Allí estaba, hablando con algunas de las personas que siempre rodeaban a papá. Conversaban de una forma tan metódica; una oración, un sorbo de su copa de vino, una oración, un sorbo de su copa de vino y así era, tan sucesivo. Tenían las risas ensayadas, su única preocupación era generar más dinero, aunque claro, por eso se les consideraba de buena familia.
Entonces entraste por esa puerta, tenías un vestido azul oscuro, que brillaba bajo la luz del gran candelabro que se encontraba en medio, ese cabello que a simple vista se notaba que daba demasiado trabajo controlarlo. Te alisabas las inexistentes arrugas de tu vestido con las manos temblorosas y mirabas a todos lados. Tus ojos tenían un brillo espectacular, que ni siquiera la araña que colgaba podía igualar. Los amigos de papá se giraron a verla, murmurando cosas como "que niña tan mal arreglada" o "ese cabello es un espanto" y yo solo podía pensar que eras perfecta.
Saliste del pequeño trance y miraste hacia atrás, bajaste la cabeza y la erguiste en seguida para sonreírle al señor que venía detrás de ti, no voy a mentirte, tenía cara de amargado– como todos en esta fiesta– te dio una buena reprimenda, pude adivinarlo, me las habían dado a mí también. Se colocó justo al lado de ti y caminó hacia nuestra dirección.
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La noche en la que nos conocimos
Short StoryUn baile. Dos miradas. Diferentes caminos.