Al mes siguiente, desperté en casa de Santiago y encontré un regalo bajo mi almohada.
Estaba sola en la cama. Me desperecé y mi estómago rugió por el desayuno. Fui a la ventana, abrí las cortinas y saludé a la ancianita del edificio de enfrente, que colgaba unos calzones gigantes en su balcón. El sonido de la ducha me dio una pista del paradero de mi chico y el dolor en mi cuello me hizo lamentar no haberle dicho a Fae que podía dejarme unos billetes o un cheque, en lugar de semejante montaña de monedas.
Abrí el saquito de tela brillante y las vi. Brillaban para mí, doraditas y redondas. Por un instante me asombré de que fuesen tantas. Luego recordé cuánto había temido no volver a esta hermosa normalidad y lo entendí.
—¿Qué es eso? —preguntó Santiago, saliendo del baño.
—El hada de los dientes ha venido anoche a cumplir su promesa, por fin.
Él se acercó y puso los ojos verdes como platos, apenas vio el interior de la bolsa en mi mano.
—¡Ha sido muy generosa! Si casi no hicimos nada por ella. ¿Son monedas de oro?
—No seas malo conmigo. Ella vino por soluciones y eso fue lo que obtuvo —contesté, antes de que se me helara la sangre con cierta posibilidad y corriera al espejo.
Abrí la boca y revisé bien mi reflejo, en busca de alguna pieza faltante. Mi boca estaba intacta, por suerte. Él vino y me abrazó desde atrás, con un gesto travieso. Sí que nos veíamos bien juntos. Al menos para mi gusto. Él se vería bien abrazado a un árbol, si quisiera.
—Es bueno estar de regreso —murmuró, con un beso sobre mi sien que me derritió.
Sin dejar esa posición, alcé la mano con la bolsita y le di un golpecito en el hombro.
—Toma.
—¿Qué haces? —preguntó, sin soltarme.
—Vamos, llévate esto antes de que me arrepienta —dije, con toda la seriedad que pude reunir—. La recompensa es tuya. Tú fuiste el que logró que Yejun quitara la maldición sobre Fae.
Lo vi observarme por el espejo con esa cara que pone cuando está procesando algo muy complicado. Sí, lo miro mucho. He tenido tiempo de sobra para eso desde que éramos adolescentes.
Luego de unos segundos, pareció decidirse.
—¿Sabes qué? Dame una moneda de recuerdo y tú quédate la bolsa. Con una condición: tendrás que ponerte un consultorio aparte para estas cosas, Elisa.
Me di vuelta y lo besé, feliz de conocer al tipo generoso y dulce bajo esa fachada de gruñón que utilizaba frente al resto del mundo.
Recordé que acababa de despertar y no había usado mi turno en el baño, así que lo dejé por un momento. Sobre el mueble junto a la puerta, el número más reciente de La pluma naranja tenía uno de los diseños del nuevo dibujante en la portada. Yejun se estaba luciendo. Es verdad que sus primeros chistes eran todos sobre cuentos de hadas y que los mezclaba, ridiculizando a los personajes que tanto conocíamos. Pero a la gente le había gustado y a él le serviría para sanar sus heridas.
Pensé que sería interesante el material que sería capaz de traernos, una vez que superase su pasado. Esperaba ver pronto ese día.
Dejé el cepillo de dientes y me enjuagué los restos de dentífrico de la boca. Abrí la ducha, para que fuese calentándose el ambiente con el vapor, justo cuando Santiago abrió la puerta y me di cuenta de que no sería un regaderazo rápido.
Un rato después, la cosa se estaba poniendo interesante bajo el agua, cuando la puerta del baño volvió a abrirse. Del susto, resbalé y caí sentada, dejando solo a mi novio —y a su entusiasmo— en pie.
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¡Para un poco, Elisa! (O el Consultorio del Amor que terminó en problemas)
Historia CortaElla es la peor consejera sentimental de cualquier universo. También la más buscada, a pesar de todo. Elisa Mores ya ha arruinado por igual las vidas de princesas medievales, guerreros del futuro, jóvenes enamorados en la Inglaterra victoriana e inv...