Blood'S Heart Capítulo 1

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Aun recuerdo el momento más fatídico de mi vida. 

La noche era oscura, los árboles del parque se movían con fuerza... Y mi corazón también. 

Caí de rodillas, rendido a sus pies, temblaba, gotas amargas y frías emanaban de mi. Luego sentí como el caliente revolver besaba mi frente, el temblor cesó. 

Miré a mi ejecutor a los ojos y dijo... 

Ahora que lo pienso, me adelanté mucho, mejor iniciaremos desde el principio. Sí, desde que todo comenzó.

BLOOD'S HEART

-Mi nombre es... Mi nombre es... ¡Maldición, volvió a pasar! 

Si te preguntas: ¿A qué idiota se le olvidaría su propio nombre? Ó ¿Existe un ser capaz? Pues sí, y soy yo, en mi primer día de preparatoria. Ya marqué mi estadía en este lugar. 

¿El culpable? De seguro crees que soy yo. Pero no. 

Desde pequeño siempre he sido víctima de mis nervios, mi inseguridad me ha hecho pasar varios ratos amargos. Pero nunca como hoy. 

Y es que no era yo el responsable esta vez, aunque ya debes estar pensando en mí como el más grande perdedor de todos, y no te culpo, pero si la vieras me entenderías. Ella, la culpable, era un ángel. Piel blanca como la nieve, cabello negro, espeso, recogido con un lápiz. Esto en torno al rostro, era como ver la hermosa luna rodeada por la oscuridad del espacio. Sus labios delgados y puramente rojos estaban entreabiertos, con un bolígrafo apoyado en ellos, presionando. El color de sus ojos estaba perdido entre el azul del cielo y el blanco de las nubes, cuencas llenas de misticismo; estaban clavados en mi. 

Ya no sé ni que digo... Supongo que me dejé llevar. 

Incluso unas delicadas pecas pintadas en sus mejillas me recordaba al punto sobre la "i" en la palabra "perfección". 

La encarnación de hermosura y misterio. 

Todo lo demás desapareció de mi mente, para mi en aquel lugar solo estábamos ella y yo. Un monstruo y una flor. 

Irónicamente, el monstruo no era yo. 

La risa explosiva de todos me rescató de aquel raro encanto, la profesora me regañó por maldecir. Y, sin aún poder decir mi nombre, me volví a mi lugar. 

Aquella chica me miraba, pero no reía al igual que el resto. Debí de causarle lástima, supongo. 

Las presentaciones en clase siguieron su ritmo habitual. Chicas nerviosas, otros engreídos, estaban quienes se sentían "humildemente" los mejores, también las víctimas exponenciales de acoso. Dirás que no soy quién para decir esto último, pero estoy maldito: soy el cero a la izquierda, la basura ignorada por la basura. Invisible, es mi mejor adjetivo. 

Una sonrisa de estúpido se quedó en mi rostro un buen rato del día. Aunque en realidad me moría de la vergüenza, esa sonrisa alegre no se iba, y es que, para los invisibles como yo, si es que los hay, aun los momentos más vergonzosos, donde todos te miran, y por momentos eres el centro de atención, te hacen sentir bien, te hacen creer que encajas en el mundo, de cierto modo. 

El timbre a mitad de día sonó. Indicaba que tenía treinta minutos para entender mi situación, para insultarme en el baño, quizás golpearme, tenía tiempo para mi.

Fui al lavabo y me encerré allí, en compañía de tanto excusado estaba en ambiente. 

Estuve en calma unos minutos, recordando las risas, burlas. Pero cuando la persona que provocó todo apareció en mis pensamientos, cuando sus ojos brillaron en la oscuridad de mi cabeza, perdí la calma.

-¡Pero seré estúpido! ¡Que gran presentación Imbert...!

Me dije con un tono irónico, luego reí tosco, al percatarme de que hasta ahora pude decir mi nombre, sí, mi absurdo nombre. 

Luego de unos minutos, ya calmado salgo a lavarme el rostro. 

-Todo saldrá bien, Imbert. Recuerda, la prepa es un mundo nuevo... ¡Pero qué digo! Ya arruiné mi vida de estudiante con esa presentación. 

Exagerado, como siempre, dejé caer mi preocupación sobre el lavamanos. 

-En fin, como dice papá, "Todo pasa por algo".

Recuerdo que levanté el rostro y sonreí. "Nada ha cambiado". Me dije. 

Después de eso, de creer que ya estoy renovado, listo para todo, la puerta del baño me espera. Inspiré hondo dispuesto a enfrentar al mundo, motivado, con el coraje suficiente para lidiar con lo que esté afuera, abrí. 

El pecho se me estremeció tanto, que creí que moriría atorado con mi corazón. Ambas piernas se volvieron trapo, y mi respiración, junto a mis últimos latidos, me abandonó. 

Ella estaba allí, frente a la puerta del baño. 

El monstruo estaba esperándome.

Y yo no estaba listo para enfrentar eso. 

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