Capítulo Único.

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Jueves, 6 de enero del 2017


  Hoy no es un día cualquiera. Quizás para otros lo sea, pero para nosotros nunca lo fue. Hoy es 6 de enero, el día más feliz de nuestras vidas. Aún al cerrar los ojos, puedo verte entrar por el arco improvisado que tu padre hizo con tus rosas favoritas, las blancas, para celebrar nuestra humilde boda. Tu felicidad era lo único que me importaba y lo eras, así que yo también lo fui.
  
  No sé si algún día lo dije, pero fue en ese preciso momento, cuando tomaste mi mano, que en verdad entendí que lo que sentías por mí era real, y que contigo era la persona con quien quería vivir mi vida. No necesitaba nada, sólo eras tú, me bastabas.

  Antes de eso, jamás creí que te enamoraras de mí; pero lo hiciste, tomándome por sorpresa, y comenzando así un maravilloso viaje que creímos que nunca tendría fin.

  Desde que apareciste en mi vida, la llenaste de color, fuiste para mí la pieza que siempre había estado vacía. 

 No fuiste mi media naranja, no fuiste mi media mitad, no, para mí, para mí lo fuiste todo. Desde tu sonrisa hasta el mágico modo en que tu cabello caía por tu cuello dieron a mi memoria nuevos matices que hasta ese momento desconocía.

  Lo más impresionante de nuestra historia no fue el momento en que nos conocimos, no, o por lo menos así lo pienso. Fue ver como día a día, herida a herida, paso a paso, palabra a palabra y de decisión en decisión nuestro amor se consolidó. 

 Siempre creí en el amor a primera vista, pero me enseñaste que lo lindo del amor es que la vista no existe, pues el amor es eso, es evitar ver, evitar ver los defectos, los errores y el dolor que pudimos causarnos.
  
  Desgraciadamente la vida no sólo nos dió momentos para poder decorar, también hubo esos momentos donde sólo éramos nosotros y nuestro dolor, en donde las flores que una vez usamos para decorar nuestro principio feliz, esta vez ocupaban un lugar que nunca hubiésemos querido visitar.

  Recuerdo como si fuera hoy, ese triste e insípido momento cuando supimos que el producto de nuestro amor, nuestro hijo, había muerto. Si fue mi dolor haberlo perdido, más me dolió, verte sufrirlo. Ver como día tras día, te ibas consumiendo poco a poco entre mis manos, y yo sin poder hacer nada. Me sentí impotente, atado, prisionero de una tarea que me era imposible cumplir.

  Es cierto, pasaron muchos años, demasiados para mi gusto, pero nunca fuiste la misma, jamás volví a ver esa sonrisa que tanto disfrutaba. Cada amanecer, despertaba antes que tú, pues era el único momento del día en el que me podía deleitar viéndote tranquila; y unas pocas veces alcancé a vislumbrar entre tus aterciopelados labios un esboso de lo que una vez fue tu sonrisa, quizás pensabas en cuando nos casamos o cuando supiste que estabas embarazada, no sé, sólo sé que con esos breves momentos pude vivir.

  Jamás te lo dije, pero junto contigo me iba consumiendo yo. Verte siendo la sombra de lo que un día fuiste me quamaba. No poder evitar que mientras mirabas por la ventana las lágrimas producto de tu dolor correrieran libres por tus mejillas, me rompían de a poco.

  Me dolió, sí, me dolió mucho y desgraciadamente las segundas oportunidades no fueron una opción en nuestra vida. 

  Pude ver, tal como a una de las rosas que te gustaban,  como ibas marchitándote con el andar de los años. Tu hermoso cabello, que tanto amaba alisarte, se volvió quebradizo y blanco; tu piel, que tantos suspiros me produjo, se convirtió en un mapa serpenteado por surcos causados por la agonía y el dolor. Eso lo entendí, me estaba pasando lo mismo, lo que nunca comprendí fue porqué dejaste de hablar. Se esfumó, simplemente se fue, las penumbras de un dolor que se alimentaba de ti sin saciarse se llevó tu voz con él, lo que un día fue nuestro hogar ahora era un refugio para tu silencio.

   Fue así, como al igual que el brillo de tus ojos, lenta y dolorosamente te fuiste apagando. Tu corazón se agotó, bombear tu sangre sin ilusiones ya era demasiado pesado para él. Me dejaste, sólo, sólo en un mundo en el que no confiaba en más nadie que en ti, y me abandonaste sin más, después de 10 años sin hablarme. Lo curioso es que no te culpo, te entiendo...  pero también te extraño. 

  Desde que los sonidos se han hecho quedos para mí, en mi cabeza sólo resuena tu dulce voz diciéndome "te amo", y yo también lo hago, y me arrepiento ahora de no habértelo hecho saber muchas veces más.

  Desde que te fuiste, está de más decir que mi vida no ha sido igual. Mi único propósito es cerrar los ojos en las noches para soñar contigo, y levantarme en las mañanas para pensar en ti. 

  Lulú, nuestra gatica, también me ha abandonado, una tarde se acostó en tu sillón para nunca más despertar. Al parecer no era el único que te extrañaba.

  Las comidas se han vuelto insípidas, los colores opacos, la soledad ha hecho de mi su huésped, son miles las lágrimas que derrama mi corazón sin caer por mis mejillas. Es infinito el dolor de no tenerte aquí.

  Pero hoy, como te dije, no es un día cualquiera, hoy es el día donde todo comenzó. Ya han pasado cuatro años desde que te fuiste, y sé que no estas en ningún lado, por lo que esta carta nadie la recibirá. La escribo pues aún mantengo la promesa que te hice; y va dirigida a ti, pues eres la única persona que puede merecerla. Junto a ti construí un hogar, y quizás nunca tuvimos nuestro final feliz, o nuestra vida perfecta, pero sea lo que sea que tuvimos, no lo cambiaría por nada ¿sabes por qué? Pues porque fue nuestro.

Te extraño, no imaginas cuanto.
  

   Esta carta fue encontrada en el regazo de Román el día de su muerte. Estaba doblada torpemente y en su cubierta estaba escrito con una perfecta caligrafía una frase aún inconclusa:

Te lo prometí, lo nuestro será “hasta que la muer....

"Hasta que la muerte nos separe" (Terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora