Un rayo convirtió la noche en día al darle a un árbol, y gran parte del árbol estalló. Vimos aquello desde el auto, y el estremecimiento y el susto fueron grandes. El vehículo era viejo y el piso no estaba bien aislado; si caía un rayo sobre nosotros sería nuestro fin.
Éramos cuatro los que viajábamos: Sergio, Silvia, Rosa y yo. La tormenta era infernal, y la actividad eléctrica ensordecedora, pues caían rayos aquí y allá. Yo iba condiciendo. Resbalaba tanta agua por el parabrisas que a duras penas veía el camino. Las luces de la tormenta anunciaban los estallidos de los rayos, pero igual uno se estremecía.
Al llegar a un tramo que reconocí a pesar de la confusión que provocaba la tormenta, apareció de pronto en un costado del camino una fachada enorme llena de ojos cuadrados y con una enorme boca: era el viejo matadero, un frigorífico abandonado.
Yo luchaba por ver qué había adelante. Me pareció distinguir una correntada y frené de golpe, y todos se fueron hacia adelante bruscamente, y enseguida Rosa me reprochó:
- ¿Qué fue eso? Casi me doy de cara contra el tablero.
- Disculpa, pero tuve que frenar. Mira lo que hay ahí.
Donde debía estar un puente solo había una correntada turbulenta, y no se veían ni las barandas. El arroyo había desbordado.
- ¿Y ahora qué hacemos? -me preguntó Sergio.
- Lo primero es salir de aquí, porque dentro de un rato el agua va a llegar a donde estamos.
- ¿Será? -dudó Silvia -que ahora miraba la correntada casi asomándose por sobre mi hombro.
- Sí, he visto muchas crecientes -le contesté-, y con todo lo que está lloviendo ahora…
Retrocedí unos metros y doblé. El camino era muy angosto, y no quería parar allí. El lugar más próximo que había era el patio del matadero. Al detenerme en el patio Rosa preguntó:
- ¿Vamos a quedarnos aquí hasta cuando?
- Supongo que toda la noche. Volver a la ciudad con este tiempo es muy peligroso, y quién sabe si no se cortó otro tramo. Lo que queda es tratar de dormir. ¿A alguien se le ocurre algo mejor?
- ¿Y si metemos el vehículo ahí? Eso está abandonado, ¿no? -propuso Silvia.
En ese momento pensé que hubiera sido mejor no preguntar. No quería entrar al matadero, pero la tormenta eléctrica era muy intensa, y en aquel vehículo…
Hice un semicírculo en el patio y entramos por la enorme boca del matadero, un portón que ahora permanecía siempre abierto. El edificio estaba completamente desmantelado, y ya no había ventanas ni puertas, solo huecos cuadrados. Las luces del vehículo descubrieron un lugar muy amplio, vacío, sucio. En la vastedad del lugar había unas columnas que se elevaban hasta unas vigas que atravesaban el ancho del lugar, eso mostraron los relámpagos que entraban por las altas aberturas, y mi mente me hacía ver cómo fue el lugar en el pasado, porque lo conocía.
- Este lugar da miedo -comentó Silvia-. ¿Y si lo recorremos?
- Mejor nos quedamos dentro del auto. Seguro que hay cosas donde tropezar, debe estar goteando, el techo debe estar todo mal… No hay que salir -opiné, y esperé que fueran sensatos.
- Vamos, puede ser divertido -dijo Sergio.
- Voy también -se unió Rosa. Ahora tenía que acompañarlos.
Tenía dos linternas en la guantera, le di una a Sergio y empezamos a avanzar. Los relámpagos seguían mostrando fugaces imágenes del lugar.
- Es todo muy precario -les dije-. Quién sabe cuándo se va a venir algo abajo. Mejor volvamos.
- ¿Qué pasa? ¿Tienes miedo? -me preguntó Sergio, y alcancé a escuchar que Silvia ahogaba una risa. A Rosa la delató un relámpago, también le parecía gracioso.
- Sergio, te lo voy a contestar otro día.
- Amigo, no era para que te enojaras.
- ¿Enojarme? ¡Jajaja! No, para nada, no me conocen enojado.
Creo que Rosa quiso cortar el asunto allí, y salió comentando una historia que conocía del lugar:
- Dicen que aquí mataron a un tipo, que lo hicieron pedazos, lo cortaron todo, como a la carne de las vacas.
- Habladurías -le dije-. Cuentos de terror que surgen quién sabe de qué mentiroso.
- No, esto pasó, porque mi madre lo escuchó en la radio. Raúl, Tú tienes bastante edad, ¿No recuerdas nada del asunto? -me interrogó Rosa.
- Como que me estás llamando de viejo. Eso que dice tuyo, ¿e? ¡Jaja! No, no recuerdo nada.
Por suerte dejó de preguntar y seguimos. Pasamos frente a una de las viejas cámaras. Sergio la iluminó y vimos que estaba vacía, pero cuando desvió el haz de luz hacia otro lado, de la oscuridad de la cámara surgió una especie de ronquido, una respiración de fuelle, y reconocí el sonido que emite un degollado, y una silueta blancuzca avanzó hacia nosotros extendiendo un brazo hacia adelante. Y aquella respiración se convirtió en una voz, y dijo entre ronquidos:
- ¡Aléjense de él, no confíen en él! ¡Aaagggh!
Apenas la voz calló las mujeres gritaron, creo que Sergio también. Después corrieron despavoridos hacia el vehículo, y yo iba atrás de ellos, maldiciendo en silencio al fantasma delator que casi arruinó mis planes.