Esencia de luz 2

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De una u otra forma no era posible dejar de sentir su palpitar,  aquel latir extraño que no era precisamente el
palpitar de un corazón.
Vivir en la casa grande, mis padres y hermanos lograron que yo Abel Cruz viviera en torno a muchos misterios indescifrables , tal vez , rodeado de lo ilógico, de lo inverosímil.
Mis amigos exhumados se mudaban conmigo, sobre todo, ella. ZM seguía y viviría en mí y para el resto de mi existencia encontrándonos quizás en algún momento, en la luz del infinito.
Las sombras, los cuerpos sin cuerpos, los colores, los sueños como símbolos de presagios  marcarían las respuestas de un futuro incierto.
La casa grande de siete terrazas contiguas guardarían la energía de muchos niños, quienes vivieron aquí, crecieron y murieron en esta fortaleza de cemento, la misma envolvería  imágenes de niños juguetones, alegres, tímidos,  que emanaban fragancias dulces evocando al anís o al olor de la manzanilla.
Paredes y seres desconocidos serían los testigos del néctar infantil de la inocencia, de la generosidad, de la paz.
Luego de adultos, lo amargo de la indiferencia , cercarían sus vidas,
ya convertidos en padres y profesionales, transformando sus dulces fragancias en tufos  agrios a leche fermentada, o a ajos macerados, -aunque para muchos el olor a ajo sería una delicia- que complementaban el ambiente lúgubre del gran edificio.
Me tapaba la nariz, contaba uno, dos, tres...y subía las gradas sin respirar, ahogándome, hasta llegar al último piso donde los olores putrefactos se tornaban en aroma de arroz recién hecho, a pan tostado, a dulce de guayaba.
Yo me sentía satisfecho de alguna forma al no haber  tragado el aire  pestilente  de los pisos inferiores.
Estas gamas de vivencias unificadas ,de Abel niño, las logré en un solo lugar: la casa del centro.
Todas las terrazas conectadas a través de puertas que permitirían  el acceso a cualquiera de ellas.
El abuelo Antonio forjador de este edificio, era alto y fuerte, lo recuerdo dulce y afable , siempre  orgulloso de su creación, de su castillo,  de su fortaleza amurallada de enigmas.
Son pocos los recuerdos del padre de mi padre, sin embargo, aún puedo sentir la calidez  de su mano llevándome a comprar dulces, su voz y su risa enternecedora.
Levantaba mis ojos y me sentía más pequeño frente a este hombre tan alto y fuerte.
Solía confrontarme con su dulce sonrisa y su lento caminar se iba perdiendo desde aquella madrugada cuando su espíritu se despidió agotado-luego de una larga espera en su cuerpo- que se debilitó  por la naturaleza de sus ochenta y tantos años.
Él no quiso irse , sin antes sacudir las camas de todos aquellos que dormían indiferentes ante su inminente partida. Un tenue olor a flores invadió la casa del centro, se percibía el olor a pino y a laurel como cuando forjó el aserradero en la inmensa casa.
El aire llevaba por toda la casa el olor a yerbabuena y menta, fragancias que inundaban  los lugares por los que él , guardián de su casa, transitaba.
De reojo he mirado  dibujarse  la sombra de su abrigo negro y la copa del sombrero cubriendo su cabeza de poco cabello brillante y cano.
Él, mi abuelo, ronda y quizás vigila el edificio, he sentido sus pasos uno a uno subir por cada escalón y las huellas de sus pies quedar adheridas al polvo acumulado.
Algunas presencias despertaron sensaciones agradables, otras,  sentimientos de nostalgia y melancolía, a veces, dudas e incertidumbre.
Reflexionaba y me cuestionaba : ¿ Los espíritus se quedan flotando en el tiempo como energía de luz u oscuridad ? ¿Las almas vagabundas habitan en la mente o se adueñan de los pensamientos arañando lo racional?
Los recuerdos sonámbulos se alborotaban nuevamente, aquel sabor a ella y la tibieza de  sus besos afloraban en mis labios y podía recrear sus olores a canela y miel.
