Las Mujeres de Alucard

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El reloj sonó indicando que ya era media noche, había paz absoluta en la mansión Hellsing, todos los sirvientes ya habían terminado sus quehaceres y ya se habían retirado a los cuartos de la servidumbre. La líder de la organización ya había recogido los documentos de su escritorio y los había archivado terminando así con sus deberes del día, ahora ya se encontraba recostada en su cama, durmiendo plácidamente.

Para Alucard, desde que se volvió sirviente de los Hellsing, este era el momento más aburrido cuando no había misión, no había a nadie a quien molestar; incluso su discípula se había retirado a su habitación, no tenía sueño pero se entretenía viendo la televisión. Acababa de levantarse y no quería estar encerrado en su cuarto hasta el amanecer, así que salió a caminar por el jardín, notó que las luces de los cuarteles de los soldados estaban encendidas. Los gansos salvajes todavía seguían despiertos, y quiso ver que estaban haciendo; tal vez, como mínimo, pueda divertirse un poco con las sandeces que decían. Se acercó hasta la puerta y escuchó:

Entre cervezas, cigarros y botanas los gansos salvajes recordaban algunas de sus aventuras con mujeres con las que se habían acostado, desde primeras veces, chicas de alta cuna, casadas, hasta maestras. —Todavía me acuerdo de una chica que vivía por mi barrio, tenía 17 pero se veía de 20 porque estaba alta y tenía unas curvas que ¡uf! Sus pechos tan redondos y sus labios gruesos, ni te imaginas, fue mi novia... y de todos los demás chicos del barrio—. Decía uno de ellos.

Los demás se empezaron a reír.

—Para mí la mejor es mi esposa—. Dijo uno de ellos, el más grande de edad, el único casado y con un hijo que por desgracia ya había fallecido.

—¡Buuu! ¡Cursi! —. Todos lo abuchearon y sobre el pobre soldado cayó una lluvia de cacahuates, sin embargo él no los desperdició y se los comió todos.

—Por cierto yo una vez me acosté con una casada, tenía 30 o creo que un poco más pero era más joven que su marido, yo podaba su césped y arreglaba algunos desperfectos de la casa, así que un día de verano cuando su marido se fue a un viaje de negocios... pues una cosa llevó a la otra.

—Clásico de las porno.

—A mí me encantaba la mesera del bar Barba Roja, ¿se acuerdan del bar?

—No, pero si me acuerdo de la mesera, era la morena ¿no?

—Sí ella, porque había una rubia, pero la rubia era muy apretadita, la morena se dejaba querer.

—Uy sí, me encantaban sus pechos, sobre todo su lunar en el pecho izquierdo.

—Era en el derecho.

—Izquierdo.

—Capitán, ¿en qué lado lo tenía izquierdo o derecho?

—En el izquierdo—. Aseguró Pip. —Lo recuerdo porque ella era zurda así que con la mano del mismo lado del lunar me estaba haciendo una buena...

—Que tema tan interesante—. Interrumpió Alucard apareciéndose frente a ellos provocando que los gansos se callaran de repente, conteniendo el aliento por la impresión. —Así que están hablando de sus aventurillas con mujeres ¿no?

—Ah, eres tú—. Exhaló Pip. —Así es estamos hablando de algunas mujeres con las que nos acostamos—. Explicó.

—Interesante—. Se sentó en una silla doblando una pierna sobre su rodilla y luego sacó una bolsa de sangre de su gabardina. —Pero no los interrumpo, continúen hablando, termina tu anécdota de la chica zurda con el lunar sexy.

—No, eso ya pasó, sólo decía para aclarar en qué lado tenía el lunar, pero por qué no nos cuentas tú alguna de tus aventuras, apuesto que con tus años debes tener un largo historial de mujeres.

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