Capítulo 1 ― Nuevos comienzos

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—Tía... —musito un pequeñín de baja estatura, somnoliento, arrastraba su conejito de peluche.

—No podemos dormir —continuó la que parecía ser su hermana, una niñita de cabellos avellana y ojos jade, llenos de lágrimas.

La mujer tomó con dulzura a su nieta y le preguntó: ¿Por qué estás triste?

—Tuvo una pesadilla —contestó el mayor de los tres, quien parecía estar irritado, lo más probable es que fuera por la falta de descanso.

—¡Ay, mi niña! No tienes porque estar triste, eso fue solo un sueño.

—N-no lo parecía —dijo entre pequeños sollozos.

—No llores, no llores. Si dejas de llorar te daré un dulce —la pequeña intentó reprimir su llanto al escuchar eso, más la verdad es que no parecía deternerse—. Muy bien... ah... ¿les parece un cuento?

—No gracias —el pelinegro estaba a punto de salir cuando la mujer de mediana edad lo tomó del brazo y lo sentó en la cama— ¡Ay por favor! Mañana tengo examen.

—Mañana es domingo, Esteban —respondió su otro hermano sentándose al lado de la jovencita y abrazarla.

—Muy bien, muy bien...

La historia comienza en un orfanato, a las afueras de la ciudad...

El orfanato estaba en quiebra, las monjas del lugar no sabían que hacer, eran muchas bocas que alimentar y muy pocos recursos. De seguir así, los huérfanos se quedarían sin un hogar nuevamente. Decidieron que lo mejor era que los mayores se fueran, aún cuando eso realmente era algo desalmado. Fuese llevándolos a otros orfanatos o sirviendo como sirvientes en casas ajenas, aquellos desafortunados debían de ganarse la vida por su propia cuenta a pesar de su corta edad. Los niños estaban aterrados. Nadie quería irse... pero no quedaba otra opción.

Un niño y una señora caminaban por el sendero cubierto por la blanca nieve, ¿su destino? La casa de su hermana. El pequeño se negaba rotundamente a ir a ese lugar, hacía pucheros y forcejaba por soltarse del agarré de la adulta, quien se esforzaba en llegar a la vivienda de su no tan querida hermana. El nombre de este pequeño era Andrew, uno de los huérfanos, quien tuvo la mala suerte de ser de los pocos "vendidos" a otras casas.

―¡Te dije que no quería venir! ―gritó el jovencito pellizcando los dedos de la monja.

―¡Andrew por favor! ¡Ya no podemos cuidarte!

―¡No quiero! ―el pequeño logró zafarse momentáneamente de su agarré, mirándola con los ojos llenos de lágrimas, le dijo—. ¡Quiero irme a casa!

La mujer se arrodilló para abrazar al niño, intentando calmarlo, pero parecía que los llantos de Andrew no tenían fin.

— Se que esto es difícil para ti pero... —con ambas manos sostuvo su rostro, obligándole a mirarla—. Hazlo por los demás, ¿Puedes? —pidió con una voz dulce, el menor asintió con su cabeza intentando reprimir sus sollozos.

La monja le tomó de la mano y juntos caminaron hacía la entrada. Uno, dos, tres golpes. La puerta se abrió, y una sirvienta salió, quedando sorprendida al ver a la señora que lo acompañaba.

—Quiero ver a mi hermana.

—Ah.. —la mujer parecía estar atontada, por lo que tuvo que gritarle para que reaccionará—. ¡Y-ya voy! Pasen, esperen aquí —indicó apuntando la sala, para después salir corriendo a quien sabe donde.

Andrew miró curioso la enorme sala, fijándose en cada pequeño detalle de esta. La monja, por el contrario, se encontraba nerviosa, hacía varios años que no se veían y... pedirle un favor tan grande no iba a ser tarea fácil.

—Amanda —habló su hermana entrando en la habitación, la monja sudó frío, evitando mirarla—. Cuanto tiempo.

—Demasiado diría yo —suspiró, tomando la mano de el niño.

—Y bien, dime hermana, ¿Para qué viniste hasta aquí?

—Vine a pedirte un favor.

—¿Qué clase de favor?

—Quisiera... que me prestaras algo de dinero.

—¿Dinero? —repitió con el ceño fruncido—. Querida, no recibirás ni un mísero centavo.

—¡Por favor! ¡Es para el orfanato! Los niños no tienen nada para comer y...

—Silencio —interrumpió—. Es lo mismo que me has dicho todos estos años. ¿Realmente piensas que yo caeré en tus mentiras? Puede que nuestros padres te creyeran, pero no pienses que yo lo haré.

—¡Emile! ¡Era solo una adolescente! Ahora de verdad necesito el dinero.

—He dicho que no.

Andrew miraba la escena sin entender mucho. Amanda se percató de esto, recordando el plan original.

—Entiendo. Tan sólo cumple con esto.

—¿Otro favor? Debes estar bromeando.

—Quiero que aceptes a este niño en tu casa, que le dieras empleo.

La hermana levantó una ceja confundida, miró al niño de la cabeza a los pies, para hacer lo mismo con la monja, quien apretó la mano de Andrew con fuerzas, casi lastimandolo, realmente estaba nerviosa. Cerró sus ojos esperando la respuesta.

—Bien. Acepto tu petición, Amanda.

La rubia abrió sus ojos sorprendida, no esperaba una respuesta positiva, y mucho menos de parte de ella. Al contrario, Andrew no estaba tan emocionado, como se podría esperar.

—Te lo agradezco, realmente... no sabes como me hace feliz escuchar eso.

El de cabellos azabache se abrazaba a las piernas de su cuidadora sabiendo que esa sería la última vez que la vería. La mujer pudo sentir su miedo, se agachó y le correspondió el abrazo. Se separó de el y se dirigió hasta la puerta, no quería mirar hacia atrás mas lo hizo, lo último que vio de Andrew fueron sus lágrimas al ser dejado a su suerte.

Esto recién comienza...

My Lovely Piece of TrashDonde viven las historias. Descúbrelo ahora