La casa se sentía enorme y vacía, aunque no estaba sola. Las manos le temblaban y las lágrimas rodaban por su rostro. Se hallaba sentada en el suelo de la sala, con las piernas dobladas hacia un lado y una mano ayudándola a sostenerse.
Se tocaba de vez en cuando el vientre, hinchado por la presencia de un feto de tres meses en él; y ponía algunos mechones de su cabello rubio detrás de su oreja.
Inhaló el aire con fuerza, como buscando la valentía que sentía perdida. Buscó a su alrededor su sombra y cuando la halló le preguntó qué había pasado.
- ¿Por qué ya no está? -le cuestionó- ¿Por qué cuando más le necesito se desaparece?
- Será, tal vez, porque no quiere eso que llevas en el vientre, ni aquello que ocupa su cama más que él mismo -le respondió una voz áspera, que sentía conocida, muy despacio.
- ¿Por qué no habría de quererles si son nuestros hijos? -cuestionó ella, llorando.
- ¿Suyos? Parecen más tuyos ahora que él se ha ido.
- ¿A qué te refieres?
- A lo que siempre has sabido, mujer: que él nunca quiso esos niños.
Cambió un poco de posición y se limpió las lágrimas. Buscó entender por qué su sombra le soltaba tales palabras, pero no pudo hallar una explicación.
- Sé que le costó aceptarlo al principio, pero ahora estamos bien –argumentó ella-. No ha sido ese el motivo de su partida.
- Tan bien que ni siquiera soportaba acercarse a esa cosa junto a la que le obligabas a dormir.
- Diego no es una cosa –defendió ella.
- Llámale como quieras –continuó la voz pausadamente-. Eso es el motivo por el cual el amor de tu vida se ha ido. Es el motivo por el que te ha dejado sola.
La mujer entonces no respondió. Se sentó, de frente a la luz, intentando ignorar a su sombra aun sabiendo que no funcionaría, y continuó llorando.
Las lágrimas caían pesadamente desde sus lagrimales hasta el suelo de madera, y una vez allí varias de ellas formaron un pequeño charco que creció de a pocos.
La voz parecía tener razón. Marcos se había ido hacía bastante tiempo. Ya no podía siquiera recordar cuándo, pero le dolía como si hubiese sido una eternidad.
Extrañaba sus besos y caricias, aquellos que había perdido de a pocos luego de quedar embarazada.
Él se había ido despacio, como la luna en cualquier noche estando en sus fases visibles: un segundo la veías clara y al siguiente, la luz del sol te hacía perderla.
Comenzó gradualmente: primero, se hallaba muy lejos en la cama; luego, dormido en el sillón; y ahora, que sentía que la ropa en el armario tan solo era suya, pensaba que quizá se había ido hace tiempo, sin dejarle nada más que una intriga con la que no podía luchar.
- Sé que lo quieres de vuelta –sintió decir a la voz tan cerca que creyó que le hablaba al oído.
- Daría todo por eso –sollozó ella.
- Sólo hay una forma –le dijo su sombra, y desde atrás de ella se levantó y cruzó por las paredes de la habitación por voluntad propia.
Habituada, como estaba, a que su sombra no solo le hablase, sino que se moviese a su antojo y variase de forma, dejó pasar el hecho de que la sombra se veía de pie contra la pared hacia la cual miraba ella en aquel instante.
- ¿Cuál es? –le preguntó desesperada.
Entonces, un espacio vacío entre la misma sombra dejó ver el color de la pared a la luz, justo donde se debía ubicar su boca, formando con sutileza una tenebrosa sonrisa.
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Medidas desesperadas
Mystery / ThrillerLuego de que Marcos se vaya a Ana no le queda más opción que tomar medidas desesperadas. Contenido completamente original registrado en Safe Creative. Prohibida su reproducción o copia total o parcial.