En una rústica casita a las afueras de la ciudad, vivía una niña con su padre. La convivencia entre éste y la niña era muy mala, esto era sobre todo debido a que ambos habían intentado lidiar con la muerte de la madre de la niña de maneras muy diferentes.
La niña se había refugiado en los libros y la música, mientras que el padre cada noche iba al bar del lugar a tomar y volvía a altas horas de la noche, ya muy pasado de copas para que la embriaguez le jugara una mala pasada, viendo en el cuerpo de su hija a su difunta esposa. Enojado por el hecho, el padre descargaba su rabia y dolor con la niña. El padre algún día había sido casi ejemplar, nunca se hubiera esperado esto de él... La niña, creía que lo que su padre le hacía, era la mejor manera que tenía para dejar salir su dolor, y ocultaba todo ante los vecinos que la miraban preocupada cuando aparecía con algún golpe al almacén del barrio. Cuando algún vecino preocupado le preguntaba si era feliz viviendo con su padre ella respondía que sí, que lo amaba y que era bueno con ella. La chica era convincente, pero en su interior le dolía demasiado aquello que su padre le hacía.
Cierto día, en el aniversario de muerte de la mujer, el hombre notó un especial desánimo en la niña y le dijo a la tardecita, que esa noche lo esperara despierto ya que tenía una sorpresa para ella. Así se fue al bar y se surtió con toda clase de bebidas. Volvió a la casa y llamó gritando a la niña desde el salón. Ella bajó las escaleras lentamente, esperando una golpiza que nunca llegó. Su padre la esperaba en el sofá, y en la mesita frente a él estaban no solo todas las botellas que había podido comprar en el bar, sino que también todas las que tenía en su casa. La invitó a tomar con él, bajo la promesa de que la haría sentir mejor, ella, con toda su inocencia, tomó con su padre hasta después de que sus propios pensamientos dejaron de tener sentido.
Despertó a la mañana siguiente con un fuerte dolor de cabeza, aunque tenía mucho sueño, notaba el sol en su cara, y aún con el dolor de cabeza que sentía, ahora intensificado por el ruido de los pájaros que afuera cantaban, consiguió sentarse y el panorama no le gustó. Estaba media acostada en el suelo, su padre en el sofá, el olor en el cuarto era insoportable, el mismo que traía a la casa su padre cada noche, él mismo que ella odiaba, pero que ahora portaba, y que parecía que nunca se desprendería de su piel. Se levantó a buscar una de esas pastillas que tomaba su padre para el dolor y fue a bañarse. En la ducha, quizá por el agua que caía por su cuerpo o por silencio interrumpido por la caída de ésta, comenzó a sentir nauseas, tenía miedo, comenzaba a recordar fragmentos de la noche anterior, su padre estaba peor que nunca, y lo que había comenzado como el primer momento padre−hija después de mucho tiempo, había terminado como cada noche, ella siendo lastimada, física y mentalmente, por su padre. Una idea surgió en su mente, una idea que hace mucho tiempo se formulaba, pero nunca se había atrevido a ejecutar. Lagrimas silenciosas se acumularon en sus ojos mientras salía del baño y para cuando volvió a su cuarto a vestirse nuevamente, estaba completamente convencida de lo que iba a hacer. Tomó su campera y un poco de dinero y bajó las escaleras. Al ver la sala, donde aún dormía su pa... ese hombre. No, ya no era su padre. No podía ni mirar la escena. La noche anterior estaba un poco, mucho en realidad, borrosa. Pero recordaba que cuando bajó las escaleras había al menos 15 botellas llenas y unas cuantas más por la mitad, o medio vacías, y ahora. La única prueba de que eso no era un sueño eran los más de 20 envases de botellas qué, algunos rotos y otros enteros, descansaban en el suelo, testigos primarios, junto con las paredes de aquella noche. No, ella no quería terminar como él, y tampoco quería que él siguiera haciendo aquello con ella. Mirando al suelo, como queriendo ignorarlo, caminó hasta la puerta y al abrirla, volvió a mirar al cuarto, ésta vez con la frente en alto, eso no era su culpa, miró su cuerpo y las marcas que tenía, producto de la golpiza de anoche, "este no es mi error" pensó, y con lágrimas cayendo por sus mejillas cerró la puerta.
