta, dispuesto en satisfacer todo lo que le pidiéramos.
Comí poco, estaba ansioso por la llegada de Sinroa, del liviano ascensor salieron unas chicas con metro y medio de tacón de aguja, vestidos de manga corta resaltando con bolsos de marca caros, muy caros. Aun que nadie pareció darse cuenta (excepto yo), Sinroa no apareció. Mi corazón se rompió en pedazos, a la única chica que estaba esperando resulta que no viene, tenia ganas de volver a ver ese espeso pelo ondulado color dorado. Decepcionado, me fui al ascensor y al girarme, el corazón me dio vuelta y media. Allí estaba ella, sinroa. Sus ojos pardos me deleitaron una amplia mirada, acompañada de un: "¿Bajas?"
Le di a la planta calle, y yo (aun sobresaltado) no me di cuenta de que el ascensor se paró bruscamente entre las plantas 61-60 de aquél edificio. Ella se puso un poco histérica, de lo cual deduje que era claustrofóbica (o que las circunstancias eran un tanto difíciles...). "Usa el móvil" le dije intentando utilizar inútilmente el mío. Ella consiguió contactar con emergencias, pero no entendían nada de lo que ella decía, pues seguía estupefacta. Ya un poco enfadado, le cogí el móvil bruscamente, provocando un ligero (pero importante) tambaleo. El ascensor crujía amenazante, ella me miraba mas y mas desesperada, buscando auxilio. Notábamos como poco a poco el mecanismo de el ascensor cedía un poco más. Me miró, la miré, las chispas corrieron y la besé. El cable cedió y después, todo se volvió oscuro.