Solamente

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¿El amor empieza cuando sabes que estás enamorado?

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¿El amor empieza cuando sabes que estás enamorado?

¿Inicia al momento que te das cuenta que sientes eso?

Casi siempre dan por comenzada la travesía cuando, en un chispazo de iluminación, se dan cuenta del cambio que surge en sí mismos. Como un click en la mente que acciona el correr de la cuenta regresiva del desborde de emociones que inunda la mente en todos sus sentidos, nublándole y abrumándole. Pero éste era su problema: no necesitó un chispazo o algo parecido. Podía sentir el cambio lento en su interior. Algo que, en diminutos tantos, tomaba posesión de sí mismo. Algo que le desconcertaba y aterrorizaba porque, en principio, ¿cómo iba a saber él de qué se trataba, si nunca antes lo había sentido? Es más, jamás había sentido nada más allá de las reacciones naturales de un ser vivo.

¿Comodidad? Claro. ¿Sorpresa? También. ¿Enojo? Evidentemente. ¿Miedo? Sí..., igual miedo. Emociones que permitían su supervivencia, el instinto de buscar cómo asegurar su existencia, de cómo mantenerse con vida. Y cuando esos cambios surgieron, se lo atribuyó a su huésped. Entonces comenzó un periodo de mudanza donde constantemente cambió de cuerpo, pero en el que extrañamente la misteriosa presión se mantenía. Una presión que siempre surgía con la aparición de un esqueleto que conocía de tanto tiempo. Y, conforme más intentaba deshacerse, o cuando menos dar sentido a ese cambio que presentaba, más sentía que éste se apoderaba de él.

El pánico lo invadió: ¿Qué sucedía? ¿Absorber el alma de los monstruos ya no surtía efecto? Pero no se sentía cansado, sólo como si su inexistente garganta fuera apretada, dejándole sin aliento. Y esto ocurría sólo con la presencia de ese esqueleto, cuando lo veía, cuando lo escuchaba, incluso cuando lo mencionaban o siquiera cruzaba su mente.

Este problema crecía con el tiempo... Y él no lograba darle razón o lógica.

Por eso estaba aquí, en la puerta de la casa de su hermano, el más grande de los dos que tenía y había nombrado como tales. Porque lazo sanguíneo no existía, sólo historia. Una existencia compartida que los ligó en vínculos que él acreditaba como únicos, pues esa casa fue el primer lugar donde fue aceptado, por ese esqueleto de ropas blancas y bufanda de brillante color rojo, su big brah.

―¿Fresh? ¡Qué te trae por aquí! Hace rato que no te veo. ¡Pasa! ¿Quieres algo?

Esa sonrisa y felicidad con la que le recibía el mayor anestesiaba ligeramente los motivos de su llegada. Le sonrió devuelta, no con toda la animosidad que siempre desprendía, pero la suficiente como para no preocuparle. Porque era cierto, éste siempre se preocupaba. Más con él que con su otro hermano, bajo el concepto de que era el menor de los tres. Y, aunque no lo dijera, sabía que también era porque era el más propenso a meterse en líos por no comprender los sentimientos de los demás. Pero si él no los tenía, ¿cómo podría identificarlos correctamente en otros?

―Big brah ―musitó en voz baja, sintiendo un bajón de ánimo, traducido en una aparente seriedad.

―... ¿Qué sucede, Fresh? ―se acercó extrañado el mayor, quedando ambos en medio de la sala.

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