Monstruo

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Quiero ser la sangre que está en tus venas

Era sumamente difícil el tratar de encontrar una respuesta a todo lo que estaba sucediendo pero ellos nunca cuestionaron y sin pensarlo han suprimiendo la cordura. Entregando sus almas y sellandolo bajo sus labios, mismos que no hablarían a pesar de ser forzados, el secreto que se guardan en sus pechos emitiendo los latidos que se hacen presentes cuando están uno frente al otro. En la intimidad y el encierro, cuatro paredes son testigo del intercambio de calores en sus cuerpos, la unión de dos amantes donde la piel se eriza, se estremece, cede completamente al encanto del otro y sacian la necesidad que les hace estremecer y mientras más ardiente se vuelva el fuego el disfrute es mayor.

La pérdida de la paciencia es mutua, acordada, por lo tanto el acto siempre es anhelado por ambos, como esta noche. Sin necesidad de palabra alguna la penuria se presentó, haciéndoles imposible reprimirla o en cualquier otro caso, dejar a un tercero introducirse entre sus sábanas: sería imperdonable.

Busco de él con la suma exigencia dentro de su ser dando leves golpecitos con las yemas de sus dedos sobre la carrocería del auto que conocía a la perfección, de color oscuro, pulcro y del tipo empresarial. Vestía con una polera a rayas de colores blanco y negro, pantalón grisáceo y encima llevaba un suéter de color arena, bastante casual para el lugar donde se encontraba.

Su pecho dio un golpe que casi lo asfixia cuando vio accionarse el elevador indicando que alguien saldría de las compuertas en el sitio donde se encontraba, era como saber premeditadamente que era a quien buscaba, su presencia era tan fuerte que sobrepasaba el físico, o al menos él lo sentía de ese modo. Porque él era la fuerza, la base y la mente del todo. Sonrío. Después de todo el mote de Emperador no era un rumor creado desde su adolescencia. Era completamente cierto que todos están bajo su dominio, incluyéndose.

Al abrirse las puertas dio la vista de un apuesto hombre saliendo y viendo directamente a su coche y quien se encontraba recargado sobre el, caminaba con porte, llevando la gabardina a sus espaldas como usualmente se le veía usar las sudaderas en secundaría, como si se trataran de la capa de un rey, hábitos que no desaparecen. Su traje era de un gris oscuro y la corbata carmín haciendo juego con sus medianamente largos cabellos, su mirada se enfoco a los ojos del contrario al que sus iris se iluminaron ya que, sin mentir, estaba viendo lo más hermoso que jamás se compararía con alguien u otra cosa, era él, quien le dirigía una sonrisa sin ocultar la felicidad que estaba sintiendo.

Como siempre, lo sabía. Sabía el momento indicado para presentarse y volverse a recordar lo mucho que se interesan, que se aman y por supuesto, que se desean.

¿Porque cedo tan fácil al camino incorrecto? Teniendo un atisbo de conciencia, se preguntó el que correspondía con la menor estatura y hebras color del cielo, misma que perdió cuando cuando Akashi Seijuro lo estrechó en sus brazos, impregnado en su respiración el aroma de su perfume, sentir cuerpo por encima de las ropas, saber que era el todo de ese hombre quien le sostenía con más fuerza perdiéndose también en el débil cuerpo que se proclamaba como una sombra, inhalando la dulzura que según él, emanaba de su pálida piel.

Su destino estaba escrito con tinta indeleble, marcando sus vidas como una cicatriz. Akashi se dedicó a conducir con Kuroko como su acompañante, en busca del apartamento más cercano, siendo el suyo. Mantenía una conversación amable, en donde las preguntas que realizaba eran contestadas con entusiasmo y en ocasiones volteaba a verlo de reojo sin quitar su atención del volante, llenandose de alegría al ver que su tan apreciado Kuroko no le quitaba la vista de encima, observandolo con detenimiento. El porque era obvio y lo sabía. Kuroko deseaba guardar todos sus momentos en su memoria, como si tuviera alguna especia de vista fotográfica, cualquier gesto y movimiento hecho por Akashi deseaba guardarlo para sí mismo, lo amaba a ese nivel donde el significado de fascinación quedaba obsoleto y ridículo.

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