Con tristeza ya no la sentiría como un amor real que logró despertar en Abel Cruz una desbordante pasión, estaba lejana y simplemente ya no la reviviría.
Los escalofríos como escarcha ya no se adherían a mi piel como señal de una pasión desbordante , ni sentiría el despertar cálido de las sensaciones en mi cuerpo, el aroma dulce y cítrico de su presencia se había evaporado.
Todos estas sensaciones me confirmaban que aquel espíritu maravilloso vivió en mi luz para su luz , sin embargo, quería convencerme de que ella había definitivamente partido al vacío del olvido.
La fragancia dulce de las hierbas medicinales rondaba la casa grande, pero en ocasiones estas suaves fragancias se entremezclaban con varios olores y no sabría describirlos, por ser mezclas que debieran ser incompatibles, pero que a la vez, hipócritamente se irían fusionado desde el inicio de la vida.
Así el amor se entremezclaría con los celos, los celos con la ira, la ira con la resignación, la resignación con el odio...la guerra con la paz, la paz con la sumisión, la sumisión con la venganza ...mezclas interminables, cadenas de fusiones irracionales que nos atan y nos desatan....
Yo no sentía miedo, ni temor frente a las siluetas  sin colores, ni a los pasos de desconocidos que escuchaba por las terrazas, tampoco a los hedores , ni a las fragancias florales que parecían no haberse agotado por completo y se regeneraban evocando la realidad de momentos pasados.
En mi dormitorio habitaban seres desconocidos  que velaban mis sueños casi todas  las noches  obsequiando fragancias deliciosas.
Algunos  de ellos solían sentarse en el filo de mi cama, otros flotaban en la habitación y se detenían a observarme fijamente.
Una silueta transparente y opaca llegaba todas las noches y cuando estaba a punto de dormir, el olor a cedrón invadía los espacios de mi dormitorio.
Esta presencia o silueta, bulto blanco me transmitía serenidad, de alguna forma, velaba mis sueños, aunque en las primeras ocasiones , no podría negar, que el miedo a lo desconocido rebasaba a toda lógica y telepáticamente con enojo le pedía que se retire utilizando toda mi fuerza mental y espiritual.
La sombra blanca permanecía por  horas sentada en la esquina de mi cama , yo con disimulo y con sigilo retiraba mis pies y doblaba mis rodillas para no rozarla.
Me quedaba inmóvil y respiraba con dificultad, intentaba aparentar que no sentía miedo e ignoraba su presencia; luego la sombra se difuminaba entre lo más oculto de los misterios.
Con el paso de las noches me acostumbré a su compañía y fue necesario llamarla con un nombre, de pronto, en mi mente aparecieron una a una las letras, la llamaría Albura.
Ella se sentaba en la parte inferior derecha de mi cama, casi siempre , cerca de mis pies, como velando mi descanso, mi sueño, perfumando los espacios oscuros de la noche.
Me transmitía serenidad, calma, su esencia emanaba una fragancia dulce y estaba seguro y tenía la percepción de que Albura debió haber sido una mujer bondadosa, noble y humilde.
Su olor exquisito y su pasividad contribuían a que mis sueños sean profundos y aquellas vivencias tan reales como fantásticas.
En ocasiones mi alma quería liberarse y yo le daba permiso para que rodee los confines del universo , para que me transmitiera el  éxtasis   del infinito como sinónimo  de liberación.
Observaba en la noche los nevados, montañas y cerros imponentes con luceros y estrellas fugaces marchitas, cobijando sueños de  pueblos anhelantes de justicia, de paz, de esperanza.
Sentía ,en todo mi ser, la fuerza implacable de las cascadas y cataratas blancas luciéndose con todo su encanto en los lugares más recónditos y desconocidos.
Admirar en el Africa por ejemplo:
la belleza y el rugir de los leones, la fuerza de los hipopótamos, el maullar de tigres, el barritar imponente de los elefantes, ir en tropel espiritual junto al ímpetu salvaje.
