Tan sólo... Déjame

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Él no tenía idea de cómo se le hacían.
No sabía ni cómo, ni por qué pasaba…
Su cuerpo, sus brazos, piernas, torso, abdomen, espalda, cuello, manos, a excepción de la cara, estaban llenos de una gran variedad de cortes. Los había pequeños y delgados, los había largos y marcados, los había profundos y sangrantes…
Pero le gustaban, a veces era un sádico, se quedaba solo en casa, y era cuando se ponía a contarlos… le gustaba estar marcado por un dolor que no llegaba a sentir.
Era un sujeto especial, no especial del modo discapacitado, no especial del modo talentoso, no especial del modo rico, y mucho menos especial del modo popular. Pero era especial.
Se sentía especial por tener marcas rojas en la piel. Se sentía único del modo único. Porque es mentira que todos somos únicos, todos somos los mismos animales que van de aquí para allá alardeando ser únicos y eso nos hace iguales a los demás. Decir que todo el mundo es único es otra forma de decir que nadie lo es.
A cada lugar que iba, se le hacían mínimo unos 13 cortes, él sólo sentía una especie de cosquilleo, no había dolor en las heridas. Pero, ¿por qué?
Cuando el agua las tocaba, sangraban de un modo incontrolable, cuando se secaba con su toalla roja, la sangre dejaba de correr…
Estaba pálido, no tenía color en las mejillas, rara vez sonreía, nunca levantaba la mirada, le bastaba estar oculto de los demás, siempre con lentes de sol, ocultando esos ojos almendrados que habrían hecho perder la razón a cualquier chica lo suficientemente madura. Le bastaba caminar horas bajo el sol ardiente, que se llevaba cada gota de agua que tenía en el cuerpo, le bastaba ayunar días enteros, le bastaba quedarse en la oscuridad adivinando las sombras…
A veces era un sádico.