Tenía ropa cubriendo cada parte de su cuerpo, intentó actuar normal mientras caminaba hacia la estación, pero muchos vecinos la pararon a preguntarle si se encontraba bien. Si lo mirabas desde afuera no sería tanta la sorpresa. Ella normalmente siempre andaba tarareando alguna canción, hablándole a todo ser vivo y, sobre todo; Sonriendo. Hoy, ella no reía, ni demostraba emoción alguna, ya que luego de secarse aquellas lagrimas que había dejado salir en la puerta de su casa, no volvió a llorar. Caminó rápido y derecho a la estación, ni siquiera respondía a los vecinos, y por mera inercia, destino o suerte, llego a su destino, la estación de tren.
Con el dinero compró un boleto hacia la ciudad, era normal que fuera una vez cada tanto a hacer los surtidos así que por esto nadie se preocupó, lo preocupante era ella, no irradiaba esa alegría como siempre, se la notaba... triste. Y lo estaba. Subió al tren evadiendo las preguntas de sus conocidos y en silencio, se acomodó en un vagón vacío. Allí, comenzó a mirar por la ventana, buscando algo para distraerse. Árboles, arbustos, algunos animales. Alguien abrió la puerta.
−Señorita, ¿Se encuentra bien? –Miró asustada hacía la puerta, no esperaba que la interrumpieran, pronto notó el porqué. Había estado llorando, por lo visto muy fuerte. Ella no recordaba haber estado llorando, pero tanto su aspecto como sus mangas mojadas afirmaban este hecho.
− ¿Dónde estamos? –Preguntó como única respuesta.
− En la parada de la ciudad, ¿Se encuentra bien? –Volvió a preguntar la señora.
Sin responder se levantó de su asiento y caminó. Bajó del tren y caminó casi sin saber por dónde, ni por cuanto tiempo, hasta una casa de la cual tenía muchos recuerdos. Allí había vivido con su abuela, hasta que su padre había comprado la casa en el campo. Golpeó sin ánimos. Del otro lado de la puerta una viejita se sorprendió por la visita.
− ¡Querida! –Casi gritó la señora muy alegre, hasta notar el estado de su nieta. Su nariz más que colorada y el violeta que estaba bajo sus ojos denotaba la realidad que había sido su día y le daba una idea triste a la pobre viejita. El resto de su aspecto dejaba mucho que desear de lo que la pequeña era normalmente. Su pelo, que normalmente denotaba mucho arreglo, estaba despeinado y hecho un nudo. Su atuendo, que normalmente era cuidadosamente elegido, denotaba que había sido lo primero que había encontrado en un momento de apuro. –¿Qué ocurre, amor? Pasa, pasa. –invitó, mientras dejaba un hueco en el marco de la puerta, que volvió a cerrar apenas pasó la niña.
La señora invitó a su nieta a sentarse en el sofá, mientras su abuela se ubicó a su lado.
-Abuela. –comenzó la niña, casi por romper en llanto- Debo contarte algo...
Todo intento de controlarse murió cuando su abuela la atrapó en un gran abrazo, estaba listo, allí se sentí segura, se sentía en su hogar...
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Hola, creo que dije todo lo que tenía para decir aquí en la descripción... Así que... ¿Qué les pareció?
Los Quiere Mucho,
MKReinoso❣️
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Llantos acumulados...
Short StorySu madre está muerta. Su padre es alcohólico. Ella solo intenta sobrevivir... . . . No estoy segura de en qué categoría ponerla... No es mucho en realidad. Es simplemente un One-Shot sobre una niña. La historia la hice como un deber en Cívica y... N...