Estas vivencias me permitían analizar que la libertad de la vida se reduce en  los  límites omnímodos creados por el hombre para el hombre.
Me elevaba sobre caudalosos  ríos o aguas mansas azuladas; percibía el verdor nocturno e intenso de las montañas; miraba a la gente humilde trabajar en los puertos con olor a sal.
El volar hacia campos y estados desconocidos dejaron en mí enseñanzas e interrogantes sin respuestas coherentes ni lógicas; experiencias únicas y maravillosas como en las novelas de ficción en vísperas de  aniquilar  lo irrealizable.
Estuve en sitios únicos habitados por almas de paz en la oscuridad, en la que algún día se negaron irrevocablemente a aceptar que sus vidas se extinguieron.
Pueblos grises llenos de polvo acumulado por la impotencia , sin árboles, ni el verdor de montañas, sin agua, ni aire, ni olor.
Espacios constituidos por espíritus rebeldes, sumisos, luchadores, cobardes...
Todos con un solo y ferviente deseo: ¡vivir!
Niños,  jóvenes, adultos, ancianos;   algunas siluetas amorfas, blanquecinas y otras con ausencia de color sumidas en la esclavitud de lo imposible.
Seres de luz que  llevaban en su esencia la rutina del trabajo y la enmienda de errores ya sin solución con el arrepentimiento a cuestas.
Padres trabajando en la reconciliación con aquellos hijos no reconocidos, abandonados de amor.
Madres con hijos de aire en su regazo alimentándolos con pechos áridos y secos.
Gobernantes con discursos pero sin voz, con ansias de construir naciones nuevas con la honestidad y la justicia que nunca la aplicaron.
Falsos amantes que traicionaron a aquel ser incondicional y que absurdamente impávidos esperaban el perdón de un amor marchito y olvidado.
Poetas inspirados sin la emoción del latir de los sentidos emulando versos inconclusos y sin final.
Pintores esbozando en lienzos de suspiros paisajes y rostros con el último color adherido a sus retinas.
Músicos con partituras incompletas en miras del acorde perfecto para que se pueda escuchar la melodía que enmudeció con el grito de la partida.
Niños perdidos en soledad, perdidos en búsqueda de la cálida matriz ultrajada por madres que no fueron madres.
Sacerdotes despojados de sotanas, monjas sin hábitos, Papas sin anillos, con túnicas y descalzos; revestidos de humildad y con la  biblia a su costado como un manantial de metáforas que conllevarían a consolar la aflicción de otras almas.
Todos y muchos más seres espirituales lavando sus culpas enmendando inútilmente errores para tardíamente hallar el perdón en medio de alucinaciones y cuencas de ojos ya sin lágrimas.
Los lugares que visité me dejaban perplejo con la incertidumbre, la que de alguna forma, me llevaba a descifrar el significado de la lástima y la confusión.
La realidad o la fantasía de mis vivencias nocturnas que motivarían, en mí , la firme convicción de continuar con el latir de un corazón vivo o detenerse en la oscuridad para completar una vida inconclusa armándola con  rompecabezas de espejismos con el papiltar del espíritu.
Los sitios que visitaba los guardaba en mi memoria y con el pasar de los días, los mismos lugares hermosos, los paisajes aparecían nuevamente, se recreaban, eran visibles y reales con almas y cuerpos derrochando vida y malgastando equivocadamente el sentirse vivos.
Más los pueblos grises que visitaba guardaban cierta relación con los pueblos verdes de la desesperanza.
Con cierto recelo compartía a familiares y amigos las aventuras nocturnas de mis salidas a los confines del universo.
Les narraba acerca de mis vivencias en sueños, de los lugares insospechados habitados por espíritus viviendo entre una mezcla maravillosa de paisajes reales y fantásticos.
Les narraba mis experiencias y el pesar que me acongojaba al constatar la desolación y el desencanto de los pueblos grises de la nada. 
Todos incrédulos , sólo me miraban y quizás pensaban que era cuestión de edad, joven adolescente, loco, soñador.
