Pecas de inocente casi toda tu vida.
Tu gran pecado es la inocencia y lo sabes.
Tus martirios ligados a ella están y ocasionados por ella también.
Porque conservas ese rizo de oro inmaculado de niña en tu bolsillo.
Por más opaco que tu cabello esté ahora.
Por más marcas se tracen en tu reflejo.
Por más perenne que se ha vuelto la idea de la muerte para ti.
Aquel ricito de oro brilla y juega por entre tus telas.
Salta y se pasea burlezca.
No te incumbe, la dejas ser.
La dejas libre y bella como es.
Porque confías en que jamás se irá, no puede irse.
Pero te confías demasiado.
Hasta que alguien te la arrebata.
Y la buscas entre cabellos.
La buscas entre telas y zapatos sucios de barro.
La buscas entre la nieve.
Entre fotografías.
Entre situaciones de medianoche.
Entre ataúdes.
Pero no aparece.
El ricito de oro desaparece.
Entonces no pecas más
Tus martirios desaparecen.
Tus problemas desaparecen.
Se solucionan por arte de magia
Y de pronto te das cuenta
de que una parte de ti también desaparece.
