Primera parte

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Ranma ½ y todas sus situaciones y personajes son propiedad de Rumiko Takahashi. Hago esto por voluntad propia y sin fines de lucro.

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Nieve y Viento

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«Cuidado si se encuentran la nieve y el viento» era todo el pensamiento que venía una y otra vez a la mente de Ranma Saotome, y es que se lo habían repetido tantas veces antes de salir, en cada paso del camino, y era además algo que oía desde pequeño, algo con lo que nació, que ahora de tan familiar se volvía irritante.

Gente asustada con la nieve. Gente con temor al frío. Y con razón le temían. Cuando Ranma vino al mundo, el mundo ya era así, un espacio frío, blanco, cubierto de escarcha, bañado por lluvias copiosas y heladas, con tormentas de proporciones épicas donde el viento pasaba silbando escalofriante por las rendijas de las puertas y ventanas que no habían sido debidamente cubiertas. Frío constante, un invierno eterno donde el sol era pálido y tibio. Entonces, el horror se presentaba cuando llegaba la nieve.

Podían soportarlo porque estaban acostumbrados. Durante las noches en que nevaba sin parar podían despertar al otro día con dos metros de nieve frente a las puertas, y cubriendo casi por completo las ventanas. Para eso habían ideado una puerta especial, no mucho más que una trampilla, por la que salían de casa por los altos, casi en el techo, y podían bajar a desatascar la puerta de la casa, limpiar los caminos o incluso ayudar a algún vecino necesitado de un par de fuertes brazos que quitaran nieve. Lo habían inventado para sobrevivir, pero no era algo que los molestara. Podían lidiar con la nieve.

También con los vientos furiosos que insistían en soplar y arrancar pesados árboles de cuajo, destrozar techos, a veces volcar casas completas; pero tampoco era demasiado para ellos. Se acostumbraron, eran una comunidad hermanada, pequeña y unida, se prestaban ayuda mutuamente, como debían hacerlo los pueblos que vivían al oeste del gran muro, los que vivían en el invierno eterno.

Pero, si se juntaban la nieve y el viento... Existía además una especie de leyenda que hacía que cada aldeano naciera ya con el miedo inscripto en la piel, la historia de que algo terrible pasaría en una tormenta de nieve y viento, algo mucho más terrible que la Bruja de Corazón Helado enviaría para hacerlos sufrir aún más y destruirlos a todos, y convertir el mundo en un hielo eterno, duro y frío como ella.

La Bruja, claro, la que enviaba el frío. Ranma sabía que no siempre había sido así. Antes, contaban, cuando su padre era un muchachito apenas, cuando su madre aún vivía y era una chiquilla torpe, alegre y risueña, en el mundo todavía florecían las flores, los árboles y la tierra daban frutos y los ríos y arroyos corrían caudalosos, y en el verano el sol era tan caliente que picaba sobre la piel y llenaba de felicidad a todo el pueblo. Pero después vino la tragedia. Un día estaban alegres celebrando los esponsales del rey y al siguiente el frío comenzaba a cubrirlo todo de a poco, haciéndose más intenso cada vez y congelando todo a su paso. Entonces hablaron de la Bruja, la de Corazón Helado, así la llamaban porque no conocían su nombre, pero todos sabían que ella estaba envidiosa de la prosperidad de todo el país del oeste, de su tierra fértil y cálida y quería que todo se congelara como su corazón.

El recién coronado rey envió tropas al castillo de la Bruja exigiendo el final del hechizo y que liberara a su pueblo de la opresión del frío, pero siempre todos los soldados volvían muertos de miedo, balbuceando incoherencias sobre la gran y poderosa bestia que custodiaba a la Bruja y la protegía. Guerreros poderosos perecieron entre sus garras, valientes hombres claudicaron y prefirieron volver y conservar su vida sabiendo que la causa estaba perdida. El propio padre de Ranma entre ellos. Genma Saotome miró los ojos llameantes y furiosos de la bestia, y prefirió volver, no desperdiciar la vida y las energías, regresar a su pueblo frío con su esposa y su pequeño hijo. Lamentablemente, al poco tiempo el invierno se llevó a su esposa Nodoka, y dejó sus ojos y su corazón endurecido, curiosamente en una noche de nieve con viento.

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