Un día despertó a la mitad de la noche, con ganas de salir a caminar bajo la luna nueva en una noche en la que no había luz en la ciudad... “Perfecto”, pensó él. Y salió como un espectro a las garras de la oscuridad, se dejó llevar y caminó hasta el alba, para entonces se había perdido.
Necesitaba instrucciones para volver a su recinto de fantasmas convertidos en volutas de polvo. Traía los inseparables lentes de sol, pero decidió quitárselos, antes de que el sol hiciera su aparición en la escena del cielo.
Había una chava sentada en una esquina, admirando las nubes… él se acercó como un gato, sin hacer ruido, ella estaba absorta en sus pensamientos, pero volteó de repente, sin decir nada, sin parpadear siquiera, fue lo suficientemente madura para saber leer esos ojos… y cayó en un trance, él no sabía que hacer… jamás había sentido… “¡No!, ¡no hay manera!”, quitó rápidamente esa idea de su cabeza.
-Disculpa, necesito instrucciones para llegar a la calle Mina- ella lo veía con ojos soñadores, él se preguntó si lo había escuchado.
-¿qué es eso?- dijo señalando su mano
-no es nada- dijo ocultándose la mano en la manga de la sudadera negra y gastada.
-yo tengo algo parecido- y se descubrió el antebrazo derecho, había rayones de pluma roja en todos lados, verticales, horizontales… la idea de simular los cortes hizo reír al chavo…
-¿de qué te ríes? Son mis problemas, amores fallidos, ganas de morir, sentimientos de odio y de incomprensión hacia mi, tatuados en mi piel…- dijo acariciándose los cortes falsos.
-¿dónde está la calle mina?-
-está cruzando el puente de ahí-
-quiero enseñarte algo, acompáñame- le dijo con brusquedad, ella se levantó del suelo y lo siguió prudentemente a escasos metros de él.
-¿qué vas a mostrarme, dark?- le dijo con voz cansina.
-en primer lugar, no soy dark, en segundo, te voy a enseñar mis problemas, amores fallidos, ganas de morir, sentimientos de odio y de incomprensión hacia mí, tatuados en mi piel, tatuados de verdad niña- dijo caminando más deprisa, ella tuvo que trotar para alcanzarlo.
Cuando llegaron a la casa de él, ella se sorprendió de la inmaculada limpieza que había en ese lugar, de los diplomas que colgaban en las paredes, del título de ingeniero enmarcado en la sala.
-era la casa de mis padres, murieron hace años, arriba está mi refugio, anda, sube niña- ella subió detrás de él, a medida que subían, más empolvado, oscuro y tenebroso estaba. Parecía un piso sacado de alguna narración de Edgar Allan Poe o de Stephen King. Ella sintió al muerto en la nuca. Le habían hablado mucho de aquel tipo. Delgaducho, pálido, desobligado, bueno para nada, fueron algunas de las definiciones que le dio al muchacho no tan joven ya.
Llegaron a un cuarto al fondo del piso, el muchacho encendió un par de velas, no tenía focos, no le tenía fe a la tecnología, ni siquiera la sencilla como aquélla.
Empezó a quitarse la ropa, la sudadera, la camiseta de Guns n´Roses, los jeans negros, y los tenis sucios.
Quedó a flor de piel, salvo por la ropa interior, y ella se quedó sin habla viendo cómo las débiles llamas de reflejaban en aquél cuerpo deshecho, rajado, descuidado.
Él la miraba de hito en hito, tomando nota mental de cada uno de sus movimientos, movimientos ausentes, por supuesto…
-No sé cómo se hacen, y nunca me ha importado, me gusta que estén ahí-
-¿dices que eso no lo has hecho tú?- dijo con un hilo de voz, encogiéndose de hombros, dando el aspecto y el perfil de un cachorrito asustado por los truenos.
-No, sólo aparecen, día a día aparecen nuevos cortes, a veces son pequeños, pero a veces son más profundos- ella se acercó, temblando como una hoja de papel, agarrándose los codos con las manos, envolviendo su torso de muñeca.
-¿puedo?- dijo alzando una mano, tocó su hombro, y fue descendiendo por su brazo, examinando cada centímetro de piel que tenía a la vista.
Él no se movía, no porque no quisiera, sino porque no podía, estaba hechizado por el tacto de aquella chica que no conocía, y ella parecía pensar lo mismo, porque muy apenas lo rozaba con la yema de los dedos. Cuando rozó su mentón con el dedo índice, se separó.
-eres un asco- dijo y vio con una sonrisa en los labios como un corte pequeño y delgado florecía en su pecho, justo sobre el corazón.
Él sintió el ligero cosquilleo, luego un dolor punzante.
-¿qué demonios…?- se llevó su mano al lugar del corte.
-lo lamento tanto- dijo ella a su vez, poniendo su mano en su mejilla.
El dolor cesó.
-¿pero qué…?-
-déjame curar tus heridas-
-¿qué?-
-sí, tan sólo déjame…-
-¡No! Son parte de mí-
-A veces hay que renunciar a uno mismo-
-no lo había pensado así-
-déjame curarlas-
-ni siquiera sé cómo se hacen, y ¿quieres que sepa cómo curarlas?-
-mírate, estás tan roto y eres tan bello, crees que todo tiene un trasfondo, te ves a través de las ventanas del corazón y apareces como en una película, pero cuando tus supuestos amigos te abandonan, una sombra cruza tu cara, por un momento sé lo que  estás pensando, que podrías tenerlo todo, pero vivimos en un mundo de plástico, y crees que eres afortunado y aunque tengas tu idiosincrasia intacta, déjame decirte, dulce extraño, que me acabo de dar cuenta de que soy lo que te hace falta.- lo dijo sin titubeos, ni una sola gota de ironía y a él eso se le antojó esperanzador.
-sigo sin saber nada niña- dijo él con testarudez.
-pero yo sí, eres un necio, se te cierra el mundo y crees tener la razón, apenas de vi ya te conozco más que nadie, ¿no es así?- dijo alzando la voz
El corte sobre el corazón se abrió de nuevo.
Él soltó un gemido de dolor.
-¿aún no te das cuenta?- había bajado el tono, y se acercó con cuidado evitando levantar la gruesa capa de polvo del suelo, lo puso de rodillas por los hombros…
-tienes unos ojos hermosos, ¿lo habías notado?- le dijo suavemente, como si fuera un secreto que había que guardar con mucho cuidado.
Él sintió un escalofrío, un escalofrío cálido y agradable.  El corte cerró.
Levantó su mano y la puso sobre su pálida mejilla…
-me quedaré contigo hasta que no haya ni rastro de dolor en tu cuerpo, ¿de acuerdo?-
Él asintió sin saber muy bien como porqué una extraña, de la que no sabía nada se ofrecía para curar su cuerpo tachado de errores.

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⏰ Última actualización: Apr 23, 2017 ⏰

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