En un paralelismo con las ciudades y los pueblos grises del desencanto, pude constatar que algunas personas llevaban en sus espaldas una vida forzada más que las mismas almas en sus distópicas realidades, más desgano y cansancio frente a la vida con falta de aliento para respirar, con pereza de  escalar los peldaños de sus destinos.
Luego en alguna noche, en la puerta de mi dormitorio, se dibujaba los perfiles verdes e intermitentes de un hombre y un niño, su hijo tal vez, tomados de las manos.
Ellos permanecían inmóviles y a través de su luz verde brillante de neón, me guiaban como en una especie de hipnosis para que yo, paradójicamente, pueda recrear los sonidos enmudecidos que un día fueron reales.
En la terraza mis padres cuidaban y se distraían con las aves y varios animales, desde palomas, patos, gallinas y más de media docena de pavos, cuyes y conejos.
En medio de la nada se revivía el
sonido  rítmico  y continuo del maíz al caer en el piso de cemento de la terraza ubicada en la parte superior de mi dormitorio.
Se escuchaba el picotear de  las gallinas, los patos, los pavos los mismos que fueron alimentados años atrás por mis padres.
El corretear de la perrita que llenó de emoción a los cinco niños de la casa, volvía con sus juegos arrastrando su juguete por toda la
terraza, una lava cara de metal, que hacía ruido y el sonido se esparcía, por horas, hasta la madrugada.
Escuchaba el caminar de personas en la terraza, con sigilo y curiosidad me levantaba a mirar, haciendo a un costado las finas cortinas y a través de la ventana podía observar sombras que pululaban en las terrazas y se desplazaban traviesas en círculos por el aire hacia el cosmos infinito , más allá del límite de los astros.
Estos seres espirituales de luz me transmitían entusiasmo y parecería que llegaban a divertirse a nuestro edificio, a nuestra casa, en nuestras terrazas.
Las sombras de brillo bailaban al vaivén con el viento frío de "La carita de Dios".
El dulce Panecillo con la virgen de Legarda, testigos absortos de la algarabía, mudos y taciturnos miraban la fiesta de luces espirituales-no pirotécnicos-
acompañado de los ladridos de perros que se despertaban con los cánticos de las beatas que en místicas procesiones llevaban en sus manos cirios encendidos alumbrando el caminar de cada paso lento marcando huellas de esperanzas.
Por la calle Imbabura y 24 de mayo, bajaban niños sonámbulos cogidos de la mano de las mujeres, madres, abuelas, viudas, solteronas, jóvenes, ancianas, que seguían la procesión abrigadas con ponchos y bufandas de colores, apretando en su pecho estampitas de la virgen María y santos que les avivaban su fe como San Judas Tadeo, San Antonio, San Francisco.
Bajaban también algunos hombres a lado de sus mujeres, les llevaban las carteras, los cirios o agua de hierbas en algún termo improvisado.
Caminaban, rezaban con lamentos el rosario  de la aurora , quizás a cambio o sacrificio en la espera de un milagro.
Cantaban con voces de soprano melodías dulces a la virgen y escuchaba con más fuerza : "es por eso que los ecuatorianos la llamamos madre , la llamamos madre, la llamamos madre, madre de bondad ... " o me brindaba cierto alivio cuando escuchaba a viva voz :"Todo es tuyo, lo juraste un día, salva al Ecuador".
Volvía a mi dormitorio hasta que los cánticos se perdían en medio del alba y las luces de las velas se volvían a encender en todo mi ser.
Hoy la imagen opaca de aquel edificio se digna en guardar aquellas historias impregnadas con un tinte indeleble, oculto y rebosante de misterios.
Los tíos y los primos vivían en cada departamento y solíamos hacernos de la mano desde las ventanas.
Los corredores  con pisos de madera antigua largos e interminables, cada departamento, bordeados de armarios que aún guardan las risas, los temores, los sueños...los juegos de los cinco niños, más los veinte y tantos primos de la casa donde crecimos.
