Lo que Nunca Dijo

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Nunca digo mucho. Nunca digo lo correcto. Nunca digo la verdad.

Nunca le conté a nadie mi vida.

Tampoco se han perdido de mucho.

Sé que muchas veces es necesario desahogarse y hablar todo lo que tenemos guardado, contar esa vez que te atormentaron y estuviste llorando varias noches hasta dormir; la vez que alguien de tu familia, esa que te dijeron que siempre te apoyaría, te dijo algo más doloroso que lo que cualquier extraño te dijo nunca; o cuando te rompieron el corazón tan fuerte que estuviste recogiendo los pedazos de él y de ti misma por varios días.

Gabriel me había ayudado en todas ellas. Me sostuvo cada vez que me rompí, desaparecimos juntos cuando quería ser invisible y me miró cuando quería ser notable para los que me ignoraban.

Cuando tenía once años me atormentaron en la escuela por primera vez. Esa noche corrí a Gabriel con lágrimas en los ojos, nos recostamos en el colchón en la camioneta de su padre y me cantó The Way You Look Tonight hasta que me dormí en su hombro.
Había cierta ironía en la situación, porque después de esa noche creo que yo debía ser la que le cantara esa canción a él.

A los catorce huí de casa. Quizás una tontería de la edad. Mi padre me había dicho que era una buena para nada y yo me sentí colapsar sólo por eso. Salí por la puerta de entrada sin nada más que lo que tenía puesto y mi decisión de no volver jamás. No tenía dónde ir y mientras me sentaba en una banca en el parque pensando desesperadamene qué hacer, su mano cálida tocó mi hombro y me llevó a su casa. Me dio alimento y a los pies de su chimenea me dijo que me quedara con él por siempre.
Viví con Gabriel y su madre hasta que mi papá tocó a la puerta rogándome el perdón, porque no podía vivir sin mí.
Llevaba dos meses viviendo con Gabriel.

Mi cumpleaños número dieciséis nadie lo recordó.
Excepto Gabriel.
Estaba sacando la basura cuando apareció con un pastel en mi patio delantero. Y no cualquier pastel; pastel de chocolate. Y sobre el glaseado oscuro decía en irregulares letras blancas: "Felices deciséis, Had".
Lo llevamos al lago detrás de la casa de los Thomson y lo comimos con los dedos sentados entre dos sauces. Cuando nos hartamos, nos sentamos en la hierba a mirar las estrellas. Habían tantas que creía estar viendo la vía láctea.
 "¿Sabes cuántas estrellas hay esta noche?" me preguntó Gabriel.
"Miles de millones" le respondí.
"No" negó con la cabeza, "esta noche sólo hay dieciséis"
Me sostuvo más junto a su costado y me esforcé en contener las lágrimas, aunque fuese una vez.
Esa noche Gabriel me besó por primera vez.

Hoy ha pasado un año desde entonces, y mientras me siento aquí escribiendo esto en aquel mismo prado, recuerdo todo lo que hemos pasado. Todo lo que nos hemos dicho.
Gabriel me cantó hasta dormir. Gabriel me dijo que me quedara para siempre. Gabriel le puso un número a las estrellas en mi honor. Incluso ha dicho que soy hermosa. Varias veces.

Pero Gabriel nunca dijo lo que tanto quería oír.

–¿Por qué no lo dices, Gabriel? –le susurro al lago, presionando el papel contra mi pecho.

Antes de verlo, lo siento, y sé que está aquí. En silencio camina por el prado y se sienta a mi lado. Rodea mi cintura con su brazo y su aliento acaricia mi cuello cuando se acerca a mi oído.

Te amo, Had –susurra.

Y sólo así, lo dijo.

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