Los armarios estaban en los corredores y seguro  ensordecían por nuestros chillidos, cómplices de nuestra pasos, testigos mudos de recuerdos imborrables junto a la calavera del niño indígena que reposa en la oscuridad guardado en un nicho improvisado del armario y que seguro, que volverá a despertar cuando los cinco volvamos a reencontrarnos y juntos con añoranza y nostalgia traigamos a la mesa del comedor el recuerdo y la imagen de nuestro padre.
Él mi padre, era fuerte y estricto, de cabellos muy negros y sus ojos profundos brillantes, su nariz perfecta , perfilaba su rostro sereno.
Su voz imponía una orden, mas respetaba las decisiones de cada uno de sus hijos.
Amó a sus  nietos como a sus propios hijos, su alegría se dibujaba con cada travesura de ellos y se irguió de orgullo con la fortaleza de las raíces de su raíz.
Amaba caminar y paso a paso con mi madre y sus hijos de la mano culminar la cima de las montañas, sentía el calor de los páramos con los abrazos de los indígenas que se identificaban con aquel hombre amante del campo, admirador de la raza indomable de los pueblos, sus tradiciones y leyendas, el apretón de manos ásperas y enlodadas  de los más humildes.
Él era feliz con lo más sencillo, con lo cotidiano, con el sembrar y regar las plantas que germinaban con su luz .
Su risa dibujaba horizontes y su carisma contagiaba armonía, hacía 😀burbujas de saliva frente a la risa de la familia y amigos, de incrédulos niños y adultos .
Silbaba  como los pajaritos, bailaba y cantaba al ritmo de las melodías improvisadas que escuchaba en su radio portátil.
La algarabía de los compadres en Manabí y el recibimiento de los montubios ,que salían a recibir a aquel hombre humilde que tomaba agua del río en un mate y se servía el chame en las hojas de plátano en medio de los insectos, los bichos que  danzaban sin darles importancia y acariciando a los perros sarnosos del lugar.
Mi padre, agrónomo , con su don de gente, su nobleza, su inigualable picardía e inteligencia lograba que esté rodeado ,en todo momento, de amigos.
Sus amigos le llamaban Pajarito porque silbaba cual los pájaros luego del aguacero y los alegraba haciéndoles reír por cualquier motivo.
Su generosidad extrema, su corazón bondadoso hicieron de él un ejemplo. Un hombre fuerte físicamente, indomable en sus ideales, grande de sentimientos.
Se aferraba a la vida, se agarraba con toda su valentía para no partir.
No quería irse con la muerte  que nos lo arrebataba sin tregua y sin salida.
Irónicamente inmóvil, postrado de dolor, sus ojos nos hablaban y quizás nos decían, tantas veces que nos amaba.
Sus ojos negros se iban para la eternidad, sus manos y sus brazos nos querían abrazar con esa fortaleza única de un padre que nos enseñó a luchar.
Era demasiado tarde para juntar todas las palabras de amor sin pronunciar , de mi madre, familiares  y amigos.
¡No escuchaba ya!, era imposible.
Fue tarde para apretarlo a mi pecho y decirle ¡ no te vayas !...
El tiempo se agotaba, las súplicas cesaron, las oraciones, las plegarias nunca llegaron al cielo.
Los diálogos con Dios fueron *inútiles. Con las manos implorantes le recordaba  el milagro de Lázaro.
Las rodillas dobladas hacia El Santísimo y mi alma adolorida pedían que mi padre sane, que pueda caminar, que con la luz y el poder omnipotente e infinito del Creador  sería suficiente para que nuestro pajarito vuelva a silbar.
Peticiones absurdas con un eco sordo, con una fe que se aniquiló en  medio de la pesadumbre  de mi alma, la misma que se enfrentó, cara a cara,  con el dolor del cuerpo de aquel hombre maravilloso que algún día llegó a las cumbres, topó el cielo con su mirada en el  Chimborazo, el Cotopaxi o el Cayambe.
En Aquellos momentos de agonía mi padre vislumbraría los lugares que lo hicieron más feliz  en medio de la fuerza viva, inmerso en lo más profundo de lo que él amo: la naturaleza.
Su cabello negro azabache mezclado con canas era peinado y perfumado por las manos y los dedos de sus hijos quienes tejíamos esperanzas divinas que se evaporaban hacia lo etéreo.
Las rodillas dobladas, los rezos, las plegarias, la fuerza de la oración como cadenas entrelazadas de solidaridad,  los consejos de la resignación, la fe perenne y vigorosa ante la presencia del sacerdote con el poder para absolver los pecados en respuesta hacia el arrepentimiento de los moribundos, el agua bendita, la Biblia, los salmos y sobre todo, el salmo 23, consolador ...
"El señor es mi pastor, nada me faltará.
En lugares de verdes pastos me hace descansar; junto a aguas de reposo me conduce ..."
Nuevamente la presencia del cura con la absolución de los pecados salpicando el agua bendita con la última y poderosa bendición.
La impotencia de corazones  incrédulos y acongojados solo observábamos el sacrosanto ritual frente a un cruel e incomprensible adiós.
Sus ojos, las lagunas de sus ojos grises se secaron, sus ojos grandes verían la luz de la resignación, más nunca las lágrimas de nuestras almas.
La fortaleza de sus manos se entumeció, ya no acariciaban los cabellos de su esposa ni las mejillas de sus hijos, ni las hojas ni los pétalos que un día sembró.
Ya no escucharía nuestras voces como tampoco las carcajadas de sus nietos ni el llorar de su nieto por nacer, ni llevaría su cámara para inmortalizar la emoción en cientos de fotografías impregnadas de risas y recuerdos.
¡Nada más que el sórdido silencio del túnel iluminando el camino  hacia el fin. !
Besé sus pálidas manos y sus dedos inmóviles, inundé con mis lágrimas las lagunas de sus ojos aún humedecidos por el adiós; atraje su cuerpo ,aún tibio,a mi regazo diciéndolo que lo amaba, pero era demasiado tarde, mis manos, mi ser abrasando el frío de su sangre y trasmitiéndole el palpitar de mi vida para que el gélido hielo no invadiera el ardor de su alma a punto de sucumbir.
Frente a la ciencia y a la medicina que no logró sanarlo, pensaba que quizás, todo mi inmenso amor, lo sanaría, tal vez mi aliento le daría vida, mi fe, mi ya inquebrantada fe podría recibir un milagro ... Dios , La Virgen María, todos los santos, los sacerdotes, las religiosas,?la Biblia, las plegarias, los cánticos , las misas, el agua bendita, las cadenas de oración, algo ... ¡Nada ! .
Una fría mañana con olor a violetas y a nardos, se fue y voló en medio de la incredulidad y la rebeldía, mi rebeldía frente al no aceptar los designios de Dios.
Frente a una fe indeleble más allá de inundadas oraciones y letanías que jamás me otorgaron ni la resignación ni la paz, una fe que agotó mi fe.
Mi pajarito, mi padre, en sus últimos días, desde su interior y cuando me miraba sin hablarme, me transmitía sus pensamientos y en su último aliento de vida me regaló, nos heredó, esa fortaleza de no detenernos ni dejar nada a medias, de caminar los senderos y los atajos de las montañas, de tomar el agua de los nevados aunque no tengamos sed, culminar las cumbres de lo imposible como él lo logró tantas veces.
Mas de esta ruta, de esta travesía hacia lo desconocido no le fue posible salir triunfante.
La casa del centro lo ha esperado e inútilmente, he deseado escuchar su retorno; quizás ,en alguna tarde o en cualquier madrugada regrese a su casa.
Tal vez golpee la puerta o sus pasos se vuelvan a escuchar por los corredores esparciendo su olor a campos verdes.
Su esencia de luz no se esfumó, ¡no se disolvió.!

El PALPITAR DE LOS ESPIRITUS.    Esencia de luz 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora